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jueves, 27 de abril de 2017

Una de hadas

La coincidencia es materia para las hadas. En milagroso momento electoral se nos avisa la captura de dos exgobernadores prófugos de la justicia mexicana, y en algunos casos norteamericana (que a ratos parece nuestro Departamento de Justicia). La jugada era un "strike cantado" para los maestros de la sospecha política. Aún así, no deja de asombrar que el gobierno y el PRI celebren las detenciones como un logro que deben capitalizar, siendo que los ahora cautivos emanaron de ese instituto político y su conducta no es una rara avis, es más bien vulgaris.

Inevitable pensar cómo lo rimaría una monja mexicana desde su claustro: "Priistas necios que acusáis/ al corrupto con razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis". La siguiente estrofa es un traje a la medida: "Si con ansias sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿por qué queréis que obren bien/ si los incitáis al mal?", pues como dice (en alusión al exvirrey de Veracruz) Pedro Kumamoto, "él no es él sin ellos".

Pues nada, que esta nueva generación de priistas rebasó en desvergüenza a sus antecesores. Lejos de desaparecer, como en la fábula de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí, un monstruo de coraza recia que se alimenta de su propio excremento: corrupción e impunidad, y que crece de la misma manera que se multiplican los otros cárteles del otro crimen organizado. Su cola es larga, acorazada, y en momentos de tensión amenaza con agitarla destructivamente, lo que atemoriza a más de algún beneficiado por la habilidad del saurio para multiplicar los votos, los favores y, faltaba más, evaporar el erario.

A propósito de estas terribles bestias que surgen en las ciudades, José Saramago escribió alguna vez "El Lagarto", una breve historia de hadas, según nos lo dice él, en el libro Las maletas del viajero, publicado en 1973 y cuyo ejemplar conmemorativo, con magníficas ilustraciones del brasileño José Borges, maridan una historia que se cruzó en mi camino hace unos meses, tal vez (como suele sucederme) con el único fin de que escribiera hoy estos renglones. Resulta que por obra del destino (que en mi caso lleva los apellidos de mi esposa) fui a dar a Óbidos, un amurallado poblado medieval al norte de Lisboa, donde por motivos de su Festival Literario Internacional, tenían en exhibición los grabados de Borges y el libro que hoy acompaña mi librero (confesión de autor: me costó trabajo escribir "librero", hubiera querido decir "biblioteca").

Casualmente este abril la Fundación José Saramago celebra sus 10 años de vida con la exhibición de El Lagarto, ficción del Nobel lusitano. Narra la súbita aparición en el Chiado, de un lagarto enorme que atemoriza a la gente (aquí los mal pensados o los dotados de habilidad fantasiosa pueden sustituir al reptil por su exgobernador o político favorito). El inusual suceso provocó la reacción de la fuerza pública. En medio de la histeria colectiva una niña soltó su canasta de violetas que, al caer, dispersaron las flores por el suelo alrededor del animal. En medio de la ofensiva de tanques y aviones, el lagarto rompe el círculo de violetas. Y entonces surgen las hadas "aunque por manifestación indirecta" para transformar al saurio en una rosa carmesí "color de sangre, posada sobre el asfalto negro, como una herida en la ciudad". Al esparcir su aroma, la rosa tornose blanca, "los pétalos se convirtieron en plumas y alas y alzó el vuelo hacia el cielo azul".

Desde el principio del cuento el narrador nos previene: "...esto de las hadas (...) es cosa que nadie cree, y por más que jure, seguro que se ríen de mí. A fin de cuentas será mi palabra contra la burla de un millón de habitantes".

Y entonces pensé en los lagartos atrapados en espera de su extradición, y en otros que aguardan la justicia selectiva. Imaginé su llegada a México o a EU, como ese extraño enemigo que profana nuestro suelo, y recordé, claro, a las hadas, que habrán de hacer a las bestias no sólo confesar sus fechorías, también, al ritmo de su lengua bífida, soltar la sopa y señalar a los reptiles cómplices, desde las lagartijas hasta los Rex, y así, en medio del morado de las jacarandas de abril, convertirán este momento en la verdadera justicia que espera la patria. Aunque se burle un millón de habitantes.


domingo, 23 de abril de 2017

Future ando

Hace algunos meses visité a un querido amigo en su oficina. Su asistente, una protocolaria mujer que "toda la vida" ha sido secretaria, se dispuso a notificar mi presencia. Desenfundó una máquina de escribir IBM de los ochenta, insertó una pequeña tarjeta de papel en el rodillo y procedió a escribir: "Está aquí el Lic. Caccia". Luego se levantó, mensaje en mano, tocó tres veces la puerta del jefe, entró a la oficina y cerró la puerta. Salió a los ocho segundos para decirme: "enseguida lo recibe". En plena era del correo electrónico y los mensajes por celular, esta mujer seguía usando una forma arcaica de comunicación.

Esta estampa o, mejor dicho, su representación: la resistencia al cambio provocada por la tecnología es algo mucho más frecuente de lo que pensamos. Imagino que hace no tantas décadas muchas mujeres, aduciendo que el carbón o la leña eran mejores, se negaron al uso del gas en la cocina. Aunque la batalla la ganó el gas, no deja de ser irónico que platillos celebrados en lujosos restaurantes sean "a la leña".

La forma de ver la vida en relación a la tecnología, y por ende a la ciencia, no es por supuesto una cuestión de género. Los temibles inquisidores del Tribunal del Santo Oficio impusieron injustas condenas, desde humillaciones públicas, torturas y horrendas formas de morir, contra hombres y mujeres que hacían cosas diferentes o pensaban contrario a la doctrina de la época. Qué difícil pero qué valiente es ser un Copérnico de entonces y de hoy; su De revolutionibus orbium coelestium expuso una verdad científica contraria al dogma. Paulatinamente el ser humano va cambiando su postura ante lo que considera verdad. Sin esta flexibilidad no sería posible el avance tecnológico. Particularmente en los siglos XVI y XVII, los pronosticadores del tiempo que hoy conocemos y que, gracias al avance de la tecnología, son bastante precisos, hubieran sido acusados de adivinación y condenados por la Inquisición.

Escuché un audio donde uno de los dialogantes especula que con los teléfonos inteligentes grandes obras de la literatura no hubieran podido cuajar sus argumentos. Decía, por ejemplo, que Hansel y Gretel no se hubieran perdido; habrían llamado por celular a su padre para avisarle que los pájaros se habían comido las migajas de pan que marcaban el camino de regreso. O que el más grande romance de todos los tiempos no habría tenido el funesto final si Julieta hubiera enviado un mensaje de texto: "Romeo, fingiré mi muerte". Por supuesto, la buena literatura encontraría las formas de hacerse universal con o sin celulares de por medio.

Diserto todo esto mientras me divierte pensar cómo será el futuro, específicamente los empleos del futuro. La gran variable del cambio es la tecnología. La World Future Society, en su documento 70 jobs for 2030, avizora no sólo nuevas carreras para la humanidad sino las bases en las que surgirán futuras ocupaciones. Aunque por supuesto muchas de nuestras actividades serán suplantadas por máquinas, seguirá habiendo espacio para el ser humano en función de tres enfoques de desarrollo de nuevas carreras: el primero lo llama Retrofitting y consiste en añadir nuevas habilidades a trabajos ya existentes. Guías de turistas espaciales, estilistas y peinadores en ambiente de cero gravedad, seguramente existirán. El segundo es Blending o mezcla de carreras de diferente industria o especialidad. Un agricultor que además sea chef podrá subirse sin problema a la nueva tendencia de comer local y orgánico, será un agrico-chef. El tercer enfoque es básico, la Resolución de problemas. En la medida que avanza la tecnología, se crean nuevos problemas. Ya existen los detectives, pero ahora los hay cibernéticos. ¿Qué tal una nueva profesión llamada "Removedor de pasado en línea" (para quienes quieren borrar episodios non gratos)?

Imaginar es la antesala de la creación. En la saga Star Trek de los sesenta vi por primera vez los celulares. Las novelas de Julio Verne fueron presagio de hazañas épicas para la humanidad, en su momento imposibles. Mientras avanza la tecnología espero que mantengamos ciertos santuarios: la salsa hecha en molcajete es (hasta hoy) insuperable para cualquier licuadora. Me asalta, sin embargo, una duda fundamental: ¿quién o qué moverá el tejolote?