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domingo, 27 de abril de 2014

El algoritmo de Dios

Budapest, Hungría, 1974. Un escultor nacido durante la Segunda Guerra mundial decide estudiar también arquitectura en la Academia de Arte y Diseño Aplicado, donde se convierte en profesor de diseño de interiores. A sus 29 años, afanado en facilitar la visualización en tercera dimensión de sus alumnos, decide construir una figura geométrica que no sólo lo haría famoso, también millonario. Él estaba lejos de saber lo que había creado.

Erno Rubik nunca se propuso inventar el juguete-rompecabezas más exitoso en la historia de la humanidad, ése fue el destino de un cubo hecho de pequeños cubos que giran con un ingenioso mecanismo, un cuerpo con incontables formas de ser acomodado, tantas como 43 quintillones de posibles movimientos erróneos y tan sólo una forma de conseguir que sus 6 caras tengan un color por lado. A la solución se le conoció como el algoritmo de Dios.

Esta primavera se celebran 40 años de un invento que en los años 80 ocupaba las manos de niños, adolescentes y algunos adultos. Claro, hablo del pasado anticelulárico, cuando lejos estábamos de quedar absortos en un dispositivo móvil. El Rubik Cube fue la sensación del momento y quien podía resolverlo era reverenciado, poseedor de un secreto que administraba como agua en el desierto. Rubik vislumbró lo que había creado no cuando se dio cuenta que el mecanismo funcionaba como él esperaba sino cuando tardó más de 1 mes en regresar el cubo a su posición original. Hoy en día los campeones mundiales tardan 7 segundos en resolverlo.

El acertijo multicolor ha sido objeto de culto, también de rigurosos análisis matemáticos donde especialistas han desarrollado tratados con complicadas fórmulas y no menos valiosos teoremas, todo con objeto de determinar el algoritmo de Dios, el conjunto de instrucciones, paso a paso, para resolver el crucigrama de la manera óptima: 20 movimientos.

Toda invención está sujeta a severas críticas. Los primeros en conocer el juguete de Rubik se negaron a comprarlo argumentando que nadie podía resolverlo, que no era algo para niños, que no era lo que el mercado pedía. El tiempo demostró que no supieron ver la oportunidad. Toda invención conlleva a pensar en la locura, lo descabellado, lo improbable. En los 80’s, cuando trabajaba en la industria tequilera, mi papá sugirió vender alcohol en polvo; se rieron de su idea. Hoy se anuncia como la gran novedad en EEUU por sus múltiples ventajas de portabilidad y facilidad de mezcla.

Según he percibido, a través de la respetuosa distancia que le tengo a las ciencias exactas, todo puede ser planteado en una fórmula matemática. En la película Mente brillante, que narra la historia del Nobel en economía, John Nash, lo vemos pintando en la ventana la ecuación que ilustra el movimiento de las palomas en el césped.

Sin licencia de inventor, pero sí de loco, cuestiono: ¿y si hubiera un algoritmo que arreglara los problemas de México? ¿Qué tal si un grupo de matemáticos encuentra respuesta a nuestros más intrincados problemas, usando macros y teoría de grupo? Como en el cubo de Rubik, si el rojo se mueve, descuadra al azul, y si éste se ordena, complica al amarillo y al rojo, lo que abre posibilidades al verde o al naranja, según se manipule el cubo con la mano izquierda o derecha. Si acomodamos la justicia y el Estado de Derecho, deformamos los intereses de los poderes fácticos, y si estos se alinean, las caras de la ciudadanía son un completo desastre. Lo que conviene a un lado, no arregla a los otros. Se apacigua el sindicato, se jode la educación; y así por el estilo. Tenemos nuestro Cubo México en las manos.

El éxito no llega siempre por la puerta frontal, usualmente es resultado de algo imprevisto. Varias ciudades del mundo celebrarán la creación del húngaro que nunca pensó en inventar un juguete-rompecabezas.

Rubik nos recuerda las posibilidades de los movimientos, la ceguera empresarial que asume que sabe qué quiere el mercado. Nos recuerda también que nos encantan los retos: esa pasión por vivir, elevada al cubo.