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domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Existe la fórmula Rubí?

En un video que circula por ahí, una señora de condición humilde apela a la potencial comunidad de espectadores para que la apoyen para un trasplante de riñón que necesita su hijo. La petición no es inusual en un país donde hay tanta desigualdad social, salvo por un detalle, doña Marciana Galván Flores, como dice llamarse, menciona repetidamente que "así como andan apoyando a Rubí con tanto alboroto, yo quisiera que me apoyaran, somos del mismo ejido". Detrás de ese "alboroto" hay una intrincada estructura de redes sociales cuyo efecto "viral" es ampliamente anhelado por directores de marketing, publicistas, políticos, artistas y demás personajes que idealizan una difusión masiva a bajo costo.

Me interesa el caso de los "XV años de Rubí" no como parte de la exacerbada difusión donde el morbo y la burla han sido el motor, sino como un caso de estudio que ejemplifica una condición que siempre ha estado presente en las sociedades humanas: tenemos un valor latente a partir de la posición que ocupamos en determinada red, pero hoy, a diferencia del pasado, ese valor es más visible, más tangible en buena medida gracias a la tecnología. De alguna forma hemos pasado, de los seis grados de separación (teoría que dice que tú y cualquier otra persona del planeta están conectados por un máximo de 6 enlaces), a un botón que articula nuestra red de relaciones de forma inédita.

Conocedores de lo que hoy se conoce como "ciencias de redes", como Duncan Watts y Alejandro Servín, coinciden en que los fenómenos sociales donde algo se vuelve propagable (que no "viral" o "epidémico", pues estos términos no necesariamente expresan la voluntad de un receptor en difundir un mensaje) no tienen una receta, es decir, no se sabe cuál es la forma intencional de hacer que un mensaje se propague por las redes, si bien todo lo propagable tiene una lógica en la que informa, educa o entretiene.

El sueño guajiro de los gestores de marca cuando compran una "estrategia viral" gracias a una secuencia de botones donde se transmite contenido pegajoso está lejos de ser posible. Es necesario saber cómo se articulan las redes, cuál es su estructura, quiénes son los nodos o actores y cómo son los vínculos o relaciones entre personas, y esperar un factor "x" circunstancial que detona un mensaje. Así como en algún momento de la historia el telescopio permitió observar fenómenos astronómicos con mayor profundidad, y luego los rayos X hicieron posible analizar las estructuras óseas del cuerpo, hoy los sociogramas (mapas de relaciones) son la "radiografía" de una red social, ya sea de una persona o de una marca. Es a través del análisis de los sociogramas como actualmente se gestan las estrategias de comunicación en las redes sociales.

Sin embargo, inducir la propagación masiva de un mensaje es algo fuera de control y nadie sabe a ciencia cierta cómo hacerlo. Watts ha sido un crítico del afamado autor Malcolm Gladwell quien desde el año 2000 con la publicación de The Tipping Point, cómo algo pequeño puede hacer la gran diferencia, intentó explicar los cambios sociológicos "misteriosos" que producen fenómenos "virales" de trascendencia social. Para Watts, la teoría de Gladwell cautiva y seduce porque nos atrae la idea de algo pequeño que evoluciona y se transforma en algo mayúsculo, de la misma forma que sabemos de historias donde un don nadie se convirtió en alguien importante. Y para Watts, pretender hacer una ingeniería social que propague algo masivamente es una fantasía. Esto es lo que sucedió con los "XV años de Rubí".

Es apasionante que a pesar de la tecnología y tanta pretensión de predictibilidad algorítmica, existan factores impredecibles, espontáneos para los que no hay una fórmula. Esto hace nuestra vida más humana porque nos permite dudar. Quizá sea más gratificante una vida de dudas que una de certezas. Lo que es indudable es que las redes que hoy vivimos son la posibilidad de materializar algo como nunca antes lo habíamos experimentado; somos potencialmente el siguiente fenómeno de propagación masiva. Y alegra saber que en la conexión con los otros volvemos a rescatar nuestra esencia primitiva, por ello me gusta lo que dice Alex Servín: "nada existe hasta que se conecta con algo".

Antropología para el mundo

El pasado 29 de noviembre Ann Dunham hubiera cumplido 74 años. Antropóloga de formación, fue la figura formativa dominante para uno de sus hijos, un niño que, por el trabajo de investigación de la madre, vivió en diferentes países y se acostumbró a convivir con diferentes culturas. Para decirlo de otra forma, la otredad, lo distinto, fue parte de su educación, tanto así que el niño comió carne de perro, culebra, chapulines y aprendió a expresarse y a entender otra lengua.

Este niño creció con tanta carga de lo extranjero que muchos años después fue acusado de no haber nacido en el país donde se convertiría en el Presidente número 44 de su historia. Aunque Trump terminó por aceptar que sus señalamientos contra Barack Obama, el hijo de nuestra antropóloga, eran infundados, su ofensiva representa mucho de quienes no tienen una visión antropológica, al contrario, ven amenazas en lugar de recursos, detonan los puentes y favorecen la creación de islas.

La antropología estudia la realidad humana, pretende interpretar al individuo integral, social, biológica, culturalmente. He tenido la fortuna de convivir durante los últimos 15 años con varios antropólogos y otros estudiosos de la condición humana, de ellos he abrevado una visión antropológica del mundo, una carrera empírica que ha llenado mi frustrada vocación de excavar para encontrar pirámides sepultadas e interpretar glifos en las piedras. El antropólogo es un pontífice, tiende caminos en vez de construir muros, trata de entender desde afuera, es el observador que analiza, interpreta y acepta, y en esta aceptación sostiene sus puentes y allana diferencias.

En un interesante artículo del Financial Times, que Simon Kuper intitula "Barack Obama: antropólogo en jefe", destaca que mucho de la forma de ser del presidente norteamericano está influenciado por su formación materno-antropológica. Ésta, dice Kuper, es una de las claves para entender a un Presidente que, aunque querido por muchos, ha sido muy criticado por otros. Contrario a la visión de supremacía de quien está por sucederlo, Obama, narra Kuper, "nunca compró la idea de que (EU) es un país excepcional con una cultura superior y el deber divino de salvar al mundo. Cuando le preguntaron en su primer viaje intercontinental si creía en la excepcionalidad de EU, dijo: 'Creo en la excepcionalidad de EU tanto como sospecho que los británicos creen en la excepcionalidad británica, y los griegos creen en la excepcionalidad griega'".

Desafortunadamente, esta sensibilidad antropológica, este ver a su propio país desde afuera, no le alcanzó para crear beneficios suficientes y leer el descontento social que posteriormente fue explotado por Trump. Esta inclinación a ver a los otros y ser parte de los otros (en su caso pertenecer a un grupo étnico que por primera vez llegó a la Presidencia) no le impidió el legítimo uso de la ley para deportar a más de dos y medio millones de indocumentados, lo cual lo convierte también en el "Deportador en Jefe". Aunque no guste este dato, Obama aplicó la ley (igual que lo hará Trump).

No creo que un antropólogo sea mejor Presidente que un empresario o viceversa. Es la visión complementaria la que puede construir un liderazgo efectivo. Lo mismo sucede en el mundo de los negocios. Aunque en todos los campus universitarios que conozco, los edificios de las escuelas de negocios están separados de los edificios de las ciencias sociales, existe un gran puente que conecta los intereses de ambos mundos.

Nissan acaba de publicar una nota donde reconoce el gran papel que tienen los antropólogos en sus procesos de innovación y diseño, particularmente en sus vehículos de conducción autónoma, donde es fundamental entender el comportamiento del hombre junto con la tecnología, más allá de un algoritmo. Pronto los automóviles serán un ejemplo de buen ciudadano en las calles.

La antropología puede ser la gran aliada de muchas otras disciplinas para enfrentar los retos contemporáneos. Su efectividad, me parece, radica en que nos fuerza a ver personas donde otros ven números, "small data" en vez de sólo "big data", tribus, no sólo mercados; nos lleva de regreso a la cueva, ese lugar prehistórico donde toda innovación comienza.

Caminito de la escuela

In memoriam, Jorgito Sánchez C.

 

A sus 11 años habla como el adulto que será, seguramente un brillante ingeniero. Cursa el sexto de primaria en una escuela de Matamoros y aunque se ve un alumno muy aplicado, el invento que ha desarrollado debería preocuparnos a todos. Juan David es el creador de la llamada "mochila de seguridad", una mochila aparentemente normal, como las que cargan los niños en la espalda, nada más que está equipada con una placa de fibra de vidrio a prueba de balas, un geolocalizador conectado al teléfono de sus padres, una alarma sónica y una linterna.

Muy lejos se sienten los ingenuos tiempos en que la canción de Gabilondo Soler, Cri-Cri, Caminito de la escuela nos hacía sentido y nos emocionaba al imaginar las diferentes criaturas del reino animal llegando a clases. Detrás del invento de Juan David hay un profundo instinto de sobrevivencia ante las amenazas del entorno, no hay un perro con la goma de borrar en el hocico, ni un ratón con espejuelos, ni una tortuga procurando ser puntual, mucho menos el camello con mochila o la jirafa con su chal. De la boca de este niño de 11 años salieron estas palabras: delincuencia, balaceras, Protección Civil, bala perdida, impactar, robo, alarma, agresor, secuestro. No necesitamos a un especialista en comportamiento humano para saber qué pasa por su mente durante su camino a la escuela o de regreso a casa.

La normalización de la violencia implica una adaptación de las condiciones de vida ante un entorno que se ve imposible o poco probable de modificar. La naturaleza tiene muchos ejemplos donde las especies vivas toman acciones encaminadas a su sobrevivencia, una respuesta instintiva ante los peligros amenazantes. Hay varios tipos de adaptaciones en los animales, muchas de ellas copiadas por el ser humano, como el camuflaje y el mimetismo, que son adaptaciones morfológicas. En la primera uno se confunde con el contexto de modo que no es detectable, el ejemplo clásico es el camaleón, en la segunda uno simula ser de otra especie, como la falsa avispa. Hay adaptaciones fisiológicas, como la hibernación y la estivación, y adaptaciones conductuales, las que como humanos más practicamos, modificaciones de nuestro comportamiento para asegurar las funciones básicas como reproducción, búsqueda de alimento y defensa ante depredadores. Aquí la migración y el cortejo son ejemplos del esfuerzo de los organismos vivos por sobrevivir.

Un niño de Matamoros, donde "las balaceras son muy frecuentes", hace una adaptación conductual y desarrolla ciertas herramientas de sobrevivencia. El hombre de la prehistoria elaboró percutores, utensilios para la talla y la obtención de lascas con objeto de producir otras herramientas. El invento de la "mochila de seguridad" fue merecedor de una distinción en un certamen de innovación tecnológica. He sostenido que para innovar hay que voltear a la cueva, entender las necesidades primarias del hombre y la mujer de la prehistoria, los mejores inventos vuelven ahí, donde el instinto y la simplicidad cumplen la función. ¿No acaso el dedo es una innovación respecto del lápiz digital?

En el fondo de este invento infantil hay también un abandono y una ruptura del niño con el mundo adulto. Ha llegado a la tremenda convicción de que nadie puede defenderlo. Una madurez adelantada que nuestra infancia no merece, pero necesita si ha de salir adelante ante las amenazas de un entorno violento, inseguro y hostil. Cuando el ser humano reconoce su fragilidad, apela a elementos de protección, desde las armas hasta los amuletos y los talismanes. En cierta ocasión que cruzaba una calle muy transitada, una anciana que iba delante de mí caminaba pausadamente mientras, estirando el brazo, mostraba la señal de la cruz a los automovilistas.

Muchas formas de consumo (material pero fundamentalmente simbólico) tienen detrás la motivación de equilibrar las condiciones del entorno, balancear las probabilidades de sobrevivencia, controlar los daños. De ahí que los productos siempre en demanda son la confianza, la fe, la certidumbre, la seguridad. Independientemente del objeto material o ritual que esto represente, siempre serán anhelados.

El pequeño Juan David nos confirma una realidad de nuestra especie, también un doloroso rostro de México.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Lecciones de primaria

Durante su intervención en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, fue corregido por una pequeña. "No se dice 'ler', se dice 'leer'", apuntó con tino y educación Andrea, ahora famosa en las redes sociales, ávidas del morbo y los resbalones ajenos. Aunque no le quedaba de otra, bien por el secretario Nuño al agradecer la corrección. Me parece que la anécdota per se es lo menos destacable. El episodio encierra otras lecturas.

Pronunciar mal la palabra "leer" no es tan grave como no saber leer. Y no me refiero al índice de analfabetismo sino al acto racional de entender un texto. Yo me di cuenta que no sabía leer. Durante mi paso por la Sogem, escuela de escritores, me topé con una realidad: "para escribir bien, primero leer bien". Tuve que contener mis ansias de escritor y dedicarle tiempo a la clase de análisis literario. En aquel entonces ya había "leído" Pedro Páramo, la primera obra que desmenuzamos en clase. Al releerla, la obra era otra muy distinta. Como una nueva presencia en Comala, se me aparecieron mis fantasmas de la ignorancia para decirme "¿te das cuenta?, no sabes leer". Ese momento fue una revelación, un parteaguas que marcó mi vida como lector.

Gran parte de mi educación transcurrió en escuelas públicas y no recuerdo que nos hayan enseñado a leer. Por lo que intuyo, tampoco en las escuelas privadas se enseña a leer. Cuando asisto a la FIL y veo los pasillos abarrotados de personas, es frecuente que escuche comentarios como "los mexicanos sí leemos, aquí está la prueba", cuando la evidencia es que los mexicanos abarrotamos los pasillos de una feria del libro. ¿Cuántos de los que asisten compran libros?, ¿cuántos de los libros comprados son leídos?, ¿cuántos de los "leídos" son leídos? Parece más importante el evento que el acto de leer, asistir a la presentación pública de un nuevo libro que al acto solitario y privado de hacer propia una obra.

Segunda reflexión, el error del secretario Nuño no quedó impune. Si México fuera un paciente en terapia intensiva y hubiera que curarlo de su mayor mal, diría que es la impunidad. Escandaliza enterarse de notas como la de ayer en este diario: "Dejan a plagiarios libres por minucia". Nuestro sistema de justicia (es un decir), por las razones técnicas y de debido proceso que ustedes quieran, promueve la impunidad, alienta la criminalidad, es el verdadero cáncer de México. Sólo así es explicable que haya asesinos, violadores, secuestradores que han sido capturados varias veces y luego son dejados en libertad por detalles administrativos. Peter Drucker, uno de los pensadores en materia de negocios y administración más influyentes del siglo pasado, estableció una diferencia sustancial entre ser eficiente y ser efectivo. Lo primero es hacer algo correctamente, lo segundo es hacer lo correcto. Nuestro aparato de justicia está orientado a ser eficiente, necesitamos uno que sea efectivo. Así como hablar de un libro no es lo mismo que haberlo leído, cumplir con los requisitos de justicia no es lo mismo que hacer justicia.

Tercera reflexión. Andrea no se quedó callada, actuó. Ya existe un índice mundial de impunidad en el que por supuesto no tenemos un lugar decoroso. De existir un índice mundial de participación ciudadana, seguramente la sociedad mexicana también saldría mal calificada. Uno de los rasgos de nuestro código cultural es que somos muy pacientes, muy aguantadores. Generalmente nos cuesta involucrarnos en asuntos públicos porque no nos gusta el enfrentamiento. No nos gusta señalar o denunciar las faltas de otros para no meternos en problemas, pero ¿no será que por eso estamos metidos en problemas? ¿Quién de nosotros hubiera corregido al secretario Nuño? Esta tibieza para corregir lo que está mal tiene su contraparte: nuestra ley no obliga, pide las cosas por favor. De nueva cuenta nuestro código cultural no nos ayuda, está lleno de expresiones de cortesía donde se privilegia la forma sobre el fondo. "Favor de no estacionarse en la zona destinada a los bomberos". Cuando el ordenamiento es una sugerencia, deja de ser ordenamiento, así se trate de un semáforo en rojo, hasta el desvío de recursos por parte de un gobernador.

Gracias, Andrea, por tu lección.


domingo, 13 de noviembre de 2016

Caprichos del hipotálamo

Por alguna condición personal, digna de un compendio de sabiduría inútil, me siento muy a gusto en temperaturas frescas, digamos entre 15 y 22 grados Celsius, lo que me hace prescindir de abrigos, cobijas y bufandas, mientras muchos al derredor experimentan frío. En un avión, entro en batalla térmica con algún pasajero, usualmente una dama, que se defiende detrás de una cobija y pide al sobrecargo que "quite el frío", mientras yo, en mangas de camisa, le insinúo que no lo haga. Zoológicamente hablando, me siento más cerca de los pingüinos que de las iguanas. Amo el otoño y el invierno, gozo los días nublados y lluviosos de la misma forma que alguien se alegra con el sol en la playa. Encender una chimenea me inspira (me recuerda que afuera hay frío), ponerme bloqueador solar en la piel es un control de daños.

Esta circunstancia no me impide disfrutar ciudades como Mérida, donde no deja de azorarme que con sólo 17 grados la gente use chamarras y hable del "frío". Sin duda nuestra especie se "aclimata", desarrolla una escala singular de lo que llama calor o frío, en función de la ciudad que habita, pero también en función de ciertas condiciones del hipotálamo, la parte del cerebro encargada de regular la temperatura corporal, nuestro termostato, para decirlo llanamente.

Luego de recorrer varias ciudades y poblados del norte de España, de pasar de climas templados en la costa del Cantábrico a otros más fríos hacia dentro de la península, compruebo que sentir frío o calor es en buena medida un factor cultural. De haber sido sociólogo y no físico, Anders Celsius hubiera dicho algo como "por su forma de sentir el frío o el calor, los conoceréis". En Madrid la gente viste como salida de un aparador ¡de tienda departamental de México!, y es que dentro de las muchas cosas que importamos, la moda (particularmente la europea) es, por supuesto, un elemento que nos autoimponemos, en mi caso a modo de flagelo. ¿Cómo usar un saco de lana si nuestro invierno citadino apenas tiene una semana de bajas temperaturas? ¿No debería un diseñador mexicano reivindicar al algodón y al lino en pleno enero?

Buena parte de la moda que seguimos en México es una ficción, está hecha para otras latitudes. Nuestra añoranza por un clima que no tenemos llega al extremo de regodearnos con ver caer nieve artificial en un centro comercial o ponernos ropa térmica en una pista de hielo, en el Zócalo.

Al menos en tres ciudades españolas recordé las palabras de Carlos Fuentes en El espejo enterrado: "España... es una proposición doblemente genitiva, madre y padre fundidos en uno solo, dándonos su calor a veces opresivo, sofocantemente familiar...", pues en la habitación de los hoteles sentía un calor incómodo. Luego de luchar inútilmente con el control del clima, llamé para pedir que me asistieran. "Señor, no puede hacer nada, es noviembre", la respuesta me desconcertó, ¿tenía la culpa el zodiaco? "Ya todas las habitaciones están a 24 grados, por el frío; la temperatura está controlada por un ordenador central que no podemos mover". ¡¿El frío de quién?!, si a 24 grados empiezo a sudar y me revuelvo en la cama como patata en sartén. "Bueno, puede abrir la ventana". Me quedó claro que hay sitios donde el frío se decreta, no se siente, por eso la definición de suéter es "prenda que el hijo debe usar cuando la madre tiene frío".

Pero así como yo me quejo del calor, hay quienes se quejan del frío. Se dice que los norteamericanos viven una sociedad altamente frigorizada, que usan en exceso el aire acondicionado. Richard de Dear, estudioso de la Universidad de Sydney, tiene una forma especial de explicar esto, dice que "ser capaz que la gente sienta frío durante el verano es un signo de poder" y que por ello muchos establecimientos de prestigio tienen la temperatura baja. ¿Los gringos son fríos y los españoles cálidos?

La sensibilidad térmica es una prueba para la convivencia. En materia de temperatura me declaro liberal: "Entre los individuos como entre las cobijas, el respeto por el hipotálamo ajeno es la paz". En un matrimonio suele haber una negociación de alcoba que usualmente se resuelve con un par de frazadas, pero no siempre.

Cada cultura tiene su antídoto. A diferencia de los hoteles gringos, en España sí abren las ventanas.

Nos-otros

Mientras evoco sitios medievales, no deja de ser contradictorio que la condición que hoy les da cierta aura para atraer prosperidad y visitantes es su muralla o los vestigios de ésta. Qué paradójico resulta ver que aquello que se erigió para separar, hoy sea una fuente de magnetismo y generación de valor. Vemos con asombro la belleza de la mayoría de los lugares fortificados, espacios que conservan elevados muros almenados, rodeados de obstáculos hechos por el hombre o infranqueables barreras naturales. De las fosas perimetrales a los linderos escarpados, la intención humana ha sido defenderse contra potenciales agresores. Así nació París.

De Kotor, en Montenegro, encanta cruzar la ciudad amurallada e imaginar la vida medieval cuando salir del resguardo era exponerse a peligros inminentes; afuera están los otros, siempre los otros, los diferentes, los que anhelan vivir como nosotros, construir prosperidad para ellos (en el mejor de los casos) si no es que quieren entrar a destruirnos. A tan sólo unos kilómetros de Lisboa está Óbidos, un villorrio de casas entejadas, muros blancos con buganvilias y callejuelas de piedra; se parece a tantos pueblitos mexicanos, la diferencia es que está dentro de un polígono amurallado en lo alto de un cerro y conserva un castillo, su contexto medieval es la fuente de su subsistencia, miles de turistas cruzan su muralla y toman licor de ginja.

Estos sitios fueron un nos-otros y ahora son un nosotros. Nos era "yo y los que conmigo se asocian, nosotros". El temor a los otros escindió la raíz de palabra. Las murallas y las barreras son parte de la historia del ser humano, responden a uno de los motivadores más grandes, el miedo. Estos días he escuchado muchas manifestaciones sobre el negro futuro que nos espera luego de una nueva edición por venir de murallas y barreras por parte de nuestro vecino del norte. Pero también he escuchado voces de optimismo que invitan a sacar lo mejor de nosotros y a adaptarnos a las nuevas reglas del juego, o al nuevo juego. Ningún muro evita ver el cielo estrellado.

Ciertamente la buena vibra y la energía que proyectemos son componentes necesarios para enfrentar el futuro, pero habrá que recordarle al presidente Peña aquello de "las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas". Es difícil arengar a la buena vibra y a una mejor patria cuando en tus narices se te escapa el priista veracruzano Duarte, en su momento, modelo de una nueva clase política para nuestro mandatario. Es complicado proyectar buena energía cuando, en un acto de cinismo extremo, los diputados recortan el gasto en sectores prioritarios y se lo aumentan ellos. Sin hechos contundentes, el esotérico talismán al que parece aludir el Presidente no será sino otro eslabón más en la pesada cadena que lo sumirá en el juicio de la historia.

Un muro fronterizo es una mala respuesta a una buena pregunta. Nadie le construye muros a su fuente de beneficios (varias de las promesas de Trump son un disparo en el pie). No hay lealtad a las marcas sino a los beneficios que éstas representan. Cuando los demás te ven caro, lo que tienes que hacer es elevar tu valor. El próximo gobierno de la República (a éste me parece iluso pedírselo) deberá contemplar una estrategia de Estado para elevar el valor de México y de los mexicanos en Estados Unidos pero también en el mundo. A mayor valor percibido, mayor respeto. En la generación de resiliencia debemos encontrar las claves para pasar del dicho al hecho.

El único temor que debe preocuparnos es a nada más tener temor.

Las murallas son necesarias porque hay enemigos, los enemigos son necesarios porque somos humanos. En Construir al enemigo, Umberto Eco escribió: "Tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo". Aquí radica una de las claves del triunfo de Trump, y del impulso de líderes mesiánicos, pero también de la oportunidad que nos aguarda.

Viene a mi mente el Dale Carnegie que tanto marcó mi juventud: "Y al mirar hacia afuera los dos presos, uno vio lodo, pero el otro estrellas". Escojo esa lejanía.

domingo, 30 de octubre de 2016

Escalones de culto

Me interesa, algunos lo saben, el comportamiento humano, especialmente el colectivo, ése que forma un patrón, un molde al que se adhieren, nos adherimos los demás sin necesariamente razonarlo. Entender el mecanismo social de por qué la gente hace tal o cual cosa es entender, en cierta forma, la historia de la humanidad. Estoy convencido que la conducta social es manipulable, lo cual, aunque potencialmente peligroso, también guarda la posibilidad de cambios positivos. Por eso respondo "sí", cuando me preguntan si, como sociedad, tenemos remedio en México ante calamidades como la corrupción.

Los cambios de conducta grupal pueden tardar generaciones o días, todo depende del contexto. Hace unos cuantos años, por ejemplo, el gel desinfectante era un producto de bajísimo, si no es que nulo, uso masivo. Hoy lo vemos en infinidad de sitios públicos, ya es parte del panorama. La costumbre nos vino de golpe, fue un evento traumático ante la amenaza de un virus letal.

El cine tiene el poder de cambiar conductas y forjar tradiciones, su influencia como instrumento de adoctrinamiento debería estudiarse. Cuando estas letras se publiquen, ya habrá sucedido un insólito desfile en la Ciudad de México. Producto de icónicas escenas de la película Spectre, de la serie del agente 007, se espera la marcha de osamentas gigantes, catrinas y otros símbolos asociados a la tradición mexicana del Día de Muertos. Me parece un acierto que las autoridades capitalicen la inversión cinematográfica en la creación de una nueva conducta que será incorporada a la tradición existente. No se espanten los puritanos, las tradiciones evolucionan, están vivas, su formación es orgánica como las ramas de un árbol.

En la Rua das Carmelitas 144, en la ciudad de Oporto, sucede un comportamiento ritual digno de verse. El punto es el lugar de una centenaria librería. ¿Acaso leen tanto los portugueses? ¿Qué puede atraer a una multitud todos los días a un sitio donde nada más venden libros? La respuesta está en que las cosas valen más por lo que significan que por lo que son. La Librería Lello, considerada por muchos como la más bella del mundo, es un lugar mágico para quienes gustamos de la confortable compañía de las páginas, también para los amantes de la arquitectura y, claro, altar de culto para los fanáticos, y no tanto, de Harry Potter.

Se cuenta que la autora de la exitosa serie vivió un tiempo en Oporto mientras enseñaba inglés y que la librería en cuestión le sirvió de inspiración para crear un colegio de magia, nada menos que Hogwarts, cuya espectacular escalera, dice la leyenda urbana, emula la célebre escalera de la Librería Lello. En materia de comportamiento colectivo las cosas no tienen que ser verdad, basta que lo parezcan. Resulta que 4000 turistas por día visitan esta librería. Bastó con la propagación de cierta información para convertir una estantería en un santuario. Esto me provoca sentimientos encontrados. No dejo de pensar cómo sería una visita a la Librería Lello antes de ser asediada por la multitud que, por cierto, tiene que pagar 3 euros por persona para poder entrar. En la compra de un libro te reembolsan el costo del boleto. Claramente, la mayoría de las personas no entran a una librería sino a un lugar asociado a una historia (Harry Potter), se trata de un juego de símbolos. Así se crea la fama de los lugares, así aparecen los imperdibles en los itinerarios de viaje. El mecanismo que atrae a millones a una mezquita, a la Capilla Sixtina, al Louvre, al Muro de los Lamentos, al Santuario del Tepeyac y tantos más, es el mismo.

Dicen los que saben que una escalera le da personalidad al lugar. Sin menosprecio de sus magníficos estantes, su bella ebanistería, sus lámparas y vitrales y la espectacular fachada estilo neogótico, la Librería Lello es su escalera. Tiene el magnetismo de las lunas llenas, no puedes dejar de verla. Como una gran boca abierta, su lengua roja te invita a subir. En su primer descanso el camino se bifurca en dos espirales que habrán de encontrase nuevamente peldaños más arriba. A pesar de su solidez, tiene cadencia y holgura. Sobre sus escalones rojos esperé una fracción de segundo hasta quedar solo. Luego, como tantos miles, sin pensarlo, me tomé una foto.

lunes, 24 de octubre de 2016

Lo aprendí de una empanada

Me dijeron "es el mejor lugar para probar las empanadas argentinas". Estaba yo en Buenos Aires y sabía que la recomendación podría ser exagerada, es como si alguien en México te habla del mejor lugar para probar tacos. Con esa salvedad en mi cabeza y con mucha hambre en el resto del cuerpo, llegué a un modesto lugar en espera del santuario culinario anunciado por un amigo bonaerense. Efectivamente, las empanadas muy buenas, eran de horno, su costra dorada traía algo de fuego y de ladrillo. Pronto llegó la decepción.

Como es natural para un mexicano, pedí salsa chimichurri. El mesero hizo un gesto como si le hubiera preguntado por una empanada de huitlacoche, luego dijo que trataría de conseguirla. Fue entonces cuando vi a los demás comensales, en ninguna mesa había el tradicional aderezo argentino, muy usado en sus asados.

¿Por qué los mexicanos aderezamos las empanadas argentinas con chimichurri? Mi deducción es que como casi a todo le echamos salsa, como el picante es parte de la identidad cultural, seguramente en alguno de los restaurantes argentinos que tanto nos gustan en México, alguien pidió salsa picante, y lo más cercano a "picante" para un argentino es la chimichurri que, como sabemos, es totalmente inofensiva pero da sabor. A partir de ahí la costumbre de asociar empanadas con chimichurri forjó un estereotipo, un constructo social, también un mito. Hay extranjeros que se desencantan en México cuando ven que su cerveza no tiene una rebanada de limón atorada en el cuello de la botella. La publicidad ha construido una imagen que para muchos, en otros países, es una verdad.

El presidente Peña, al inaugurar la Semana Nacional de Transparencia 2016, dijo que en materia de corrupción nadie puede arrojar la primera piedra y que todos somos parte de un modelo "que hoy estamos desterrando y deseando cambiar". No estoy de acuerdo en la generalización y menos en equiparar todos los casos de corrupción como si fueran igualmente graves. La declaración fue considerada como una ofensa por muchos y como una confesión de parte, por otros. Lo rescatable para mí es que efectivamente todos somos parte de un modelo, es decir un sistema, que hace que las cosas funcionen cuando hay corrupción, y promueve frenos para que exista el incentivo de quitarlos. En Vecinos distantes, Alan Riding se refiere a la corrupción mexicana como lubricante y engrudo. Tiene razón.

El que seamos parte de ese sistema no quiere decir que todos seamos corruptos o que la corrupción sea incurable. Lo grave es que nosotros mismos construyamos, por acción u omisión, un estereotipo de que los mexicanos somos corruptos.

Yokoi Kenji es un joven nacido en Colombia donde creció sus primeros diez años, luego vivió en Japón. Físicamente parece nipón, culturalmente es latino con una mezcla de la cultura del sol naciente. Se ha dedicado a demostrar que vivimos con muchos mitos, que los japoneses son más inteligentes, por ejemplo. Durante sus primeros años en Japón vio que los niños japoneses eran muy similares a los colombianos, gritaban, molestaban igual. La diferencia que encontró fue la gran disciplina (el respeto por las normas) que se tiene en Japón. Llegó a la conclusión de que los japoneses valoran más la disciplina que la inteligencia. Su caso, al ser un individuo nutrido de dos culturas, demuestra que la corrupción es sistémica, es cultural, no está en los genes, no atenta contra el nacionalismo, está en los hábitos sociales promovidos por la mayoría de los ciudadanos.

La construcción de un nuevo estereotipo mexicano debería ensalzar conductas positivas, actos donde un mexicano actuó sin corrupción. Pero debemos empezar por nosotros, por casa y por acciones de vida cotidiana. Luego en las escuelas. No se trata de ganar el premio nacional anticorrupción, se trata de ganar la secreta e íntima satisfacción de dar un buen ejemplo desde aquello que pensamos que no importa.

Los estereotipos cambian creencias, las creencias cambian conductas. Esto es tan cierto como que la salsa chimichurri no pica.

Caleidoscopio en París

Llegué a París y no todo es luz. Por acá está la sede de la Unesco donde hace unos días el gobierno mexicano votó en contra de que se reconozca el vínculo del pueblo judío con uno de sus lugares santos, el Monte del Templo, en Jerusalén. A la cuestionable posición de México hay que añadir la lamentable destitución del embajador mexicano ante la Unesco, Andrés Roemer, un hombre capaz que ha tenido que pagar injustamente los platos rotos por la torpeza de sus superiores. Por si fuera poco, se ha desatado un linchamiento social en contra del ex representante mexicano, que en poca medida atañe al asunto de la votación en la Unesco y es más bien la expresión de un preocupante sentimiento de odio (schadenfreude es el placer derivado del infortunio ajeno).

La naturaleza humana ha cambiado poco con el paso de los siglos. Es el mismo París del odio religioso que terminó en la masacre de San Bartolomé, asesinato en masa de protestantes durante las guerras de religión en el siglo XVl. Es esta la capital que hace unos meses experimentó el extremismo religioso musulmán en forma de terrorismo. La intolerancia es una materia latente en el ser humano, a veces basta el discurso explosivo de un fanático que a través de una inyección de miedo detona el lado oscuro de la gente.

Lo saben los parisinos, su secreto mejor guardado es su volátil clima. Contrario a Londres, del clima parisino no se habla. Por su lado luminoso, es fácil enamorarse de París. Escribo desde el Petit Palais, emblemático museo de la capital francesa. Si tengo suerte y tiempo, espero visitar la tumba de Carlos Fuentes en Montparnasse, también la de Porfirio Díaz y la de Julio Cortázar. Tres figuras de mi devoción. Mientras camino por estas calles centenarias es inevitable pensar en Rayuela, en los recorridos parisinos de Horacio Oliveira y sus encuentros con La Maga, especialmente al cruzar el Pont des Arts que, como viejo bonachón, tiene unos kilos de más, por culpa de los enamorados y de la literatura. El puente luce repleto de los "candados del amor". Miles de parejas "sellan" su compromiso atorando un candado en los puentes de París, luego arrojan la llave al Sena. Se cuenta que la costumbre inició por la novela Tengo ganas de ti, del italiano Federico Moccia, donde una pareja de enamorados coloca un candado en el puente Milvio, en Roma. De unos años para acá varias ciudades europeas han tenido que soportar la dualidad de esta superstición que se cura con un cerrajero.

Por un lado, estos rituales atraen gran cantidad de turismo, por el otro, comprometen la integridad del patrimonio. El ayuntamiento de París retira hasta 70 toneladas de candados cada seis meses, un sobrepeso que ya ha provocado desprendimientos en puentes históricos, y tal vez más de algún divorcio.

En uno de estos puentes varias parejas se tomaban fotos. Escuché a una mujer reclamar a su compañero que repitiera la foto porque había salido despeinada por el viento. "Observa que salga bien mi cabello", dijo ella. Le comenté a mi esposa que la foto tenía que ser natural, que el viento era parte del momento. No entiendes bien, me dijo, a las mujeres con cabello largo el tema del viento es importante, ustedes los hombres generalmente no sufren por ello.

En el Palacio de Versalles encontré otro paralelismo. En esta opulenta residencia campirana que Luis XIV mandó edificar en las afueras de París, cuando uno ve tal ostentación, es fácil entender el descontento popular que dio origen a la Revolución francesa. Fue inevitable recordar el escándalo de la llamada casa blanca presidencial en México, no cabe duda que la naturaleza humana sigue siendo la misma, por ello la historia se repite (guardadas las proporciones) en otros tiempos y con otros actores.

En los jardines del palacio caminamos hacia el estanque de Neptuno. Se nos atravesó una pareja de peruanos y lo que escuchamos nos arrancó una carcajada. Entendí siglos de historia en un instante, justo cuando la peruana posaba para una foto y le decía a su compañero: "no te olvides de cuidarme el cabello".

Soplaba el viento. Si mi esposa me pide una fotografía, no me temblará la mano. París bien vale una foto.


jueves, 6 de octubre de 2016

Vivir en la sospecha

Vibrante como las grandes metrópolis del mundo, la ciudad de Nueva York es un monumental laboratorio de observación para la conducta humana. Una ciudad donde la diversidad ha sido uno de sus motores para el progreso, donde la mezcla de razas y visiones ha producido individuos con gran resiliencia y tolerancia a lo otro que, generalmente, ha sido visto como recurso y no como amenaza. Pocas ciudades en el mundo han construido una identidad tan fuerte como Nueva York. La campaña icónica de "Yo amo NY" no sólo produjo un elevado sentido de pertenencia entre los neoyorkinos, también generó una moda para llamar a las ciudades a través de siglas (desafortunadamente esa tendencia nos alcanzó, el hermoso e histórico nombre de Ciudad de México ahora es acortado con el frío CDMX).

El sentido de pertenencia se forja cuando los intereses de una comunidad se practican cotidianamente y tienen relevancia en la vida de las personas. Hoy a los neoyorkinos no sólo los une el ser de Nueva York, también los une el miedo. Los efectos postraumáticos de los ataques terroristas del 9/11 modificaron la forma de ver el mundo de millones de personas. Ese miedo acaso tenga su epicentro en Nueva York.

Desde su cicatriz, Manhattan resurge. En las inmediaciones del abatido World Trade Center hubo una estación de transporte urbano que también fue destruida por los ataques terroristas. En ese sitio hoy se levanta una construcción monumental llamada Oculus, diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava. El interior, asombrosamente blanco, tiene una estructura que semeja el esqueleto de una ballena. Desde el exterior, la enorme cola del cetáceo se sumerge en el subsuelo. El juego de luces, las formas y las miles de personas hacen un verdadero festín para los fotógrafos. Reconforta saber que donde hubo tanta destrucción ahora exista tanta belleza.

La paranoia neoyorkina se contagia. Uno no puede ver un bulto abandonado sin pensar en la siguiente explosión. El sistema de transporte urbano de la ciudad lanzó desde hace varios años una campaña de vigilancia colectiva que hasta hoy persiste: "Si ves algo, di algo" con la que se invita a los neoyorkinos a reportar "actividad sospechosa", de modo que los enemigos públicos número uno ahora son: paquetes sin dueño o abandonados, personas en actitud rara o vestidas inapropiadamente (así de subjetivo), cables expuestos, personas que atenten contra las cámaras de vigilancia o estén en zonas restringidas. Si bien esto ha creado ciudadanos más conscientes, también los ha hecho paranoicos.

La versión actual de la campaña muestra rostros reales de ciudadanos que ya reportaron algo. Sin embargo cuando uno conoce los testimonios se encuentra que en la gran mayoría se trataba de falsas alarmas, pero donde el temor o incluso terror fueron reales. Es inevitable pensar en Orson Welles y su icónica dramatización de La guerra de los mundos, desde una estación de radio, cuando en 1938 provocó un terror colectivo entre miles de habitantes que sufrieron un shock al creer que los marcianos estaban atacando terrícolas con gas letal y pistolas desintegradoras en Grover's Mill, New Jersey.

Muchas ciudades en México sufren una creciente ola delictiva. No hemos experimentado actos terroristas pero vivimos con miedo. Una campaña al estilo "si ves algo, di algo" podría funcionar para elevar las denuncias anónimas que permitan una lucha efectiva contra el crimen. Total, paranoicos ya estamos. Entre nosotros ha vivido aquello de "piensa mal y acertarás", que otrora lo atribuíamos a sospechas más sanas. Cuando veías a tu vecino tirar un bulto a media noche pensabas en que estaba deshaciéndose de su basura, hoy te imaginas un posible cadáver.

Lo que no tenemos en México y sí lo tienen los neoyorkinos es un ingrediente fundamental para un sistema de vigilancia colectiva: confianza en la policía. Se ve remoto que un "si ves algo, di algo" pueda funcionar si al llamar uno le está avisando a los malos.

Dentro del Oculus se le ocurrió a mi esposa que alguien nos tomara una foto. Para no salir retratado con una bolsa en la mano, la dejé a unos 3 metros de distancia. Y súbitamente sentí el peso del bulto abandonado. En aquel enorme hormiguero humano fui potencialmente terrorista.

Quemar el futuro

Felices 60's, querido Villoro.

 

Los seres humanos somos contradictorios. Por generaciones hemos abandonado el campo en aras del progreso que idealizamos en las urbes de acero y concreto donde la habilidad de recoger aguacates se ha transformado en seleccionar especímenes maduros en el departamento de frutas y verduras. Vivimos horas en oficinas rodeados de tecnología y para compensar tanta dosis de civilización nuestro protector de pantalla es una secuencia de imágenes de la naturaleza. Anhelamos autos con comodidades que no tuvieron los emperadores de otras épocas y celebramos los lugares donde la bicicleta manda. En la escala de la felicidad paradójica, manubrio mata volante.

Hace pocos años conocí la isla de Holbox, Quintana Roo. Aquellos días entre iguanas que (como los pinzones de Darwin) no le temen al hombre, entre paisajes espectaculares y fósiles vivientes como el cangrejo herradura (un acorazado con forma de nave intergaláctica), nidos de águila crestada en los postes de luz, calles de arena clara sin más tráfico que el de las hormigas, encontré una civilización avanzada donde se ha dado una generosa mezcla entre habitantes mayas y ciudadanos europeos que han encontrado en la isla un paraíso en la tierra.

Este edén está amenazado por la voracidad del hombre. A las historias que hay contra el gobernador Borge y su familia, en las que se cuenta que se han apropiado de terrenos en zonas privilegiadas del estado, se suma el incendio (intencional según la Profepa) de 87 hectáreas en una reserva natural (supuestamente protegida), que según grupos ambientalistas y ejidatarios locales apuntan a los intereses de particulares para cambiar el uso de suelo y edificar un complejo turístico.

Holbox ha representado una isla del tesoro desde los primeros piratas que en otros siglos merodearon sus playas, también para una voraz faceta de la industria turística que, como en un juego de mesa donde se exalta el monopolio, discute la rentabilidad de comprar tierras vírgenes desde Londres, Nueva York o Ciudad de México. No es nueva la sucia maniobra de quemar la tierra para inducir el desarrollo de un supuesto futuro y bienestar local, junto con la corrupción de autoridades que ceden a los cañonazos millonarios. Celebro que la Profepa haya solicitado que la zona siniestrada quede bajo vigilancia especial durante los próximos 20 años para que se pueda regenerar la flora y la fauna.

En Arrecife, novela de Juan Villoro, el complejo turístico La Pirámide fue erigido en tierras arrebatadas a pescadores, habitantes de Kukulcán, cuya "reserva biológica se transformó en campos de golf... los monolitos de cristal y acero dominaron la costa", ahí, el empleado de un consorcio inglés, gerente del hotel que vende adrenalina a turistas sadomasoquistas, apunta cínicamente lo que hoy podemos decir sobre el ecocidio en Holbox: "La naturaleza le gusta a todo mundo y los cachorritos de todas las especies agitan el corazón, pero si no estropeas algo no comes".

No se trata de negar el progreso y menos el desarrollo, el punto es entender que uno de los valores turísticos y sociales de Holbox es su condición de aislamiento. Esta característica de su ADN debe ser preservada, es el verdadero tesoro pues, mientras otros desarrollos ceden al crecimiento desmedido que vuelve difusa (o destruye) su identidad (véase Cancún y Playa del Carmen), aquellos sitios que conservan su tradición y pueden innovar sin traicionar su identidad, elevan su valor; ahí está el caso del centro histórico de Puerto Vallarta y de los maravillosos pueblos mágicos que tenemos, sitios que han ganado la batalla al neón, al asfalto y al todo incluido. Holbox tiene una medalla más: no hay automóviles, no hay semáforos, no hay gasolineras, ¿qué tal eso como símbolos del verdadero progreso?

En Holbox es posible cenar comida italiana atendidos por una europea y mexicanos, tomar un café expreso sobre la arena, probar una pizza de langosta con un toque de chile habanero, nadar junto al tiburón ballena, ver caer el sol y alimentar a las iguanas, sentir la superioridad de la piedra caliza sobre el mármol y la cálida fuerza de la madera sobre el acero.

Algún día el futuro será como en Holbox. Y no habrá relojes. Bastará con ver las estrellas.

domingo, 18 de septiembre de 2016

El bien hacer mexicano

Su madre se suicidó con pastillas. Su padre lo abandonó y fue criado por su abuelo de quien sospecha afectó por siempre la vida de su madre por un episodio oscuro que nunca le contaron. Se llama Enrique. En la secundaria donde es profesor sustituto los alumnos lo insultan. La violencia es tan cotidiana como las hojas de un árbol en verano. Los padres de familia, sintiéndose ajenos al problema, son tan violentos como sus hijos y culpan de todo a la escuela. Otros profesores arrastran su propio infierno. Uno llega a su casa y la esposa ni le habla, en las mañanas se aferra a las rejas de la escuela para ver si alguien lo nota. Otro toma pastillas para aguantar el manicomio que implica trabajar entre la desesperanza. La directora está preocupada de que no la corran y el comisionado de distrito ya les avisó que dado el mal desempeño del colegio, las buenas familias se han mudado de vecindario y eso ha impactado negativamente el valor de las propiedades, incluyendo el terreno de la escuela, única minusvalía que le aflige. Un estudiante mata a golpes a un gato, otra alumna habla de suicidarse mientras interviene fotografías donde borra los rostros. Su padre desestima sus habilidades artísticas y le ruge que mejor baje de peso.

Es un caos, reflejo de un mundo disfuncional, una semblanza lúgubre y desesperanzadora, una espiral hacia la degradación. Es Detachment, una película distópica en la que el profesor Henry Barthes intenta hacer la diferencia con sus alumnos pero es incapaz de construir un apego emocional con ellos. Es también una gran metáfora, un fractal, algo más grande que los linderos de un colegio.

Me acordé de México, el país malhumorado donde existe abrumadora evidencia para documentar nuestro desánimo: un gobierno que, como apunta Luis Rubio, ha sido incapaz de mantener la expectativa que generó de saber cómo gobernar, un crecimiento económico que no termina de desilusionarlos, un sistema social corrompido hasta la médula, una inseguridad rampante y un mal que nos abate en cada metro cuadrado: impunidad.

En una de las escenas más memorables, el profesor Henry Barthes llama a sus alumnos a defenderse de un holocausto social que ha deformado particularmente a los jóvenes, con falsas creencias, y les dice que para defenderse deben aprender a leer, para estimular su propia imaginación, cultivar su conciencia y su propio sistema de creencias. "Necesitamos habilidades para defender y preservar nuestra mente". Y yo diría en México, preservar nuestra salud mental, detener lo que nos drena emocionalmente.

En La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe (referida en la película), la ruina es progresiva e inevitable, pero en nuestra casa, México, no tiene por qué serlo. En cada sobremesa, en cada aula de clases donde se enumeren los males que nos aquejan, habrá que contrarrestar con una lista de activos e historias reales que nos llenen de energía. Todos conocemos el bien hacer de un mexicano, el policía que regresó una cartera, el burócrata que actuó diligentemente, el inspector que no pidió mordida, el funcionario público que genera superávit financiero, el médico que no operó innecesariamente, el constructor que cumplió con las especificaciones, la licitación que no era una simulación, la ciudad que ganó un premio mundial por su limpieza, la maestra que sí se presentó a dar clases, el marchante que despacha kilos completos, el alumno que decidió no copiar, el diputado que rechazó un moche, el adolescente que dijo "no" a tener una licencia de manejo falsa, el comensal que regresó una cuenta porque le estaban cobrando de menos, el federal que no aceptó un soborno, el empresario con labor social encomiable, el samaritano que ayudó a uno de nuestros hijos en la calle, la empleada de una farmacia que le prestó dinero a un cliente para comprar la medicina del hijo enfermo, el conductor de Uber originario de Huautla, Oaxaca, que hace 3 años llegó a la capital y no hablaba español, el comunicador que se arriesgó a denunciar. Todos estos mexicanos han existido para mí. ¿Cuáles son los tuyos?

Habrá que reconstruir el apego emocional con la patria. No podemos permitir que la casa se nos caiga encima. Nuestra reserva nacional de optimismo está en un sitio: nosotros.

domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Dialogar o insultar?

Tras la visita de Trump, me sorprende que las declaraciones del primer mandatario y de su ex secretario de Hacienda borden en el maniqueísmo al decir que nada más había dos opciones, o dialogar o "... francamente la del enfrentamiento, la estridencia y contestar con insultos...", como dijo el presidente Peña a Carlos Marín.

Había otras opciones. Recordé un emblemático título de negocios de los ochenta, un clásico en materia de negociación: Getting to yes, Negotiating Agreement Without Giving In (Obtenga el sí, el arte de negociar sin ceder) de los profesores de Harvard Roger Fisher y William Ury.

No soy ingenuo para creer que todo lo que funciona en la academia funciona en política, pero hay varios puntos destacables. La obra sostiene que cualquier forma de negociación debería ser juzgada por criterios clave: debería producir un acuerdo inteligente (si el acuerdo es posible), debería ser eficiente y debería mejorar o al menos no dañar las relaciones. Fisher y Ury proponen 4 principios de negociación.

El primero tiene que ver con la gente y es contundente: separa a las personas del problema. Desde mi columna anterior tuve cuidado en señalar que Trump era enemigo de los intereses de México y de los mexicanos, no que él fuera el enemigo. Al personalizar el problema se tiende a ver al individuo como el problema. ¿Diálogo o estridencia? No era la pregunta, el punto era la forma de diálogo. La teoría de negociación de Harvard es "ser duro con el problema y suave con la persona". La posición presidencial no era insultar a Trump, en eso coincido con el Presidente, era mostrarse firme ante el problema: el insulto, las descalificaciones y los ataques a mexicanos y a los intereses del país. Uno no le menta la madre al visitante, como sugirió Marín, uno centra el diálogo en la falta cometida, "insultar y descalificar a quienes forman parte de la sociedad norteamericana es atacar los intereses de esa misma sociedad".

Hay que negociar por intereses, no por posiciones. Es común que las partes en una negociación tomen posiciones, generalmente encontradas con las del interlocutor. Hablar de posiciones lleva a una trampa, la salida es centrarse en intereses. La pregunta no es si quieres o no un muro, sino por qué quieres un muro. La respuesta lleva al interés. Si los indocumentados no cruzaran ilegalmente, ¿sería necesario un muro? El interés no es el muro per se, es la frontera segura y funcional, y la amenaza percibida por una de las partes de que los migrantes son un problema, no una solución. Centrarse en cómo tener una frontera segura y funcional y demostrar que los migrantes son parte de una solución y no un problema, debería ser el tópico que centrara el diálogo cada vez que la contraparte tercamente hablara de su posición. A "voy a construir un muro" una respuesta puede ser "el punto no es si tener un muro o no, el punto es cómo podemos tener una frontera segura".

Es fundamental generar opciones. Éstas deben buscar respuesta a un "¿Cómo podríamos...?" que responda al interés común de las partes. Reconocer que hay una preocupación legítima del vecino del norte por detener la migración ilegal, facilita el entendimiento. Si se desea que no crucen drogas de acá para allá, una alternativa es atacar el consumo local en EU para bajar la demanda. Si se desea que no crucen armas de allá para acá, una alternativa es terminar con la doble moral política y la corrupción que facilita el tráfico de armas. El muro es la posición que resulta del interés, pero no necesariamente es la mejor solución.

El cuarto principio tiene que ver con establecer criterios objetivos para salvar diferencias. A "los mexicanos nos quitan empleos" una salida puede ser "Hablemos de los beneficios que el TLCAN ha generado para Estados Unidos según sus propias cámaras de comercio".

JFK dijo "Nunca negociemos por miedo. Pero nunca tengamos miedo a negociar". Ser amigable y suave cuando el otro es el duro termina dañando al suave. La dureza presidencial tuvo que haberse dado en la enfática defensa de los intereses patrios, no en el insulto. Pudo haber sido suave con la persona y duro con el problema. Fue suave con ambos.

Si me preguntan cuáles son los tres libros que más me han influido, ya saben de uno.

domingo, 4 de septiembre de 2016

3 minutos en agosto

Corría el año de 1957 en la capital mexicana, al calor de una tertulia dos familias emparentadas conversan de cualquier tema. Los visitantes elogian la casa y los anfitriones responden que la venden y además a buen precio. Fue literalmente una venta nocturna. Los nuevos inquilinos nunca imaginaron que su vida cambiaría por culpa de un vecino bravucón apodado El Dandy que, en su afán frustrado de conquistar a una de las jóvenes hijas, respondió con violencia. Fueron frecuentes las pedradas que por la noche rompían los vidrios de las recámaras, los acosos en la calle, las amenazas de quemar la casa. El padre de esa familia, un artista del pincel y el óleo, decidió enfrentar al enemigo con una acción inaudita: lo invitó a cenar a su casa. Teniéndolo en su territorio, lo atacó sin piedad con su arma letal: el buen trato y la palabra. Fingiendo no saber quién era el causante de aquellas fechorías, le pidió consejo y ayuda al visitante. Cesaron para siempre las agresiones.


De no haber salido bien ese arriesgado episodio, tal vez yo no hubiera nacido. Aquella jovencita era mi madre. Mi abuelo materno tenía el don de la palabra y El Dandy resultó ser un tipo razonable. Eran tiempos en los que hasta los malosos tenían cierto honor. Con esto de ninguna manera avalo la decisión presidencial de haber invitado a un individuo que se ha posicionado como enemigo de los intereses de México y los mexicanos. Trump no es El Dandy y Peña Nieto no tiene la elocuencia de mi abuelo.

Acabo de ver la estupenda puesta en escena de 3 días en mayo (inspirada en las revelaciones del diario de Sir John Rupert "Jock" Colville, en su juventud secretario de Churchill), dirigida por Lorena Maza. El recién nombrado primer ministro enfrenta un duro dilema entre firmar la paz y someterse a Hitler o enfrentarlo. Era 1940. Sabemos lo que decidió y sabemos que su decisión cambió la historia del mundo. Lo que no conocíamos es la visión íntima de los debates del comité de guerra y la pasión y determinación con la que el carismático líder supo estar a la altura de las circunstancias, supo defender a su pueblo y llevarlo a la victoria.

Guardadas las proporciones, no estamos en guerra con ningún país y Trump no es Hitler (aunque el Presidente ha hecho alusiones a la "retórica estridente" de líderes fascistas y a las del candidato republicano), pero esperábamos una contundente defensa que no llegó y para colmo empeoró el panorama.

Y la defensa no llegó porque el Presidente carece de una arma diplomática fundamental: la elocuencia. Desprovisto de los renglones oficiales y acartonados que ya había leído, quedó a merced de una sorpresiva conferencia de prensa provocada por Trump al tomar una pregunta y luego cederle, con un gesto corporal, la palabra al Presidente, quien a la deriva fue incapaz de responder con contundencia y encima nos asestó el letal golpe al decir que los mexicanos hemos malinterpretado a quien durante un año nos ha ofendido. (Ver un imperdible análisis de lenguaje corporal https://www.youtube.com/watch?v=TuP5lu4jj60).

Como recrear un penalti fallado, en mi mente lo anoto: "Señor Trump, la historia demuestra que los muros nunca han sido la solución a los problemas del hombre. Sólo los puentes de la cooperación y el diálogo crearán las condiciones para un futuro próspero de nuestras naciones. Aunque reconozco el derecho legítimo de cualquier país para construir un muro en su frontera, estoy en contra de esa idea y sepa que los mexicanos no vamos a pagar por ello. Ante usted aquí, en esta residencia oficial, me acompañan mexicanos ilustres que han triunfado y viven en Estados Unidos. Aquí está uno de sus mejores médicos, el Dr. Quiñones, mexicano respetado y admirado en Estados Unidos. Junto a él hay empresarios, activistas, trabajadores, todos ellos han hecho que Estados Unidos sea mejor de lo que es, ninguno de ellos es violador, criminal ni traficante. Señor Trump, sus declaraciones han ofendido a millones de mexicanos, les debe usted una disculpa. Antes de irse tiene la oportunidad histórica frente a ellos y frente al mundo".

Enrique Peña Nieto tuvo 3 minutos en agosto para dar un giro a la historia. Ante los ojos de la nación y del mundo, los dejó pasar por obra, palabra y omisión.

lunes, 29 de agosto de 2016

No soy un robot, todavía

Es 1997, el tablero está puesto. El campeón mundial Garry Kasparov enfrenta a Deep Blue, la computadora de IBM que en 1996 fue derrotada por el ruso, en una demostración de que el humano es superior a las máquinas. Luego de un año tal vez Kasparov sea mejor jugador de ajedrez. Deep Blue es, sin duda, un mejor programa que su versión anterior. En el sexto y decisivo juego, después de 19 movimientos, Kasparov se rinde. Su derrota es un parte aguas en la historia de la inteligencia artificial. El mejor cerebro humano en ajedrez, falible al fin, sucumbió ante 256 procesadores, capaces de analizar sin fatiga 200 millones de movimientos por segundo.

Gracias a Alan Turing la Segunda Guerra Mundial terminó antes. Su trabajo como pionero en el desarrollo de algoritmos y programas computacionales permitió descifrar códigos nazis usando una máquina electromecánica. De la rueda a la máquina de vapor, del automóvil al algoritmo, las máquinas han extendido las capacidades del hombre. En el futuro la mayoría de los trabajos serán realizados por robots, artefactos inteligentes capaces de aprender y mejorarse.

En 1951 Turing escribió: "En algún momento habrá que esperar que las máquinas tomen el control". Nos guste o no, los robots están teniendo un mejor desempeño que los humanos para hacer predicciones, pronto harán tareas domésticas, lucharán contra la contaminación, cada vez más nos transportarán de forma autónoma y explorarán el espacio, lucharán contra el crimen, harán diagnósticos médicos, cirugías, cuidarán de los sistemas financieros. Las impresoras 3D harán tortillas "a mano".

Si tuvieras que apostar todo lo que tienes en un juego de ajedrez donde se te da la oportunidad de ir con el humano o con la computadora, ¿qué escogerías? La respuesta parece obvia. Ahora llevémosla a otro terreno. Hay cosas más importantes que una partida de ajedrez, digamos el futuro de una nación donde vivirán tus hijos y los hijos de tus hijos. Imagínate que la gran decisión sobre quién debe liderar un país pueda ser tomada por un grupo de humanos (dentro de los cuales lo que abunda es la falta de capacidad para tomar buenas decisiones) o por una máquina capaz de seleccionar a la mejor persona para ser Presidente. ¿En quién "apostarías" el futuro de tus hijos y de los hijos de tus hijos?

Si fuiste a favor de la colectividad, apostaste por un sistema democrático tal cual lo tenemos hoy. No sé si estás contento con los resultados que este sistema nos ha dado hasta hoy, yo no. Si te inclinaste por la inteligencia artificial, estás a favor de una democracia inteligente, un sistema alimentado con los errores del pasado y lo mejor de las capacidades humanas, en otras palabras, un algoritmo capaz de tomar la mejor decisión posible. Parece utópico ¿no?, también parece inteligente. Asimov tocó el tema en Sufragio Universal, desde 1955.

El otro día escuché decir, "Amazon conoce mis gustos mejor que mi esposa". Nuestra interacción con la inteligencia artificial cada vez será mayor. Reconozco que el avance científico es desafiante en muchos aspectos, el ético quizá sea uno de los más grandes. Quienes vimos en los setentas la ficción de organismos mejorados, como El hombre nuclear y La mujer biónica, nunca pensamos que esas hipercapacidades pudieran ser factibles. Hoy sabemos que sí lo son. Nuestros descendientes podrán retardar el envejecimiento, revertir discapacidades y ampliar su potencial cognitivo, como memoria, percepción, razonamiento.

Con frecuencia tengo que marcar una casilla de alguna página de internet para declarar que no soy un robot, luego, para probarlo, tengo que descifrar unos frustrantes caracteres deformados o seleccionar imágenes con determinado patrón. Supongo que pronto los robots aprenderán a hacer eso y tendremos que validar nuestra humanidad de otra forma. Los algoritmos ya editan videos, escriben música que hace llorar a los expertos, hacen poesía y guiones para telenovelas. Me perturba la idea pero también escribirán columnas en un periódico.

Mientas eso sucede les aseguro: no soy un robot, todavía.

lunes, 22 de agosto de 2016

Narrar lo humano

Empezó con la foto de una anciana vestida de verde. Zapatos, pantalón, guantes, bolsa, bufanda, hasta el pelo y el ornato eran del color del aguacate. A pregunta expresa confesó que desde hace 15 años usa esa tonalidad porque la hace feliz. Luego, Brandon Stanton, fotógrafo aficionado, subió la imagen y el breve diálogo a su página de Facebook. Era noviembre de 2010. Poco más de 2 años después, la ocurrencia ya era un movimiento, un par de libros, conferencias, entrevistas. Vivimos la época de la propagabilidad (término para referirse a lo viral en las redes sociales).

Conocí Humans of New York cuando Daniel, amigo de retos estratégicos, obsesivo y agudo fotógrafo de lo cotidiano, me regaló el libro hace unos meses. A ambos nos gusta la fotografía callejera, ésa que captura momentos intrascendentes con semilla de perenne. Stanton fue despedido como corredor financiero en Chicago, se compró una cámara, y como terapia salió a las calles a tomar fotos, se mudó a Nueva York donde se propuso reunir 10,000 fotografías de desconocidos en la calle para hacer un registro de las diferentes zonas de la metrópoli. Y un día se topó con la mujer de verde. A partir de ahí sus seguidores se multiplicaron. Hoy tiene casi 6 millones de seguidores en Instagram (@humansofny) y más de 17 millones en Facebook (@humansofnewyork). Ya no vive del subsidio a desempleados ni tiene que pedir dinero a familiares para pagar la renta. A sus 32 años es una celebridad que ha trascendido fronteras.

Humans of New York es una compilación de fotos e historias de personas que habitan la ciudad, una que tiene fama de ruda. A través de preguntas provocadoras y siempre bajo el acuerdo del interlocutor, Stanton obtiene algunas palabras que adjunta a las imágenes. Se trata de expresiones profundamente humanas y genuinas, frases que uno trae a flor de piel quizá, palabras que responden a ¿cuál es tu mayor preocupación en este momento? o ¿de qué te has sentido culpable en tu vida?

Acostumbra preguntar si puede tomar la foto. Por supuesto que lo han rechazado muchas veces, su mérito ha sido construir en las ocasiones que le han dicho sí. Su clave, dice, es abordar al extraño con energía positiva para generar el ambiente adecuado. Sus fotos reflejan los temas que nos interesan desde los primeros tiempos: esperanza, dolor, imaginación, frustración, sueños, lucha, compasión, dudas, miradas, razas, costumbres, diversidad, momentos, consejos, lágrimas, risas, amor, tristeza, máscaras, olvido y así. ¿Alguien puede sentirse desligado de estos motivos?

Aunque no lo haya pensado así, el ahora famoso fotógrafo de la calle ha creado un proyecto antropológico y, al retratar la diversidad humana (credos, formas, visiones, mitos y más) se ha vuelto un traductor cultural. Esta sensibilidad ante lo otro lo llevó a escribir una carta pública donde se opone a la visión racista, violenta y xenofóbica de Trump. Su argumento es simple, la decisión de apoyar o no a un candidato no sólo es política sino ante todo, moral. Edifica su trinchera en lo que humanamente hace el bien.

De haber surgido en los ochentas, la foto de la mujer de verde habría estado en el muro de la recámara de Stanton. La tecnología ha hecho que esté en otro muro, el de Facebook. El primero es un muro estático, el segundo propagable. Dice Henry Jenkins, coautor de Cultura Transmedia: La creación de contenido y valor en una cultura en red, que "si el mensaje no se propaga, está muerto", hemos pasado del almacenamiento a la movilidad. De ahí que el contenido de Humans of New York sea ya un movimiento social. El ser humano siempre ha sido un ser social; nunca antes como ahora ha tenido la híper exposición para aprovechar este lado de su naturaleza.

Quienes están en la actividad de generación de contenidos, comercial o cultural, tienen en Humans of New York un ejemplo de propagabilidad; para ser trascendente, el público debe ser parte de la dinámica del intercambio (o del mercado, si le quieren llamar así), una interacción que se hace de entender que hay un gran producto de consumo: las historias, la narrativa humana que seduce y motiva. Desde la caverna hasta Facebook, somos narradores y consumidores de historias.

El muro rupestre sigue vigente.

lunes, 15 de agosto de 2016

Tras bambalinas

Cierto día enfrenté un reto banal: tenía 10 minutos para entrar a una librería y comprar 10 libros que regalaría a una persona muy cercana. No serían títulos al azar sino obras al gusto del destinatario. Recorrí los estantes como un francotirador que va deslizando la mira hasta encontrar el objetivo. En algún momento de mi misión fui interrumpido por una mujer que me saludó con familiaridad. Al verla, supe que la conocía pero no recordé su nombre, circunstancia que mi interlocutora detectó con la habilidad con que un tiburón persigue el rastro de la sangre.

Tiempo después del penoso incidente entendí el motivo de mi súbita amnesia. Al tener escasez de tiempo, dediqué todos mis recursos cognitivos a una tarea. Los procesadores de las computadoras sufren de lo mismo, cuando los recursos del sistema están ocupados en algo, muchas veces se traban. Las decisiones que tomamos cotidianamente tienen una estructura de la que no somos conscientes. Tras bambalinas hay variables que explican por qué hacemos lo que hacemos, particularmente los conceptos de escasez y abundancia.

Permanentemente estamos lidiando con los recursos que tenemos, no es opcional. Lo que cambia es la forma en como tomamos decisiones sobre esos recursos y la forma en que escasez y abundancia condicionan nuestras decisiones.

Las personas del nivel socioeconómico y cultural bajo tienen una visión de vida en base a la inmediatez, la escasez de recursos los lleva a solucionar el hoy, no hay tiempo para pensar en mañana. Pero esta misma circunstancia, la escasez, los hace más creativos, los hace solucionar con lo que hay a la mano. Esta es la razón por la cual hablamos del "ingenio mexicano". Los tramoyistas mexicanos en Hollywood son más creativos para solucionar problemas que sus colegas norteamericanos. Las sociedades con abundancia pueden llegar a atrofiar ciertas capacidades cognitivas, por eso hablamos de "gente cuadrada" ante la escasez.

La escasez produce enfoque, la abundancia desenfoque. Todos conocemos historias de gente de origen humilde que trabajó arduamente y triunfó, y también sabemos de niños ricos que no salieron tan brillantes como los padres y los abuelos. Saber tomar decisiones alrededor de la escasez y la abundancia no sólo debería ser materia de educación de hijos, también de negocios, causas sociales y políticas públicas. El urbanismo inteligente conecta escasez con abundancia. Ante la escasez de tiempo por largos trayectos entre casa y oficina, busca disminuir la distancia.

Una campaña política construye en lo que los votantes consideran escaso. A falta de seguridad y empleo, el candidato bordará su oferta en esos puntos. Una planeación estratégica debería considerar: ¿cuál es la escasez en esta industria y cómo podemos cubrirla? La trampa con frecuencia está en considerar como escasez algo que el destinatario no ve así. El INEGI puede hablarnos de cierta cantidad de pobres en el país, pero la cifra oficial de focos por vivienda no necesariamente indica que las personas en esa vivienda sientan que les faltan luminarias. Escasez y abundancia son relativos. Los números no explican cómo se sienten las personas. Las ciencias sociales se enfocan en cómo los individuos ven el mundo, no en cómo encajonarlo en porcentajes. Eldar Shafir define bien la escasez: "tener menos de lo que sientes que necesitas". David Konzevik habla de "pobreza relativa" en su teoría de revolución de expectativas. A mayor abundancia de información (y expectativas), mayor la escasez en la percepción de necesidades.

Tuve un caso donde una cadena de farmacias era percibida como cara, cuando no era así en realidad. Me di cuenta que uno de los productos que abundaba en sus anaqueles era la escasez. Tenían deficiencias de surtido. Estos huecos en los estantes y tener muy pocos artículos de ciertas categorías eran significados por un segmento de clientes como una tienda cara (véanse las joyerías que exhiben un artículo en una vitrina). La abundancia, la saturación (e.g. mercados populares y tlapalerías de pueblo) connotan precio bajo.

La escasez no es por definición mala y la abundancia buena. Entender sus efectos es conocer la dinámica que genera expectativas. Y la administración de éstas es materia de estadistas.


Eclipse de marca

En la Via Stella 22 de Modena, Italia, nació un restaurante condenado al fracaso. Los comensales no querían lo que ahí se servía, los críticos culinarios mordieron la yugular señalando al chef Massimo Bottura de traidor. Traidor a la comida italiana y a las recetas de la abuela. Cómo no ofenderse cuando en lugar de que tu plato tenga abundantes tortellinis, tiene nada más seis, elegante y cuidadosamente alineados entre dos espejos de salsa cremosa.

Al salir del cine, Lara, esposa y musa de Massimo, le pregunta qué le pareció la historia, y él responde "no sé, estaba pensando cómo hacer mozarela invisible". El limbo de los artistas tiene confesiones peligrosas. Los creadores ven lo que sólo está ahí para ellos y después se hará evidente para los demás. La vida de Massimo enseña que las premoniciones son dolorosas y la cocina es un gran teatro con lecciones de vida.

Antes de abrir su actual restaurante, Massimo y Taka, el sous chef japonés, están por servir dos tartas de limón. Trabajan para el afamado chef Alain Ducasse. A Taka se le cae la tarta y se rompe entre el plato y la cubierta. Leal a su convicción, se quiere hacer haraquiri. Massimo no puede creer lo que está viendo. Le pide a Taka que mire su "creación" a través del encuadre de sus dedos. "¡Es hermoso!", exclama el italiano. Y luego procede a romper la tarta entera para servir los platos como si hubieran sido pensados así. Da los toques finales con pinceladas de algún jarabe de color y ¡pronto!, nace el ahora famoso "Oh, se me cayó la tarta de limón". Convertir el error en oportunidad es un arte.

Massimo estuvo a punto de cerrar su restaurante por falta de clientes. Tuvo que llegar un crítico de más allá de la Emilia-Romagna para "descubrir" la innovación con tradición del italiano revolucionario. Hoy, la Osteria Francescana tiene 3 estrellas Michelin y el modenés, que antes despreció la nueva comida, ahora la celebra. Yo celebro que Massimo no hubiera hecho focus groups para probar su concepto.

Dan Barber, chef y dueño del Blue Hill, en Nueva York, se deprime cuando, en su apenas abierto restaurante, acaba de comprar dos cajas de espárragos y se da cuenta que el refrigerador está lleno de cajas de espárragos. Sabe que con esa planeación fracasará. En "venganza" decide que ese día todo lo que servirán tendrá espárragos, hasta el helado, si es necesario. Él no lo sabe pero esa noche asiste uno de los críticos más influyentes del medio. Cuando lo ve sentado probando todo a base de un ingrediente verde, siente que su fin está cerca.

Barber lee el reportaje, no puede creerlo. ¡Al fin un restaurante se comprometía sin tibieza y sin miedo con una causa! "De la granja a la mesa". Y Barber encuentra las palabras que había estado buscando para conceptualizar su filosofía de vida y de trabajo donde la granja de su abuela influyó decididamente en su manera de procesar y servir la comida. Hoy, la Granja Blue Hill, complemento al restaurante, lidera una visión ética por la comida y por el medio ambiente. Barber cree firmemente que para que las cosas sepan espectaculares, los ingredientes tienen que ser espectaculares. Para que haya buena leche tiene que haber buenos pastos, para que existan estos tiene que haber buenos pollos y otros elementos del sistema que fertilicen la tierra. Al grito de no sólo eres lo que te comes sino lo que come lo que te comes, ha entendido la relación simbiótica entre ingredientes y sabor, proceso y resultado.

Dos triunfadores estuvieron al borde del fracaso (ver sus historias en la serie Chef's Table). Massimo Bottura sirve un plato con cinco quesos parmesanos de diferente grado de añejamiento, no es un plato mezclado, son 5 diferentes porciones. Dan Barber ofrece una tabla con 3 trozos de mantequilla, cada una de una ubre distinta. Ambos elevan la dignidad del ingrediente, ¡vaya receta!

Llevar estas analogías al mundo del servicio público, a las empresas, a las escuelas, encierra la posibilidad de grandes transformaciones. El universo de la cocina es como una orquesta, un laboratorio donde alquimistas juegan con las posibilidades. El chef es la persona más cercana a la física cuántica, ese espacio infinito donde una pregunta abisma todos los días: ¿qué tal si?


lunes, 1 de agosto de 2016

Eclipse de marca

Uno de los pedidos frecuentes que escucho en las corporaciones (podría ser una iglesia o un partido político) es "¿cómo aumentamos la lealtad hacia la marca?", universo donde se idealizan seguidores incondicionales. En algún momento de mi viaje por las galaxias de la construcción de marca llegué a una conclusión: la lealtad hacia la marca es un mito, no existe, al menos no como se piensa. La lealtad no es a la marca, es al beneficio que ésta provee. Mientras exista el beneficio existirá la lealtad. El beneficio es como el pegamento de contacto entre dos superficies, las mantiene unidas.

Las marcas que han logrado conectar con sus seguidores han sido capaces de establecer beneficios (usualmente es más de uno) relevantes para su mercado. Esto es la propuesta de valor.

Hay entidades que separan las decisiones de negocio de las decisiones de marca. Me parece un profundo error, como la visión descartiana que alguna vez bifurcó cuerpo y mente (el científico Antonio Damasio se ocupa de ello en El error de Descartes). Si alma y cuerpo están separados, ¿por qué hay enfermedades del cuerpo que me producen ideas en la mente, y por qué hay pensamientos de ésta que se manifiestan en el cuerpo?

En términos de lealtad de marca deportiva no me queda claro cuál es el beneficio de un aficionado. Vamos, podría contestar cuál es el beneficio de un seguidor en una religión, pero en términos deportivos hay agujeros negros: el fervor no depende de ganar un campeonato. Hay una marca icónica y querida de México que sufre esta terrible separación. Las Chivas rayadas de Guadalajara es una marca en degradación. No me refiero a los resultados deportivos, conste.

Las decisiones que se toman en Chivas están desasociadas con la naturaleza de la marca, con su esencia, con aquello que la ha hecho trascendente y valiosa. Cuando la marca es operada como un activo comercial sin entender los significados que la han hecho exitosa, la marca pierde valor. Es un signo cuyos significados van desapareciendo hasta quedar un cascarón hueco.

Hace tiempo escribí cómo la estrategia de crear nuevas marcas de comida en el Estadio Omnilife quizá era una gran decisión de negocio, pero en términos de marca, un error. Uno no puede desarraigar a la afición de sus tradiciones, rituales, sabores, a través de una imposición corporativa. El tiempo me dio la razón, ir en contra de los códigos culturales es mortal. La cultura es como el flujo del agua en un arroyo seco, tarde o temprano tiene memoria. Afuera del Estadio Omnilife se vende y se consume todo lo que la gente extraña del Estadio Jalisco. Indudablemente el Estadio Omnilife es una belleza y un orgullo de inmueble, pero la dinámica de lo que ahí sucede está separada del alma del equipo. Los templos no sólo son el edificio, son la narrativa que sus elementos cuentan y la forma en como se integran con la historia que los seguidores creen y esperan cada semana. Esto no está en un estado de resultados, quienes toman las decisiones en Chivas no lo ven.

Dos significados son profundos en la marca Chivas: lo mexicano y lo popular. Aunque lo primero subsiste y futbolísticamente hablando jugar sólo con mexicanos es una desventaja en una liga como la nuestra, este concepto es el último bastión de la marca, eliminarlo tal vez daría campeonatos pero terminaría por destruir su esencia. ChivasTV puede que sea una buena decisión de negocio, pero es una mala decisión de marca. Atenta contra el sentido popular, una gran cantidad de seguidores no tiene acceso a tecnología adecuada para ver una transmisión por internet. Las decisiones de negocio deberían pasar por las decisiones de marca también: ¿lo que vamos a hacer fortalece la esencia y la misión de nuestra marca, o nada más nos hará ganar dinero?

Agustín, entrañable amigo, astrónomo aficionado, colega y habitante de los mundos de la filosofía y la marcas, es profundamente Chiva. En algún evento social se levanta de su mesa para saludar a Jorge Vergara y le dice con la convicción de quien cree encontrar una alma gemela: "crecí con un póster del Chololo Díaz en mi cabecera". El exitoso empresario tuvo una expresión como si le hubieran dicho "me gustan mucho los eclipses".

Por un instante Agustín entendió la profundidad de un hoyo negro.

domingo, 24 de julio de 2016

Autopsia de una disculpa

Supongo que una autopsia es un camino donde brotan las preguntas, no todas con respuesta. Es también un ejercicio de exploración para tratar de entender, conocer, comprobar, más allá del morbo. Es un viaje incisivo en busca de señales, un andar tras la pista sospechosa, si aparece, que permita construir un epílogo del epílogo de alguien, o de algo.

En la plancha tenemos las siguientes palabras: "En noviembre de 2014, la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos, y en esto, reconozco, que cometí un error. No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos, la entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón, les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé".

Estas palabras no las dijo cualquier mexicano, son palabras de quien ostenta la investidura más importante en el país. Su potencial trascendencia no debe minimizarse si consideramos que los cambios culturales se gestan, entre otras circunstancias, cuando uno de los símbolos de esa cultura muestra un cambio de conducta, no solo un cambio de sentimiento. Me surge la pregunta: ¿habrá este cambio de conducta? Sólo así este gesto tendrá el reconocimiento que su autor reclama. Estamos ante la posibilidad de una revolución moral.

En The Honor Code, Kwame A. Appiah analiza cómo se han gestado algunas de las revoluciones morales de la historia, cambios de prácticas culturales que en su momento fueron vistas como la norma pero también criticadas (el duelo para resarcir el honor, la esclavitud, la deformación de pies femeninos en China), como sería el caso de la corrupción en México. Appiah encontró que hay una conexión directa entre el honor y una revolución moral, su libro apunta a desmembrar cómo el honor juega un papel central en los cambios culturales y señala: "Una persona honorable se preocupa primero no de ser respetada sino de ser merecedora de respeto", y establece que una cosa es administrar la reputación y otra es mantener el honor. ¿Hacia dónde apuntan las palabras presidenciales?

Nótese que el argumento presidencial considera que lo que causó indignación fue "la información difundida", no el objeto de esta información. El antropólogo Frank Henderson dice que para una persona honorable el honor per se es lo que importa, no sus beneficios, así, uno siente vergüenza o arrepentimiento cuando ha faltado a la norma de honor, aunque nadie sepa que uno falló. Cabe la pregunta: ¿el sentimiento presidencial es por un acción indebida de él o por el hecho de que la información se hizo pública?, ¿le importa más el acto de pedir perdón o el hecho de ser perdonado?, si fuese lo segundo, ¿cómo espera saber que los mexicanos lo perdonaron?, ¿de qué exactamente pide que se le perdone?, ¿cómo define el Presidente su error?

Aunque el ex titular de la Secretaría de la Función Pública nunca fue merecedor de respeto ni credibilidad por la opinión pública, ¿cómo queda su figura después de haber exonerado a su jefe y luego que éste pidiera perdón?, ¿no habría sido congruente que el acto de contrición hubiese surgido de una investigación seria sobre el caso?, ¿hasta dónde piensa el Presidente resarcir el agravio y la indignación?, ¿qué hay de los periodistas que fueron censurados luego de difundir la investigación de la Casa Blanca?

Appiah nos invita a cuestionarnos cuáles son los temas de honor y deshonor en nuestra cultura. Si hay sucesos que agravian pero no se castigan o no se busca resarcir el daño, esa cultura está fracturada en su código de honor. El Presidente tiene una oportunidad histórica si realmente quiere encabezar una revolución moral.

En El último encuentro, Sándor Márai pone en boca de uno de los personajes centrales de su estupenda novela: "Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes".

En México la realidad puede novelarse, hay autopsias que persiguen a los vivos.

¡Gatos fluorescentes!

La historia de las soluciones descabelladas es muy parecida a la de los inventos notables, ambas parecen tener un corolario definitivo: lo ridículo precede a lo genial. Entre estos dos adjetivos han muerto sin nacer grandes ideas, sepultadas bajo carcajadas de la crítica o aplastadas por la autocensura de su creador. Cuando se fracasa en la búsqueda de una respuesta a un problema con las herramientas de siempre, es como buscar obstinadamente un objeto perdido en el mismo lugar, nada más porque ahí hay más luz.

Solucionar problemas es un ejercicio de innovación. Un filósofo francés y un semiólogo italiano sugirieron una respuesta tan inédita como fantástica, digna del realismo mágico de Gabo o de la ciencia ficción de Asimov. En 1981 el Departamento de Energía de Estados Unidos buscaba resolver la forma en cómo debería alertarse a las futuras generaciones sobre presencia de material radioactivo, enterrado en desiertos a cientos de metros de profundidad. El tema era mucho más que pensar en señales de advertencia, ¿de qué material para que duren miles de años?, ¿en qué idioma para que lo entendieran en el futuro?

Françoise Bastide y Paolo Fabbri replantearon la pregunta: ¿qué símbolo puede perdurar y ser entendido por las generaciones del futuro?

Paréntesis para subrayar el uso estratégico de la semiótica. En los negocios es la marca la depositaria de los significados que el empresario quiere comunicar y trascender de modo que le produzcan determinados resultados, en buena medida una batalla comercial es "nuestros significados contra los significados de la competencia". En la política, el uso efectivo de símbolos provoca que los mensajes se entiendan y trasciendan (recordemos a Fox pateando un ataúd con las siglas del PRI, o el símbolo del programa social Solidaridad de Carlos Salinas que, hecho de piedra, subsiste en varias carreteras del país, sin duda un acierto simbólico).

Estos dos pensadores (no me refiero a los políticos aludidos) encontraron la forma de que el mensaje de alarma viaje en el tiempo. Sugirieron usar gatos genéticamente tratados para que, ante la presencia de material radiactivo, brillaran y su cambio de color alertara a los humanos del futuro. Algo similar a los canarios en las minas. El gato (¿y sus 9 vidas?) funcionaría como un símbolo biológico que al reproducirse garantiza la sobrevivencia del mensaje. Los egipcios ya lo usaban. Pero, ¿gatos fluorescentes? Suena irrisorio, como estas invenciones ridiculizadas por expertos antes de ser realidad: compras en internet, el foco, la computadora personal, el automóvil, el viaje a la luna, el teléfono, la televisión, el avión, los post-it, la transmisión de datos, y más.

Para sembrar el significado de que gato fluorescente significa peligro, recomendaron desarrollar una mitología (una narrativa) de modo que la cultura pudiera asimilarlo. Música, símbolos secundarios, arte, historias, objetos, rituales, mitos fundacionales, lugares de culto (advertencia: no se intente en casa, cualquier parecido con lo que se hace para forjar una religión es mera coincidencia).

La absurda idea no prosperó, bueno, no todavía. Un biólogo veinteañero de Canadá, Kevin Chen, cofundador de un laboratorio donde se hace investigación biomédica, tiene la consigna de hacerlo realidad. Está trabajando con bacterias y genes que cambian de color (como las de una medusa). No es remoto que nuestros descendientes salven la vida gracias a gatos fluorescentes.

La semiótica tiene respuestas para la vida, desde la cotidiana vialidad hasta las artes visuales, la arquitectura y claro, la literatura. Pensar en flores y mariposas amarillas evoca el universo simbólico de Cien años de soledad. Las primeras llovieron toda una noche y tapizaron las calles de Macondo cuando muere José Arcadio Buendía, las segundas anunciaban la presencia de Mauricio Babilonia. Cuando murió García Márquez hubo diversas manifestaciones con estos símbolos.

Replantear la pregunta a un problema encierra la posible solución. Pensar en símbolos y significados todavía no es materia de un consejo de administración ni de una junta cumbre de políticos. Pero no se olvide: la historia muestra que muchas veces lo ridículo precede a lo genial.