Translate

domingo, 11 de junio de 2017

El fin sobre el medio

Jorge Ibargüengoitia escribió con ironía ante el teatro electoral del sistema político mexicano en los setentas: "El domingo son las elecciones, ¡qué emocionante!, ¿quién ganará?". Ni duda hay que vivimos otros tiempos. La certeza electoral se ha diluido, pronosticar resultados resulta cada vez más complejo. El monopolio partidista se convirtió en oligarquía y nuestra incipiente democracia ha llegado al punto de requerir el aire renovador de la segunda vuelta que permita condiciones para un mejor gobierno.

Los mexicanos tenemos sentimientos encontrados con la capacidad de elegir gobernantes. La democracia es la elección de la mayoría; sería mucho mejor pensar en la buena elección de la mayoría, pues hasta ahora ha sido la mala elección de muchos. No todos los votantes tienen capacidad para tomar una buena decisión y no todos los votados son capaces. Estamos tan obsesionados con tener democracia que se nos olvida el fin: tener un buen gobierno. Si nos dieran a escoger entre tener un régimen democrático o tener un buen gobierno (y sólo puedes escoger uno), ¿qué escogerías?

Yo no tengo conflicto en preferir el fin sobre el medio. Entiendo que no todos piensan igual, que cuestionar la democracia equivaldría a decir en la Edad Media que la Tierra pudiera no ser plana o, en un alarde de sabiduría, afirmar que es redonda. El dilema es que el régimen democrático parece ser el menos malo de los sistemas políticos; no tenemos certeza sobre la eficacia de otro tipo de método para obtener un buen gobierno. Una variante democrática sería fortalecer el sistema de elección discriminando la elegibilidad de votar y ser votado. El mismo autor de Instrucciones para vivir en México apuntaba: "¿Quién está capacitado?... Para ser elector se necesita criterio... es necesario pasar un examen de civismo". Y días después añadía: "He llegado a la conclusión de que saber civismo no es criterio, por la sencilla razón de que el problema no es de conocimiento, sino de conducta".

El pasado (la conducta comprobable) de las personas, electores y candidatos debería alentar a tener una mejor elección, pero sobre todo un mejor gobierno.

Deberíamos no sólo cuestionarnos cómo tener un mejor sistema electoral sino cómo tener un buen gobierno. Una pista puede hallarse en una pintura de hace 678 años. En el Palazzo Pubblico de Siena, Ambrogio Lorenzetti plasmó en los muros de la Sala dei Nove la Alegoría del Buen y Mal Gobierno, justo donde el cuerpo colegiado de la entonces República de Siena tomaba las decisiones, con la intención de influir en los gobernantes.

En el muro alusivo al Buen Gobierno, Lorenzetti personificó las virtudes y objetivos que deberían regir las prioridades y la ética de los gobernantes. Arriba, la Sabiduría sostiene la báscula de la Justicia, desde cuyas balanzas descienden cuerdas (una forma de transmitir la misión) hacia Concordia y Armonía, y de ahí a 24 hombres, los gobernantes de la ciudad, que a su vez la llevan al Bien Común, coronado por Fe, Esperanza y Caridad, y flanqueado por Templanza, Justicia, Prudencia y Fortaleza. (Experimento: pregúntale a tus hijos, a tus amigos, la definición de estos conceptos. Una cultura que desconoce los significados en temas sustantivos ha perdido el rumbo).

En el fresco opuesto, que retrata al Mal Gobierno, destaca, entronado y bizco, el Tirano con cuernos. Arriba de él están Envidia, Orgullo y Vanagloria, y a sus pies vemos personajes como Crueldad, Engaño, Fraude, Furia, División y Guerra. Detrás de todos ellos la degradación, una ciudad en ruinas que no florece, los comercios cerrados, las calles que hablan de conflictos (cualquier parecido con el Gobierno de Venezuela, que alaba a Morena, es una coincidencia) y hasta abajo, sometida y derrotada, la Justicia.

No necesitamos a Lorenzetti para saber qué alegoría refleja la condición de México. El cambio hacia un Buen Gobierno difícilmente vendrá de un individuo, así haya sido elegido por la buena decisión de la mayoría. No se trata de un cambio de líder nada más sino un cambio de sistema social y político (es decir nuestro sistema cultural). Las pistas de ese cambio están en la formación de mejores ciudadanos. El plan de estudios se dibuja en los frescos de un palacio medieval.

Vientos de cambio

Parecía un noticia tan exótica que había que leerla de nuevo: "Bajarán hasta 69% recursos a partidos" (Mural, 2 de junio), "Recortan en Jalisco recursos a partidos" (Reforma, 2 de junio). Las buenas noticias originadas por la política mexicana retan nuestra reserva de optimismo: nada puede ser tan bueno como para ser cierto. Pero ahí estaba, una perla brillando en medio de la mezquindad, una proeza surgida desde la locuacidad de un diputado independiente que al grito de #SinVotoNoHayDinero germinó, por fin, en terreno fértil con el apoyo mayoritario del Congreso de Jalisco y que habrá de pasar a la historia como un día en que lo improbable sucedió: los muros sí pueden caer.

El financiamiento para los partidos políticos se reducirá entre 48 y 69 por ciento, según sea año electoral o no, y si bien no se cristalizó en su totalidad la iniciativa de Pedro Kumamoto, habrá, para años electorales, una indexación al número de votos válidos obtenidos en la elección a diputados (empezando en el 2018). Más allá de los cientos de millones de pesos que Jalisco se ahorrará y podrá destinar a áreas prioritarias como seguridad pública, salud, infraestructura, educación, desarrollo social, simbólicamente este logro representa, para la República, ver de nuevo el rostro de la esperanza, nos devuelve de golpe la capacidad de creer y crear.

Los cambios en México son posibles pero requieren el empuje de un evento inercial para provocar lo que he llamado metáforas de cambio posible, pequeñas o grandes acciones donde un mexicano ve y experimenta el cambio positivo, un acto de contagio social que empieza como algo aislado hasta convertirse en tendencia. Quizá la primera ley del cambio es creer que el cambio es posible. De ese tamaño es el muro que acaba de caer en Jalisco. Esa caída provoca vientos de cambio. Esperemos que más congresos estatales tengan la estatura que reclama el país.

Desde la tribuna del Congreso un rebosante Pedro Kumamoto habló de "esta enorme victoria" y con la humildad que le caracteriza confesó: "puedo jurar que me siento en algunos momentos que estoy soñando" y luego agradeció a todas las fracciones partidistas, al gobernador Aristóteles Sandoval y al presidente municipal de Guadalajara, Enrique Alfaro, sin cuyos apoyos no se habría conseguido lo alcanzado. También agradeció a los ciudadanos que empujaron la iniciativa; una alusión anclada en la forma de ver la política de este joven jalisciense quien desde su campaña le decía a la gente "quiero que tú también seas político", exhortación a ver que la participación ciudadana debe ir más allá del día de las elecciones.

"Nunca más palabras bonitas sin hechos congruentes, nunca más la política sin las personas", decía "Kuma", como le dicen sus amigos, y al escucharle con esa retórica plagada de amaneceres, me transporté al siglo XIX y me imaginé a Kumamoto vestido a la usanza de aquellos tiempos y retratado entre los grandes como Mariano Otero, por supuesto no porque piense que escuchaba conceptos pasados de moda sino porque la deuda de la clase política con los ciudadanos en México viene de siglos y porque los políticos generosos, de estatura moral, generadores de cambios positivos, no han sido la regla sino la excepción.

Me contó Pedro las incidencias de los últimos días, de los jaloneos entre las redes sociales y las juntas de coordinación política. Este espacio es insuficiente para narrar lo que debería contarse con una serie al estilo House of Cards.

Un comercial de las computadoras de la marca de la manzana viene a cuento, y dice: "Esto es para los locos. Los inadaptados. Los rebeldes. Los alborotadores. Las piezas redondas en los agujeros cuadrados. Los que ven las cosas de forma diferente. No les gustan las reglas y no respetan el status quo. Puedes citarlos, estar en desacuerdo con ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Pero lo único que no puedes hacer es ignorarlos; porque cambian las cosas, empujan a la raza humana hacia adelante. Y mientras algunos pueden verlos como los locos, nosotros vemos al genio. Porque las personas que están lo suficientemente locas como para pensar que pueden cambiar el mundo, son las que lo hacen".

El loco es lo suficientemente audaz como para creer en la esperanza. Necesitamos más de esa locura.