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lunes, 25 de abril de 2016

Catedrales

Para Fernando del Paso, Catedral.

 

Me asalta una pregunta difusa, ¿en qué lenguaje se escriben las catedrales?, estos edificios que parecen tener alma y que expresan dentro de su simbolismo, generalmente hermético, una narrativa entre formas, relieves, luces y sombras, espacios formidables que, más allá de profesiones religiosas, cautivan al ojo que quiere ver. Las catedrales son sitios de inspiración donde el silencio habla, referentes del espíritu humano, recordatorios de lo posible, narración perenne.

El mundo comercial es en extremo simbólico. La proliferación de mensajes nos invade todos los días, ahora en medios difícilmente pensados por aquellos maestros que cifraron sus mensajes en los libros de piedra, las catedrales. Detrás del culto a las religiones y a las marcas, están los mismos principios estructurales. A riesgo de que mi comparación parezca profana para algunos, las catedrales funcionan del mismo modo que las llamadas "tiendas insignia", sitios de gran carga simbólica donde una marca no sólo exhibe objetos, también proyecta sus principios fundacionales (en el mejor de los casos filosóficos) y genera la integración de consumidores fieles (o fieles consumidores, para el caso es lo mismo) que viven la narrativa (equivalente a la doctrina) muchas veces originada por un fundador (mesías) o un mito fundacional.

Las catedrales se erigen en sitios que luego se vuelven importantes (a causa de las catedrales; plusvalía, le llaman los desarrolladores de tierra). Véase la tienda insignia de Apple en Nueva York. Dentro de un cubo de cristal parece flotar el símbolo de adoración, la manzana que ha sido mordida en claro desafío al statu quo. Del mismo modo que La Meca o el Vaticano atraen fieles, la visita a las tiendas insignia son una forma de reverencia, se vuelven lugares de culto que cohesionan a grupos que comparten las mismas creencias y fortalecen su lealtad y fe a través de rituales comunes.

Las catedrales son mucho más que bellos edificios. Fulcanelli, autor francés de misteriosa identidad, desapareció en 1926. Antes dejó dos libros. En El misterio de las catedrales, usa el sarcasmo cuando les llama maestros sin palabras y sin voz, para luego llevar al lector al otro extremo y comparar las catedrales con letras esculpidas en piedra "santuarios de la tradición, de la ciencia y del arte, la catedral gótica no debe ser contemplada como una obra para la gloria del cristianismo sino como una vasta correlación de ideas, de tendencias y de fe populares". Esa vasta correlación de ideas es la narrativa que expresa una religión o una marca a través del sitio físico.

Por sugerencia de mi provocadora oficial (mi esposa), vi la película Tren nocturno a Lisboa, la búsqueda filosófica de un hombre por conocer el pasado de Amadeu do Prado, médico portugués ya fallecido, a quien accede por su único libro y los recuerdos de sus contemporáneos. Dentro de una catedral el joven Amadeu se rebela "No me gustaría vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y grandiosidad, en lugar de los colores sucios de los uniformes militares. Amo las poderosas palabras de la Biblia. Necesito la fuerza de su poesía. La necesito contra el decaimiento del lenguaje, y las consignas inútiles de los dictadores.

"Pero hay otro mundo en el que no deseo vivir, un mundo en el que el pensamiento independiente es despreciado y las cosas que mas aprecio, denunciadas como pecado. Un mundo donde nuestro amor es exigido por tiranos opresores y asesinos. Y lo más absurdo, la gente es exhortada desde el púlpito a perdonar a estas criaturas y hasta amarlas".

Vivimos tiempos de instituciones resquebrajadas, gobiernos, iglesias, ejércitos, profetas que animan el racismo, militares que torturan, políticos que traicionan, maestros que no enseñan. Pero dentro de esos grupos hay catedrales, seres hechos de la piedra de la resistencia, construidos sobre la ética y el valor de oponerse a la injusticia. Ellos no se doblan, son reserva erguida de la esperanza.

Como el personaje de ficción que reta la realidad, no quiero un mundo sin catedrales.