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martes, 3 de enero de 2017

Corrupción, ¿qué hacer?

El relevo de un año siempre es motivo de buenos deseos y transformaciones. ¿Si pudieras, como por arte de magia, erradicar un rasgo negativo de los mexicanos, cuál sería? Yo, sin duda, me iría en contra de la mancuerna impunidad-corrupción, por los efectos tan nocivos que tiene como desencadenador de muchos otros males nacionales. Pero como la magia no funciona en estos casos, es necesario comprender la naturaleza de un problema para poder plantear alternativas de solución.

Es cierto que estamos llenos de diagnósticos sobre el tema, la pregunta es ¿qué hacer? Como en las enfermedades complejas, no hay una cura fácil y se requiere que el paciente quiera curarse. Es muy usual que un enfermo se convierta en buen conocedor de su enfermedad, conocerla es una forma de combatirla. Sobre corrupción hay que difundir sus causas, manifestaciones y efectos, de manera que paulatinamente se geste un cambio de conciencia colectiva y un cambio de actitud. Algo similar con lo que ha sucedido con lo ecológico y de responsabilidad social. Es indudable que las actuales generaciones "ya vienen con un nuevo chip", esto es, arrastran cambios de conducta generacional que fueron sembrados antes.

Muchos se ofenden cuando escuchan que la corrupción es cultural. Los entiendo. Asocian la definición de cultura (concepto no fácil de definir) con los rasgos étnicos o con nuestro patrimonio histórico, con el ser mexicano. La prueba de que la corrupción no es cultural, dicen, es que un mexicano que cruza la frontera, se comporta correctamente. Bueno, pues con este mismo ejemplo yo argumento que la corrupción sí es cultural, es parte de un sistema, de una forma de ser y de operar y resolver la cotidianidad. La corrupción es sistémica, es parte de un entramado de acuerdos que conocen los locales. En esos acuerdos existe un conocimiento compartido sobre las consecuencias que hay, o que no hay, por hacer determinada acción. Dentro del sistema cultural gringo se sabe (y se difunde) que el que la hace, la paga, que la ley no es negociable. Esta norma cultural se transmite a quienes se integran a esa sociedad. No es de asombrar el mexicano que al cruzar la frontera se comporte de otra forma, sabe que ha cambiado de sistema cultural. Lo he dicho antes, los sistemas cambian las conductas.

Crear conciencia sobre el daño que implica la corrupción es similar a lo que se ha hecho para sensibilizar y cambiar de conducta ante la contaminación y el cuidado del planeta. Recomiendo leer el dossier sobre corrupción en el reciente número de la revista Nexos. Los mexicanos deberíamos saber ad nauseam que la corrupción es un disparo en el pie, que nos cuesta, como cita María Amparo Casar en diferentes fuentes, como un 10% del PIB, que limita la inversión productiva y las oportunidades de desarrollo de las nuevas generaciones. Desde la primaria debería educarse una nueva generación de mexicanos con un "ADN anticorrupción".

La tesis de Mark L. Wolf de que México debería pertenecer a una Corte Internacional Anticorrupción me parece magnífica. Los mexicanos (por razones culturales) asociamos lo extranjero con autoridad, es la cuña que necesitamos para apalancar nuestro movimiento anticorrupción. Como cita el autor: "Si México se sumara al establecimiento de una Corte Internacional Anticorrupción y delegara a ella la autoridad para hacer cumplir las leyes mexicanas en caso necesario, la persecución de sus políticos en dicha Corte no sería una invasión a la soberanía nacional mexicana, sino una reivindicación de la voluntad de su pueblo". ¿No es esto lo que quiere una sociedad harta?

Y finalmente, parte de la educación social, a todos los niveles, debería ser la difusión de la obra del doctor Guillermo Zúñiga, Las Hazañas Bribonas, que es el tratado más completo y sencillo que he leído sobre la corrupción cultural mexicana. El "bribón" es el transgresor, potencial corruptor. El doctor Zúñiga identifica 4 componentes de la formación (cultural) bribona: la oportunidad, el sigilo, la oposición y la emoción. Una renovación moral de la sociedad requiere el contagio de actitudes positivas, esto es posible si empezamos a detonar cambios en cadena dentro de nuestro sistema.

La corrupción es cultural y es muy combatible. ¿Hay voluntad?

Un Vate queretano

La tarde de ayer, hurgando en algunos archivos familiares, hice un descubrimiento arqueológico, que seguramente no emocionará a nadie, salvo a uno que otro miembro de mi familia, y eso si deciden leer el periódico esta semana, la última del año, días cortos y noches largas según la astronomía, circunstancia avalada por nuestras fiestas decembrinas, que nos llevan de las posadas al recalentado navideño y de ahí a la celebración del año nuevo. Como sea, son días de guanga actividad y mucha reflexión, o sea de reflejo, y yo me vi reflejado en unos papeles color sepia donde se hace alusión a la vida y obra de José María Carrillo que (aquí el nimio descubrimiento) firmó muchas de sus creaciones con un anagrama de su nombre: Carlos M. Lijero.

A Pepe Carrillo le decían "el Vate", ese apelativo que cargan los poetas, hacedores de rimas, trovadores de cualquier motivo, soñadores de palabras y artífices de uno que otro suspiro. El casi pergamino de 14 páginas que encontré se intitula "Unas cuantas palabras a guisa de prólogo de las poesías de 'Carrillito'" y tiene al final la rúbrica original de "Su discípulo. J. C. A. Monarca", sin fecha. El autor describe a quien fuera su maestro: "Para el corazón no hay ausentes...no hay muertos; y cuando leo algunas de las poesías o refiero alguno de los chispeantes y recreativos cuentos de Carrillito, siento el recuerdo de épocas pasadas, de ilusiones perdidas; me lo imagino sentado gravemente siempre, pero siempre sonriente al dar sus concurridas clases orales de historia, idiomas o teneduría de libros en que era autoridad competente, con el raro don pedagógico de saber transmitir los conocimientos de la materia que trataba. Clases hermosas e inolvidables, siempre interesantes y amenas, que eran interrumpidas casi diariamente por improvisados versos o punzantes cuentos recreativos, que entrañaban un fondo de enseñanza, recitados a petición de sus discípulos, con la agradable circunstancia de que tan oportunas y festivas pláticas, iban impregnadas constantemente de sabrosa salsa y exquisita sal de bien decir".

Recordé la película La Sociedad de los Poetas Muertos, donde un profesor tiene un poder casi magnético entre sus alumnos. Me hubiera gustado conocer a mi bisabuelo materno y asistir a alguna de sus cátedras, escuchar sus discursos públicos o asistir a sus tertulias. Lo he ido conociendo poco a poco, como se va desenterrando una ofrenda prehispánica. Hace unos pocos años supe que la calle del primer cuadro de Querétaro, Vate Carrillo, lleva ese nombre en recuerdo de quien la crónica de la época considera no sólo un decano del periodismo de esa bella ciudad sino también uno de sus más queridos poetas.

En cada hallazgo, en cada pedazo de papel añejado por los años, puedo ver el alma buena de un hombre que le cantó al amor, a la justicia y a la bondad, que no siempre encontró en el mundo. De esos hombres necesitamos más.

Carrillito vivía en verso. En una estrofa el poeta pide a su amigo Prof. Silverio L. Martínez la libertad del músico Jacinto Olvera, miembro de la Banda de Rurales del Estado: "Maestro: Al chaparrito Jacinto, Que es alto de mí bemol, Hoy lo has privado del sol, Del cuartel en el recinto; sus tristezas no te pinto, Pues la imaginas completa; Mas si faltó a la escoleta, ¿Lo darás libre por mí? Dame, Profesor, el sí, Y échalo antes de retreta. De generoso es tu fama, Y si esta solicitud obsequias, mi gratitud no cabrá en el pentagrama. Por vida, pues, de la gama, No te muestres sostenido; Escucha el claro sonido, De tu noble corazón, Y saca del diapasón, El sí bemol contenido".

De una crónica que publicó en El Heraldo de Navidad (1959) mi abuelo J. Lauro Carrillo, rescato un fragmento de un verso titulado "Ultimo día del año" que esboza el espíritu de un hombre que trascendió por sus nobles ideales, palabras que expresan mi sentir para ustedes de cara al año nuevo. Fueron escritas a principios del siglo pasado, muy lejos del México dolido por la corrupción rampante, palabras de un idealista y de un patriota que, a diferencia de muchos políticos y exgobernadores de hoy, supo ser un hijo destacado de su terruño: "Mañana, nuestro hogar atribulado/inunde el sol que alumbra y que conforta./Mientras mi pobre hogar se llame honrado,/la dorada fortuna no me importa".


Meritocracia, ¿de ficción?

El día en que el cardenal Jorge Bergoglio fue electo como Papa de la Iglesia Católica, varias fotos de la multitud que atestiguaba el acto desde la Plaza de San Pedro fueron motivo de análisis. Miles de pantallas brillaban en aquella oscura y a la vez luminosa noche del 13 de marzo de 2013. Los fieles eran también fotógrafos que guardaban para la posteridad ese momento. Las imágenes se contrastaron con otras de apenas 8 años antes donde una idéntica fe, pero diferente concurrencia, atestiguaba otro evento de corte papal. En esta ocasión no aparecen teléfonos inteligentes grabando, por una sencilla razón, el iPhone apareció en el año 2007.

Antes veíamos los sucesos en directo, hoy, aunque estemos ahí, los vemos a través de una pantalla. La comparación me gusta para argumentar que, independientemente de que la tecnología nos está cambiando la forma en cómo vemos al mundo y nos relacionamos, hay aspectos básicos de la conducta humana que no han cambiado desde que nuestros sapiens antepasados habitaban en cuevas remotas. Quizá por esto encuentro fascinante la serie Black Mirror, donde se exploran vertientes tecnológicas, y también filosóficas, sobre el impacto que tendrán en un futuro inminente los adelantos científicos en la vida cotidiana.

Quienes me han escuchado saben que el tema me apasiona como al cronista deportivo que le toca narrar el gol de su equipo favorito. Como aquí el espacio es limitado, me concentraré en un capítulo intitulado "Caída libre". Es el futuro, no sabemos el año pero es un tiempo muy cercano. Las personas llevan un aparato (como un teléfono inteligente) en la mano todo el tiempo (¿suena familiar?), lo usan para comunicarse vía voz e imagen, pero también pueden ver quién es otra persona a la que apuntan. Se trata de una sociedad donde todos están etiquetados y ostentan un puntaje social, una calificación que depende de los demás y que no sólo indica el estatus de cada quien sino que condiciona el tipo de vida que llevan y el círculo social al que pertenecen.

Visto con rigor, el hombre siempre ha vivido etiquetando a los demás, es una función de la sobrevivencia saber quién es tu vecino del mismo modo que el hombre cavernario debía asegurarse que no dejaba a su familia a merced de un caníbal en la cueva contigua. Ayer dependíamos nada más de los sentidos y el instinto, hoy en día, la evolución del conocimiento ha hecho que cada vez más contemos con herramientas muy poderosas para socializar.

La protagonista de nuestro capítulo lucha por mejorar su puntaje social, trata de aparentar en las fotos que sube a las redes sociales que lleva una vida extraordinaria, pero también trata de agradar a las personas en su día a día, pues en cada interacción humana, en cada encuentro en un elevador, en cada trámite en una ventanilla, las personas se califican mutuamente. Un exabrupto con alguien te puede restar puntos; bajar de determinado puntaje te excluye de poder entrar a un restaurante (que en su exterior anuncia el puntaje social mínimo para ingresar) o aspirar a vivir en cierta colonia. Se trata de un sistema vulnerable porque el "voto" de todos vale por igual (así funciona nuestra democracia). Cualquier parecido con lo que ya vivimos no es pura coincidencia. La diferencia es que en ese futuro de aparente ficción todos sabemos todo de todos. Hay una meritocracia brutal que depende de los demás para definir tu vida y si eres feliz. La dependencia de los "me gusta" y los seguidores sociales de hoy llevada a un nivel exponencial. ¿Para allá vamos?

De pronto imaginé una historia derivada. Imagina tener un Poder Legislativo que tenga mínimo x puntos de calificación. Esto implica que como sabemos todo de su pasado, en automático los corruptos e ineptos no podrían aspirar a ser diputados o senadores. Imagina que para llegar a ser presidente de la República se requiera x+1 puntaje mínimo. Estaríamos con la certeza de que quienes pueden ser elegidos forman parte de una aristocracia (el gobierno de los mejores), tendrían los méritos correctos para determinada labor. Imagina que así pudiéramos contratar a todos los profesionales y otros proveedores. Habría personas correctas en los lugares correctos haciendo lo correcto.

Espanta, sí. También ilusiona.