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domingo, 24 de julio de 2016

Autopsia de una disculpa

Supongo que una autopsia es un camino donde brotan las preguntas, no todas con respuesta. Es también un ejercicio de exploración para tratar de entender, conocer, comprobar, más allá del morbo. Es un viaje incisivo en busca de señales, un andar tras la pista sospechosa, si aparece, que permita construir un epílogo del epílogo de alguien, o de algo.

En la plancha tenemos las siguientes palabras: "En noviembre de 2014, la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos, y en esto, reconozco, que cometí un error. No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos, la entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón, les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé".

Estas palabras no las dijo cualquier mexicano, son palabras de quien ostenta la investidura más importante en el país. Su potencial trascendencia no debe minimizarse si consideramos que los cambios culturales se gestan, entre otras circunstancias, cuando uno de los símbolos de esa cultura muestra un cambio de conducta, no solo un cambio de sentimiento. Me surge la pregunta: ¿habrá este cambio de conducta? Sólo así este gesto tendrá el reconocimiento que su autor reclama. Estamos ante la posibilidad de una revolución moral.

En The Honor Code, Kwame A. Appiah analiza cómo se han gestado algunas de las revoluciones morales de la historia, cambios de prácticas culturales que en su momento fueron vistas como la norma pero también criticadas (el duelo para resarcir el honor, la esclavitud, la deformación de pies femeninos en China), como sería el caso de la corrupción en México. Appiah encontró que hay una conexión directa entre el honor y una revolución moral, su libro apunta a desmembrar cómo el honor juega un papel central en los cambios culturales y señala: "Una persona honorable se preocupa primero no de ser respetada sino de ser merecedora de respeto", y establece que una cosa es administrar la reputación y otra es mantener el honor. ¿Hacia dónde apuntan las palabras presidenciales?

Nótese que el argumento presidencial considera que lo que causó indignación fue "la información difundida", no el objeto de esta información. El antropólogo Frank Henderson dice que para una persona honorable el honor per se es lo que importa, no sus beneficios, así, uno siente vergüenza o arrepentimiento cuando ha faltado a la norma de honor, aunque nadie sepa que uno falló. Cabe la pregunta: ¿el sentimiento presidencial es por un acción indebida de él o por el hecho de que la información se hizo pública?, ¿le importa más el acto de pedir perdón o el hecho de ser perdonado?, si fuese lo segundo, ¿cómo espera saber que los mexicanos lo perdonaron?, ¿de qué exactamente pide que se le perdone?, ¿cómo define el Presidente su error?

Aunque el ex titular de la Secretaría de la Función Pública nunca fue merecedor de respeto ni credibilidad por la opinión pública, ¿cómo queda su figura después de haber exonerado a su jefe y luego que éste pidiera perdón?, ¿no habría sido congruente que el acto de contrición hubiese surgido de una investigación seria sobre el caso?, ¿hasta dónde piensa el Presidente resarcir el agravio y la indignación?, ¿qué hay de los periodistas que fueron censurados luego de difundir la investigación de la Casa Blanca?

Appiah nos invita a cuestionarnos cuáles son los temas de honor y deshonor en nuestra cultura. Si hay sucesos que agravian pero no se castigan o no se busca resarcir el daño, esa cultura está fracturada en su código de honor. El Presidente tiene una oportunidad histórica si realmente quiere encabezar una revolución moral.

En El último encuentro, Sándor Márai pone en boca de uno de los personajes centrales de su estupenda novela: "Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes".

En México la realidad puede novelarse, hay autopsias que persiguen a los vivos.

¡Gatos fluorescentes!

La historia de las soluciones descabelladas es muy parecida a la de los inventos notables, ambas parecen tener un corolario definitivo: lo ridículo precede a lo genial. Entre estos dos adjetivos han muerto sin nacer grandes ideas, sepultadas bajo carcajadas de la crítica o aplastadas por la autocensura de su creador. Cuando se fracasa en la búsqueda de una respuesta a un problema con las herramientas de siempre, es como buscar obstinadamente un objeto perdido en el mismo lugar, nada más porque ahí hay más luz.

Solucionar problemas es un ejercicio de innovación. Un filósofo francés y un semiólogo italiano sugirieron una respuesta tan inédita como fantástica, digna del realismo mágico de Gabo o de la ciencia ficción de Asimov. En 1981 el Departamento de Energía de Estados Unidos buscaba resolver la forma en cómo debería alertarse a las futuras generaciones sobre presencia de material radioactivo, enterrado en desiertos a cientos de metros de profundidad. El tema era mucho más que pensar en señales de advertencia, ¿de qué material para que duren miles de años?, ¿en qué idioma para que lo entendieran en el futuro?

Françoise Bastide y Paolo Fabbri replantearon la pregunta: ¿qué símbolo puede perdurar y ser entendido por las generaciones del futuro?

Paréntesis para subrayar el uso estratégico de la semiótica. En los negocios es la marca la depositaria de los significados que el empresario quiere comunicar y trascender de modo que le produzcan determinados resultados, en buena medida una batalla comercial es "nuestros significados contra los significados de la competencia". En la política, el uso efectivo de símbolos provoca que los mensajes se entiendan y trasciendan (recordemos a Fox pateando un ataúd con las siglas del PRI, o el símbolo del programa social Solidaridad de Carlos Salinas que, hecho de piedra, subsiste en varias carreteras del país, sin duda un acierto simbólico).

Estos dos pensadores (no me refiero a los políticos aludidos) encontraron la forma de que el mensaje de alarma viaje en el tiempo. Sugirieron usar gatos genéticamente tratados para que, ante la presencia de material radiactivo, brillaran y su cambio de color alertara a los humanos del futuro. Algo similar a los canarios en las minas. El gato (¿y sus 9 vidas?) funcionaría como un símbolo biológico que al reproducirse garantiza la sobrevivencia del mensaje. Los egipcios ya lo usaban. Pero, ¿gatos fluorescentes? Suena irrisorio, como estas invenciones ridiculizadas por expertos antes de ser realidad: compras en internet, el foco, la computadora personal, el automóvil, el viaje a la luna, el teléfono, la televisión, el avión, los post-it, la transmisión de datos, y más.

Para sembrar el significado de que gato fluorescente significa peligro, recomendaron desarrollar una mitología (una narrativa) de modo que la cultura pudiera asimilarlo. Música, símbolos secundarios, arte, historias, objetos, rituales, mitos fundacionales, lugares de culto (advertencia: no se intente en casa, cualquier parecido con lo que se hace para forjar una religión es mera coincidencia).

La absurda idea no prosperó, bueno, no todavía. Un biólogo veinteañero de Canadá, Kevin Chen, cofundador de un laboratorio donde se hace investigación biomédica, tiene la consigna de hacerlo realidad. Está trabajando con bacterias y genes que cambian de color (como las de una medusa). No es remoto que nuestros descendientes salven la vida gracias a gatos fluorescentes.

La semiótica tiene respuestas para la vida, desde la cotidiana vialidad hasta las artes visuales, la arquitectura y claro, la literatura. Pensar en flores y mariposas amarillas evoca el universo simbólico de Cien años de soledad. Las primeras llovieron toda una noche y tapizaron las calles de Macondo cuando muere José Arcadio Buendía, las segundas anunciaban la presencia de Mauricio Babilonia. Cuando murió García Márquez hubo diversas manifestaciones con estos símbolos.

Replantear la pregunta a un problema encierra la posible solución. Pensar en símbolos y significados todavía no es materia de un consejo de administración ni de una junta cumbre de políticos. Pero no se olvide: la historia muestra que muchas veces lo ridículo precede a lo genial.