“Soy puta. Soy
negro. Soy moro. Soy sudaca. Soy mujer. Soy gorda. El diferente eres tú”, así
inicia un breve testimonio en video, realizado por estudiantes de prepa del
Tec, luego de su visita al Museo Memoria y Tolerancia, un recorrido por algunos
lamentables pasajes de intolerancia, genocidio y racismo en la historia reciente
del hombre.
El racismo es
una condición latente, nunca erradicada. Esta semana hubo dos sucesos dignos de
ver. Cuando está por lanzar un tiro de esquina, un aficionado arroja una banana
a Dani Alves, jugador brasileño del Barca, quien demostró que su talento por la
banda derecha va más allá de las piernas. En un lance inusitado, el carioca
levanta la fruta y se la come; luego cobra el tiro de esquina. El hecho generó
un movimiento mundial en las redes sociales “#TodosSomosMacacos” en el que
personas de diferente índole aparecen comiendo un plátano.
El causante de
la ofensa, un joven de 25 años, fue identificado por el club como uno de sus
colaboradores y socios, expulsado de la organización y vetado para entrar al
estadio El Madrigal, de por vida.
Donald Sterling,
octogenario, dueño del equipo profesional de basquetbol los Clippers, es
“ventaneado” por su entonces novia y asistente, quien exhibe unas grabaciones
donde Sterling hace comentarios racistas. La nota arde como lava en fuga,
indigna y lastima a sus jugadores (casi todos afroamericanos) y cala hondo en
la liga. El comisionado de la NBA anuncia medidas ejemplares: Sterling es
expulsado de por vida de la liga, queda impedido de entrar a cualquier juego o
entrenamiento de la NBA, deberá vender el equipo y además pagar una multa de
2.5 millones de dólares (que será destinada al
apoyo de causas sociales en contra del racismo).
¿Y si nos
traemos de Procurador General de la República al comisionado Adam Silver? En
México René Bejarano, tristemente conocido también como el “señor de las
ligas”, fue exhibido en flagrancia recibiendo dinero a manos llenas. Su
corrupción provocó su desafuero y posterior encarcelamiento, que duró muy poco.
Hoy en día sigue activo como político, ejerciendo su influencia. Y como él
tantos otros de quienes se saben sus abusos y no tienen consecuencia (Moreira,
Montiel, etc.). La justicia mexicana maquilla las sanciones a los poderosos, y
con esto lanza un grave mensaje a la sociedad: infringir la ley es rentable.
El año pasado,
la regidora del Pri en Ensenada, Graciela Moreno, se refirió a los niños que
mendigan como “una plaga”, “parecen topos, la verdad”. Vicente Fox dijo que los
trabajadores mexicanos en EEUU hacen trabajos “que ni los negros quieren
hacer”, también habló de “lavadoras de dos patas”. Ninguno de estos personajes
tuvo una represalia similar a la que hoy tienen Sterling y el aficionado al
Villarreal.
Nuestra sociedad
es demasiado tolerante con lo que no debería tolerar, desmemoriada incluso.
Vivimos un racismo manifiesto, expuesto en el clasismo que segrega y excluye
por color de piel, orientación sexual y religiosa (entre otras cosas), y
también un racismo oculto que navega en mensajes subconscientes, desde la
publicidad hasta los dibujos animados (e.g. en El libro de la Selva, todos los
personajes hablan con acento occidental, menos los monos. En Peter Pan, los
niños blancos preguntan a los Piel Roja por qué tienen un color distinto; en su
respuesta no está el orgullo racial sino la justificación: un antepasado se
sonrojó al besar una mujer. Y así, incontables ejemplos.)
Ver al otro como
recurso (en una relación justa) y no como amenaza, debería ser un valor social.
La cinta César Chávez, de Diego Luna, tiene el acierto de recordárnoslo sin exagerar
el desprecio racial (que por cierto, persiste en EEUU). Me parece obligado
llevar a nuestros niños y jóvenes al Museo Memoria y Tolerancia, sembrarles la
semilla del respeto y la no-violencia, un espacio para sumirnos en un lado
oscuro de nuestra naturaleza y estar alertas ante el peligro de la
indiferencia. Claraboya para asomarnos a la luz de la comprensión de lo otro.