Empezó con ofensas verbales entre dos. Subió de tono, calentó los
ánimos de los presentes que, ya levantados desde sus asientos, ondulaban energía
de masas, se despojaban de el yo, para volverse el nosotros, y así como tribu
enardecida, como enjambre encolerizado, vertieron desde la tribuna su rencor
acumulado. Sólo hubo voz para la violencia.
Es la tribuna mexicana. Un espacio camaleónico que reproduce un lado de
nuestra realidad social; a veces toma forma de cámara de diputados, a veces de
estadio de fútbol. En ocasiones es
Chivas vs. Atlas, otras PRI vs PAN. A veces queda el torso desnudo para
festejar (la “Perra brava” del Toluca), a veces para protestar (diputado
Antonio García, PRD), la tribuna mexicana no se explica desde el lugar donde
ocurre sino desde la cultura donde se anida.
“La culpa es del estadio” termina el luminoso texto “Los estadios y las
multitudes” de Pablo Fernández Christlieb, donde expone que “la arquitectura es
una forma de pensamiento”, “una mente de concreto armado, que se activa cuando
se ocupa el lugar”, y cita al autor de “Masa y poder”, Elías Canetti: “todos
los presentes dan su espalda a la ciudad; la masa está sentada frente a sí
misma” y (su fuerza) “tiende a descargarse hacia adentro”.
Fernández ve a la tribuna como un despeñadero, una bajada energética
donde la masa se cohesiona y hay una inercia que conduce abajo y al centro, ve
a el estadio como el negativo de una pirámide, mientras ésta invita a subir y
llegar a la cúspide, aquel precipita la atención hacia el fondo.
La violencia en la tribuna mexicana se manifiesta ahí, pero sin duda
sus causas están en otras partes. En la desigualdad social, la falta de civismo,
la irresponsabilidad de las partes involucradas y hasta la descoordinación
policial (¿qué tanto habrá influido la falta de entendimiento que hay entre el
Gobernador de Jalisco y el Presidente Municipal de Guadalajara, para que no
hubiera una buena actuación policial el sábado pasado?).
Ayer en la mañana, durante un partido de fútbol de mi hijo de
secundaria, una mamá del equipo contrario le gritó al árbitro, “¡estúpido!”. En
un comercial de televisión vemos al entrenador de la selección nacional que
aparentemente le grita al arbitro, “¡estúpido!”, luego vemos que el causante es
un perico en el hombro del Piojo (más surrealista, imposible). Si queremos
resolver problemas de violencia, debemos también eliminar los mensajes que la promueven.
El dueño de las Chivas arremete contra la violencia en el estadio, pero también
alienta mensajes que exacerban los ánimos (“Vamos a ponerle sabor al caldo”
Chivas-América).
Endurecer las medidas de seguridad en los estadios es apenas una parte
de la solución. La violencia social está ahí, latente, lista para explotar,
como volcán, en el punto de menor resistencia. Mucho de lo que debería cambiar
es lo que hoy alienta la violencia, particularmente la forma en como pensamos
el fútbol y del fútbol (desde niños). Lo concebimos como un duelo, donde dos rivales se enfrentan, uno
ataca, otro defiende, y además hay juegos entre acérrimos contendientes. También influye la forma en como pensamos
a nuestra policía y el respeto que nos merece como figura de autoridad.
La sociedad mexicana tiene síntomas de grave violencia. Sin olvidarnos
de la lucha contra el narcotráfico, 6 mujeres mueren cada día por crímenes de
violencia extrema (¿cuántas más son golpeadas física y emocionalmente?). Esta
estadística es parte de una sombría tribuna mexicana. La violencia de los
jóvenes barristas se manifestó en la tribuna, pero se gestó en otro lado. ¿Cómo
se relaciona esto con el bullying en los colegios? Se antoja que haya una
estrategia nacional que pueda unir todos estos puntos.
Un amigo inquiere al otro: “¿por qué buscas aquí tus llaves, si las
perdiste allá?”, y el otro responde “es que aquí hay más luz”. Ojalá haya inteligencia
para atender las causas de violencia más allá de los estadios, pues unos creen
(parafraseando a Fernández) que la culpable es la tribuna.