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domingo, 25 de mayo de 2014

Mucho tener, poco sentir

No hemos cambiado. “La sangre de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado, y el hedor de la sangre se alzaba al aire...” La crónica Azteca sigue siendo el retrato hablado de este país donde la violencia es la regla, el modus operandi, el contrato social que nos remite a tiempos cavernarios.

El presidente de la República reacciona, hace suya la causa contra el bullying. Días antes, el cuerpo de un niño de 12 años era azotado por sus compañeros de clase, una y otra vez contra un muro; muere por las lesiones. Días antes, una jovencita de secundaria es encarada por sus compañeros quienes le reclaman supuesta difamación. Un video muestra que es humillada y golpeada por una compañera iracunda mientras los demás observan la reprimenda. Como en las guerras floridas, que con cuerpos humanos alimentaban el hambre de los dioses, los cuerpos humanos en México siguen alimentando otros tipos de apetitos, igual o más insaciables.

Del bar Heaven a la escuela Secundaria 7 en Tamaulipas, de la recámara de la casa a una sacristía, de la crónica del noticiero al canto quinto del Infierno “Empezaron a dejarse oír voces plañideras: y llegué a un sitio donde hirieron mis oídos grandes lamentos. (...) La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino a los espíritus; les hace dar vueltas continuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los lamentos y las blasfemias contra la virtud divina.” , vivimos en una sociedad enferma de violencia. Aquí Dante sería costumbrista.

Ante el paso de un autobús, un embustero se lanza desde la baqueta para ser atropellado. El cínico histrión reclama y extorsiona al chofer para no demandarlo. Vuelve su cuerpo instrumento de agresión, también exhibe al país. Los video juegos hacen apología del desmembramiento humano, los pixeles se tiñen con glóbulos rojos del adversario.
En Arqueología de la violencia, Pierre Clastres sostiene que el comportamiento agresivo es propio de la especie humana, con un objetivo: mecanismo de adquisición. Los hombres cavernarios usaban la violencia para comer (la caza), también para negociar y establecer condiciones. Hemos evolucionado muy poco, el apetito humano por apropiar sigue siendo el motivador de la violencia.

El deseo de adquirir poder, estatus, control, placer, alimenta las agresiones escolares en las escuelas, pero también incendia los ánimos en las tribunas legislativas o en las elecciones internas de los partidos políticos. El deseo de adquirir bienes a toda costa, lleva al robo, asaltos, extorsiones, secuestros, tráfico de personas y drogas, corrupción, fraudes. El apetito incontrolable por apropiar se ha vuelto contra nosotros y nos persigue sin cuartel, la violencia como sobrevivencia.

Más allá de las formas mediáticas, espero que el tema de las raíces de la violencia en general (no sólo el bullying) entre en el radar presidencial y de su gabinete. Esperemos que se implementen iniciativas efectivas (propuse algunas en este espacio, ver El efecto Lucifer, 26 de Febrero de 2012). En suma, requerimos reinstaurar valores sociales, un nuevo heroísmo que premie el desapego, el rechazo por apropiar con violencia (el policía que regresa la cartera, el maestro que detiene una agresión, el estudiante que se opone al grupo golpeador, y más).

Vivimos, a decir de Clastres, la economía primitiva, la economía de la predación. Los disturbios sociales por el tema del agua en San Bartolo Ameyalco, vigorizan lo que Lévi-Strauss estableció “Existe una vinculación, una continuidad, entre las relaciones hostiles y el abastecimiento de prestaciones recíprocas: los intercambios son guerras resueltas en forma pacífica; las guerras son el resultado de transacciones desafortunadas.”


Saramago describía a los lisboneses como gente de poco tener y mucho sentir; una descripción de pacifismo o fórmula para equilibrar pasiones destructivas. Hagamos algo similar, o no quedará nada por apropiar.