Hace unos 4 años recogí en Disneylandia a mis hijos y
amigos de ellos, todos adolescentes mexicanos, luego de que pasaron un día en aquel
parque. Camino a casa todo era algarabía mientras recordaban divertidas
anécdotas, incluyendo que alguien del grupo se hizo un vendaje sin mediar
lesión de por medio, para pasar por discapacitado mientras los demás lo
llevaban en silla de ruedas, de modo que no tuvieron que hacer las largas filas
para entrar a los juegos. ¿Somos los mexicanos más proclives a hacer trampa que
otras culturas?
En la universidad tuve un maestro japonés, Masaya. En un examen nos habló del honor y luego salió
del aula para demostrar que confiaba en que no copiaríamos. No tengo que
describir el desenlace.
Como para compensar el marcador con los orientales,
atestigüé el día en que una persona, por casualidad mi hermano, Fernando,
encontró (en un parque de diversiones) una cartera con 800 dólares y se
convirtió en detective hasta que localizó al dueño en un hotel de la zona, un
joven japonés que rompió el record de reverencias mientras Fernando le
entregaba su cartera con dos manos, a la usanza de aquellas tierras. Le hice
ver al nipón que éramos mexicanos, un intento por levantar el PIB ético del
país.
Si preguntas a tus hijos dónde cree que está México en
una clasificación mundial de honestidad, entre los más honestos o entre los más
deshonestos, las posibilidades de que responda lo último, son mayores. Y su
respuesta importa mucho. Dan Ariely, tiene evidencia científica de que una vez
que nuestra imagen es de tramposos, empezamos a comportarnos de forma más
deshonesta (The honest truth about dishonesty, pp.131).
Ariely ha comprobado que comprar y usar productos
pirata es una forma en que la persona va relajando sus estándares éticos, de
modo que cada vez es más fácil hacer algo deshonesto. No pensemos en grandes
delitos, hablamos de pasarse un alto, transitar en sentido contrario, dar
mordida, copiar en el examen, robarse la luz con un “diablito”, clonar boletos
para una fiesta, falsificar una credencial para entrar al antro, mentir en el curriculum vitae, descargar música de la
web, meterse en la fila, y un largo etcétera que como epidemia provoca un
contagio actitudinal.
Los experimentos sociales demuestran que no somos
conscientes de lo que desencadena un simple acto deshonesto, y que tenemos una gran
capacidad para racionalizar nuestros actos (e.g. “todos lo hacen”, “lo original
es carísimo”).
La mentira, la deshonestidad (por ende la
desconfianza, y de ahí el espionaje) han acompañado al hombre desde su origen. En
la serie Dr. House dice el protagonista “Es una verdad en la condición humana
que todos mienten. La única variable es sobre qué”.
La motivación tras un acto deshonesto es sacar
ventaja. Combatir la deshonestidad implicaría entonces la conciencia sobre la
consecuencia del acto deshonesto, la búsqueda de la ventaja lícita (que no
afecte a los demás), la conformidad de la condición de uno, y poner en
evidencia al deshonesto (además claro, del castigo de ley. Aquí es donde la
impunidad nos hace un agujero).
El tema de la deshonestidad en México es complejo.
Amerita la participación de expertos, también de los padres de familia (quienes
nos quejamos de la situación del país, pero diariamente toleramos o
participamos en pequeños actos deshonestos, que no vemos como tales; somos
cómplices del estado ético de la nación), los maestros, los jóvenes, y por
supuesto la clase política, para que vean que una miscelánea fiscal (dicen los
que saben que dista mucho de ser “reforma”) como la que aprobaron, fomentará
aquello que pretende combatir: la evasión de impuestos y la informalidad (ambas
conductas deshonestas).
No habrá decreto o reforma burocrática para corregir
una condición social adversa. Quizá el camino sea crear incentivos positivos (e.g.
el nuevo heroísmo que propone Philip Zimbardo) y actuar congruentemente uno
mismo, ser ejemplo para el círculo cercano, resistir la presión de grupo (sobre
todo los niños y adolescentes).
Para Nietzsche, fingir es el medio con el que sobreviven
los individuos débiles. Seguramente a los jóvenes les agrié el final de aquel
día mágico en Disney. Un día en que mostraron su verdadera discapacidad.