Pues con la
novedad de que ya somos A3, (si no me equivoco, la calificación más alta que ha
conseguido México) de acuerdo a la firma fundada por John Moody, una de las
dominantes en el mercado de calificadoras de valores. No es un logro menor y no
les faltan razones a muchos políticos para festejar, pero hasta hoy dicho
festejo es más bien para unos cuantos (algo así como la pachanga privada que en
el senado organizó el coordinador de los panistas, prueba mayúscula de que las
neuronas, al menos las útiles, no han sido repartidas por igual, aunque unos
tengan fuero constitucional).
Por allá de la
segunda mitad de los años ochenta y principios de los noventa, yo vendía cetes,
petrobonos y acciones listadas en la Bolsa Mexicana de Valores. Envestidos con
la icónica calculadora HP12C, mis compañeros de casa de bolsa y yo hacíamos
cálculos prodigiosos cuando subía el mercado, y buscábamos razones en los
analistas para explicar una baja. Un rumor viviente me acompañó todos esos
años, no faltaban los inversionistas que aseguraban que ahora sí, el gobierno
no iba a pagar los cetes.
La deuda pública
mexicana pagaba muchísimo más que los papeles considerados con menor riesgo,
los bonos del tesoro norteamericano. No recuerdo cuál sería la calificación del
riesgo país en aquellos años pero era suficientemente mala para alentar los más
inesperados descalabros y conjeturas, desde los traumáticos aumentos a las
gasolinas, hasta las incontables devaluaciones; el dólar era el exorcismo más
popular.
Recuerdo un
cliente, hombre mayor, comerciante pragmático, rentista y poco especulador, que
cuando yo le hablaba de justificaciones del mercado, proyecciones
macroeconómicas, calificadoras de valores, rendimientos históricos y más, me
miraba como quien observa al novillero el día de su alternativa, y me decía
“ustedes los financieros viven en los cuernos de la luna”. Luego me daba
cátedra de realidad, donde ligaba sus clientes morosos con la fila para comprar
dólares, multiplicada por el rumor de café con los amigos, dividido por la baja
en sus ventas. El resultado para él era que todo iba camino a la debacle a
pesar de las calificadoras de valores.
Cuando supe de
la caída de Enron y de cómo las calificadoras de valores quedaron en
entredicho, me acordé de mi cliente en la casa de bolsa. Lo volví a recordar
hace unos años luego de la crisis financiera, a nivel de escándalo, de
Comercial Mexicana, que a pesar de la calificación de su papel, de poca defensa
le sirvió a cientos de inversionistas que se vieron seriamente afectados por la
impericia financiera de sus ejecutivos, quienes, junto con los analistas del mercado
y los ejecutivos de las casas de bolsa estaban en los cuernos de la luna, sin
sospechar del inminente Armagedón.
Ser A3 tiene
sentido para el mercado financiero internacional, habla del bajo riesgo
asociado a México, o del grado de certeza que el país evoca, producto de las
recientes reformas estructurales. Pero ser A3 tiene poco sentido para la gran
mayoría de los mexicanos si los cambios económicos no alcanzan la
microeconomía, si no se traducen en ventajas de la vida cotidiana. Aún así, una
calificación de esta naturaleza no nos habla de otros serios problemas que
afectan la calidad de vida: la corrupción, la inseguridad, la (en su mayoría)
pobre clase política que nos conduce.
Somos A3 para el
mundo sí, pero cuál es nuestra calificación en pobreza, en educación, en
instituciones fuertes, en reforma fiscal y política. Festejar A3 tendrá sentido
sí permite superar los otros problemas.
Cierta vez se le
ocurrió a Salinas que alguien debería pagar los platos rotos de la bolsa.
Escogió a nuestro jefe. El día que lo apresaron tuvimos amenaza de bomba en la
casa de bolsa. Nos desalojaron por seguridad. Frente al edificio, sobre el
camellón, aguantábamos las mentadas de madre de los automovilistas que hacían
leña del árbol caído. Sin datos técnicos ni fundamentales para defenderme, y a
pesar de mi HP12C, ese día me caí de los cuernos de la luna.