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lunes, 29 de diciembre de 2014

Realificción

En cierta ocasión mi papá me sentenció con severidad: "eres lo que lees", no como forma de alentar el gusto por la lectura, que desde muy pequeño tuve gracias a él, sino a modo de reclamo ya que el tema que me ocupaba se apoderaba de mí. Durante mucho tiempo negué la posibilidad de ser un fanático en función de mis lecturas, hasta que la realidad se impuso de forma tan mexicana como sabrosa: un plato de chiles en nogada, una de las especialidades de mi mamá, que a mí nunca me gustaron hasta que leí Como agua para chocolate.

Fue en complicidad con Tita y Chencha, en ese pelar de nueces interminable, y en esas palabras donde Laura Esquivel recreó un receta que me fui comiendo con los ojos, que los chiles en nogada me gustaron, primero porque los leí y luego porque los probé. Desde entonces asumo los textos con la precaución de quien se sabe seducido por el contagio de las letras. Había olvidado este episodio hasta ahora que recibí de regalo navideño Gente así, del gran Vicente Leñero, un delicioso viaje entre realidad y ficción (¿acaso los planos narrativos de cualquier vida?).

En un cerrar del libro, una noticia me llamó: Francisco, el Papa, arremetió contra la Curia Romana. Decidí buscar el discurso del pontífice. Más allá de cualquier ideología, el mensaje me pareció relevante y lo hubiera considerado digno de mención así viniera de cualquier iglesia.

Entre realidad y ficción (muy lejos de la maestría de Gente así) tuve una ráfaga mental.

El jefe del Ejecutivo mexicano se acicaló el pelo, cuidadosamente engomado, bajó las hojas donde acababa de leer el mensaje papal y mirando a su interlocutor le dijo: "¿me sabe algo a mí y a mi gabinete, Santidad?". El Papa, con ese acento tan cercano a Dios, apuntó: "contame, ¿por qué lo decís?", y entonces Enrique, ajustando los términos litúrgicos por gubernamentales, leyó en voz alta pensando que hablaba en el brindis de fin de año frente a su gabinete:
 
"El gobierno está llamado a mejorarse. Estamos expuestos a enfermedades para enfrentar los próximos 4 años: El mal de sentirse inmortal. Un gobierno que no se autocritica es un cuerpo enfermo. No seremos inmortales, vayamos a los cementerios a ver a todos los que así se creyeron. No caigamos en la patología del poder. El mal de la petrificación, cuando se pierde la sensibilidad para llorar con los que lloran. El mal de la planificación excesiva y el funcionalismo. El mal de la falta de coordinación. La enfermedad del 'Alzheimer de Estado' (disminución progresiva de las facultades para ejercer el monopolio legítimo de la fuerza). El mal de la rivalidad y la vanagloria. El mal de la doble vida, fruto de la hipocresía de los corruptos. El mal de la cháchara, de la murmuración y del cotilleo. El mal de divinizar a los jefes. El mal de la indiferencia hacia los demás. El mal de la cara fúnebre. El mal de acumular. El mal de los círculos cerrados. Y el último: el mal de la ganancia mundana y del exhibicionismo.

"Comprenderá, su Santidad, que es imposible no sentirse aludido", concluyó el mandatario mientras devolvía las hojas a un Papa que sonreía argentinamente. "Es para vos, Enrique", dijo el sucesor de Pedro rompiendo, una vez más, el seco protocolo del Vaticano.

Me parece que las palabras de Francisco no sólo atañen a la Curia Romana, aplican a cualquier gobierno, grupo directivo, equipo de trabajo, familia, en fin, a cualquier interacción humana. Destaco su gran valor autocrítico.

A veces uno quisiera ser lo que lee, o mejor aún, lo que escribe, así podría operarse el destino a voluntad y capricho de las letras e ideas. Y podría uno tramar su propio éxito y circunstancia, y borrar los capítulos oscuros y reescribir algunos renglones con arrepentimiento genuino. En cierta forma todo esto es posible, ¿no acaso somos lo que hacemos?

Enfrento el fin de la página del 2014 con una duda inútil, pero existencial: ¿cuándo me empezó a gustar el bacalao y los romeritos? Lo pregunto en serio, lo pregunto frente a un librero que se obstina con un silencio cerrado.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Mundos en colisión

La nuestra parece una realidad sacudida. Como dice con sapiencia David Konzevik, estamos en la crisis de un mundo que no acaba de morir y otro que no acaba de nacer. Juan José Arreola lo dibujó con trazos incendiados (al fin coterráneo de José Clemente Orozco) en su Parturient montes: "En medio de terremotos y explosiones, con grandiosas señales de dolor, desarraigando los árboles y desgajando las rocas, se aproxima un gigante advenimiento. ¿Va a nacer un volcán? ¿Un río de fuego? ¿Se alzará en el horizonte una nueva y sumergida estrella? Señoras y señores: ¡Las montañas están de parto!".

Hijos del viejo mundo, los taxistas escarmientan la amenaza latente del monstruo: Uber, el servicio de contratación de auto con chofer bajo una plataforma digital, colisiona la herrumbrosa estructura corporativa de los taxis. La criatura del nuevo mundo representa una mejor propuesta de valor para los clientes, no sólo es más barata, sus estándares de calidad y servicio son muy superiores. Este servicio de un chofer con auto ha alterado el instinto de sobrevivencia de los monopolios ineficientes y corruptos, de ahí que los afectados se han quejado ya con una burocracia cómplice y complaciente que, lejos de buscar el beneficio de los ciudadanos, busca la forma de coartar la competencia.

Seres de un mundo que se extingue (así decía el narrador en la introducción de la serie de TV de los sesenta The Invaders), los burócratas se prestan a regular la amenaza del invasor que daña las viejas prebendas y que llegó para cambiar las reglas del juego: autos limpios, algunos de lujo, choferes selectos (de hecho hay déficit, sólo el 8% de los aspirantes cubre los requisitos), reglas claras, tarifas justas, recibos inmediatos, información transparente, agua de cortesía, seguridad, pago con tarjeta, posibilidad de calificar el servicio.

Usar Uber es como contratar un chofer con auto para tu casa o empresa, pactas con él un precio de la misma forma que contratarías un asistente. Seleccionas al que te parece más apto y conveniente. Los gremios de taxistas y la burocracia que los apoya argumentan que debes contratar solamente al chofer y auto que ellos estipulen, bajo las condiciones y precios que ellos establezcan, aunque sean malos, caros y hasta tramposos. Al regular la nueva oferta se pretende emparejar la competencia, limitar los beneficios para igualar la propuesta de valor, pero a la baja, en vez de a la alza.

Aunque Uber ha sido visto como amenaza en otros países, en México ha encontrado tierra fértil, recordemos que a varios grupos de poder la meritocracia les viene mal, la competencia es un pecado que atenta contra sus derechos y les aumenta las obligaciones. Los maestros que se oponen a ser calificados también son parte del mundo jurásico que persigue proteger a los mediocres y arrastrar sus privilegios.

Las sociedades que progresan aceptan el reto de la meritocracia. Como las especies de Darwin, sobreviven las más aptas para adaptarse al cambio. Recientemente estuve en Napa Valley, la boyante zona vinícola de California. En 1976 se realizó una competencia en París entre los mejores vinos de Napa (entonces desconocida al mundo) y los de Francia. Durante la prueba ciega, los jueces (todos franceses) se llevaron la sorpresa de su vida: el vino ganador fue Chateau Montelena ¡de California! (ver película Bottle Shock). No hubo un grupo de sindicatos franceses boicoteando los vinos del nuevo mundo, el ganador los bajó de su arrogancia y los motivó para mejorar aún más sus estupendos vinos.

Esto explica por qué las candidaturas independientes son amenazantes para la partidocracia. De la misma forma que el taxista y su patrón (generalmente un explotador avaro, dueño de decenas de autos) resienten que ya no los contraten, muchos políticos temen alejarse de la ubre presupuestal. Ambos cometen el error de creer que el mundo opera con las viejas leyes. Se cumple la profecía del vate de Zapotlán el Grande, ha nacido un nuevo territorio; aunque algunos siguen con el mismo mapa.

(Nota: David Konzevik se refiere a la teoría de Gramsci)

domingo, 14 de diciembre de 2014

La sospecha

Resulta que dentro de la casa había otra casa. Varios descubrimientos arqueológicos en México dan cuenta del sistema constructivo prehispánico donde un edificio era crecido con una nueva superficie, como estas muñecas rusas llamadas matrioskas. Esta práctica de nuestros antepasados sirvió para que muchas construcciones quedaran ocultas a los conquistadores y no fueran destruidas; también simboliza un rasgo cultural que nos caracteriza, la dualidad, ocultar la real intención, la simulación, la máscara que esconde el verdadero rostro.

En nuestro código cultural arrastramos la sospecha, también el ocultamiento. Éste nutre a aquella. Ocultamiento y sospecha alimentan un círculo por donde transitamos, lo hemos practicado por siglos, no nos extrañe que sea parte del modus operandi del sistema social y político mexicano. Durante la Colonia las prácticas religiosas prehispánicas sobrevivieron gracias al ocultamiento, cuyo código devino en una necesidad primaria: sobrevivir. Aprendimos a ocultar para sobrevivir, pero como es natural, dimos a la sospecha denominación de origen.

Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad: "... esta conducta, legítima en su origen, se ha convertido en un mecanismo que funciona solo, automáticamente. Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados". Este mecanismo funciona solo, precisamente, por ser parte de nuestra cultura.

Dice Sara Sefchovich en su espléndido libro País de mentiras: "Nuestros poderosos no podrían mentir si no fuera un código y una práctica socialmente compartidos, socialmente aceptados y firmemente establecidos que permiten que las cosas sean así".

Las influyentes publicaciones The Wall Street Journal y The Economist (ésta bajo el sugerente título "La hipoteca turbia") han puesto en la mira la enajenación que el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, tuvo con una de las empresas del controvertido Juan Armando Hinojosa Cantú, de Grupo Higa, lo que muchos han calificado como una operación gemela a la Casa Blanca mexicana, propiedad de la esposa del Presidente. El asunto, como era previsible, ha enardecido más el ánimo social.

Más allá de las explicaciones de la primera dama y del secretario de Hacienda, la sospecha emerge de la misma manera que los templos enterrados salen a la superficie mientras se hunde la Catedral Metropolitana en el centro histórico de la Ciudad de México. Esta "nueva" casa pone énfasis en la primera. Seguramente se trata de operaciones legales, jurídicamente bien hechas y dentro de parámetros de mercado, pero, en lo referente al tema de un potencial conflicto de intereses, hay dudas, y no habrá conciliación con el ánimo social hasta que no haya transparencia. Mover a México empieza por erradicar la sospecha, establecer hasta dónde se puede hacer algo jurídicamente sin mancha, pero éticamente vulnerable. Nuestra confianza transita un camino minado de sospechas.

Algunas piezas arqueológicas, labradas de un sólo lado, sobrevivieron gracias a que nuestros antepasados pusieron el rostro boca abajo (más que con la intención de esconder, de venerar a la tierra). Hoy las podemos admirar porque fueron desenterradas.

Mover a México equivale a desen- terrar al país, sacar las cosas a la luz. Hoy que la credibilidad del Presidente y de su secretario de Hacienda están bajo sospecha, el cambio reformador que impulsan pasa por construir confianza. Ellos deben ser los primeros interesados en esclarecer las cosas y someterse a una comisión de la verdad que tenga probada credibilidad. Una nación civilizada no condena antes de saber, pero hemos aprendido que la sospecha es la antesala de la verdad.

Daniel Sada lo escuchó en una estación de camiones e intituló una gran novela: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. El nombre parece factura bajo pedido. Si el gobierno del presidente Peña Nieto insiste en lubricar al país con el engrudo de la duda, sabrá que la sospecha es un potente freno para México.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Surgir desde nosotros

La semana pasada expresé que para cambiar a México hay que cambiar el sistema, por una razón fundamental: el sistema moldea la conducta. Si imaginamos que México funciona como un organismo podemos visualizar cómo la teoría de sistemas puede influir para un cambio favorable. Varios estudiosos de la condición política y económica del país fallan cuando pasan por alto el sistema cultural, parecería que la culpa de que seamos como somos es de la política o de la economía, cuando en realidad es al revés. Porque somos la sociedad que somos, tenemos los políticos que tenemos, ellos surgen de la sociedad.

Cambiar el sistema cultural (el político vendría por consecuencia con la renovación de cargos públicos) implica no esperar que el gobierno inicie el cambio. Acabo de escuchar un anuncio de radio del PRD (podría ser de cualquier otro partido) donde nos dicen algo como "mira qué bueno soy, te he dado apoyo para viejitos, apoyo para esto y aquello", la concepción del ejercicio político es "vota por mí porque te doy", así ha sido durante generaciones. No es casual que tengamos una sociedad domesticada (como animal salvaje en cautiverio), acostumbrada a pedir y a recibir de "papá gobierno", acostumbrada a que sus problemas se los resuelvan los políticos. Este círculo de rentabilidad electoral implica la conveniencia de que haya una clientela subdesarrollada y con problemas para venderle espejitos de soluciones.

Cambiar el sistema cultural implica que entendamos el concepto de resiliencia. Es la capacidad que tiene un individuo o un grupo social de generar factores biológicos, psicológicos y sociales para resistir, adaptarse y fortalecerse, ante un riesgo, generando éxito individual, social y moral. Aquí reside una base para sanear el tejido social. Los grupos resilientes hacen más fuerte a una sociedad o a una empresa, son fractales que garantizan la permanencia ante la amenaza. La resiliencia se pierde, pero también se recupera y fortalece.

Tradicionalmente la resiliencia aplica a catástrofes, desastres naturales que ponen en riesgo la sobrevivencia humana. En las zonas sísmicas de México se ha desarrollado resiliencia en función al riesgo natural. La resiliencia es entonces relativa, a tal veneno, tal antídoto. ¿Acaso en México la catástrofe no es el mal gobierno, la impunidad, la corrupción y la inseguridad? Necesitamos una Alianza por la Resiliencia que permita sanar los diferentes subsistemas estructurales de lo que llamamos "tejido social" o "cultura".

Gracias a un experto, doctor Dagoberto Flores, sé que lo contrario de resiliencia es la anomia asiliente, y que los 8 pilares de la resiliencia (piénsalos para México, pero también para ti y tus hijos) son: autonomía, afrontamiento (capacidad de resolver), autoestima, conciencia, responsabilidad, esperanza-optimismo, sociabilidad inteligente y tolerancia a la frustración. Estas competencias deberían ser parte de la educación y de los programas sociales. Las sociedades con más índice de anomia asiliente (es decir, con calificaciones más bajas en los pilares de resiliencia) están en América Latina, Asia y África, justo donde hay más países subdesarrollados.

Los individuos resilientes forman mejores sociedades, capaces de cuestionarse temas vitales. Por ejemplo, ¿se debe ser leal a un sistema de gobierno o a los beneficios de un sistema de gobierno? Yo prefiero los beneficios aunque no sean del sistema más aclamado. Un sistema resiliente es meritocrático por naturaleza, promueve a los mejores, no a los escogidos por intereses de camarillas.

La Alianza por la Resiliencia requiere un marco institucional y administrativo que además de los pilares básicos aliente la rendición de cuentas, la transparencia, y combata la impunidad. Requiere la participación de la academia, iniciativa privada, organismos civiles y sociedad en general. Implica surgir desde nosotros. El cambio en México se conjuga sin el sustantivo gobierno. Sólo un nosotros fuerte terminará con los pocos que ni saben, ni pueden, ni quieren.

domingo, 30 de noviembre de 2014

¿Mover la cola o mover al perro?

En su mensaje de toma de gobierno hace dos años, el Presidente dio 5 ejes en los que pensaba fincar un cambio para mover a México; yo le sugerí un sexto eje (del que seguramente no se enteró, y si se enteró, no le entendió, y si le entendió, no le importó), que cito tal cual: "Permítame, Presidente, aumentar un sexto eje a su proyecto de trabajo: cero tolerancia a la impunidad. Lo imagino decir: 'Impulsaré cambios sociales que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad'. ¡Caray! Hasta el perro de Montiel hubiera ladrado".

La alusión canina se debe a que en aquel texto establecí que un entrenador de perros le decía al Presidente cómo cambiar al país. Cito: "César (Millán) usa perros con buena conducta para contagiar al perro rebelde, opera lo que él llama una transferencia de energía positiva. Enseña al dueño a entender la naturaleza animal del perro, no la naturaleza humana del perro (que por supuesto no existe). Cuando el dueño aprende a cambiar su propia conducta, cambia la del perro. Así, el encantador de perros es en realidad un entrenador de dueños, y sus principios funcionan con animales lo mismo que personas: se basan en entender la naturaleza de un sistema y balancear sus símbolos y significados para moldear comportamientos.

"¿Qué haría César Millán con un perro violento, tan violento y sin límites como México? Si Peña Nieto quiere un México en paz, como lo mencionó en su primer eje de trabajo, debería rodearse no sólo de un gabinete con experiencia sino de un buen grupo de científicos sociales para trabajar cambios en el sistema social del mexicano. Lo he dicho ya, y no me cansaré de repetirlo: en el sistema vial, en nuestra forma de conducir, está la gran posibilidad de empezar a cambiar conductas donde un mexicano vea que otro mexicano sí respeta, y que cada día son más los que obedecen la ley que los que la infringen. Yo les he llamado 'metáforas de cambio', César Millán le llama 'transferencia de energía positiva'".

Cuando el Presidente dijo que "la corrupción es cultural", connotadas figuras atacaron su postura; ni el mandatario supo explicarlo, ni los críticos entenderlo. Yo lo defendí. El tema "cultural" no es el de la nacionalidad o el genético, es el del sistema cultural o sistema social (el conjunto de prácticas y hábitos que marcan comportamientos), por ello es vital que tanto el gobierno como la sociedad trabajen para modificar el sistema cultural, sólo así podemos esperar un cambio de conducta (aquí sí vale el ejemplo del mexicano que cruzando la frontera en EU no tira basura y respeta la leyes, el sistema de allá lo moldea).

Las 10 medidas anunciadas por el Presidente (donde mezcla estrategias con tácticas) serán poco efectivas sin un cambio en el sistema. Es como crear un archivo nuevo en una computadora infectada. Por ello, me permito añadir el punto 11 al decálogo presidencial: ¡Cero tolerancia a la impunidad! Lo imagino decir: "Tendré un grupo de asesores para ayudar a generar un cambio en el sistema social del mexicano, incluyéndonos a nosotros, los políticos. Impulsaré cambios que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad". ¿Suena familiar? Necesitamos lo mismo de hace dos años, ¿se dará cuenta ahora el Presidente?

Ayer fueron los 5 ejes, hoy los 10 puntos. ¿Habrá 15 puntos en un nuevo plan emergente dentro de dos años? Si no hay un cambio en el sistema, me temo que sí. El cambio pasa por rescatar la enseñanza de la ética (palabra que por cierto no recuerdo haber escuchado en el mensaje presidencial) y aplicar la ley. Presidente, enfrente la impunidad, ¡aplique la ley!

No necesitamos más leyes ni derrocar al Presidente, es el sistema el que hay que arreglar, necesitamos que Peña Nieto y su equipo se convenzan de que el sistema moldea conductas, no al revés. Lo sabe César Millán: es más fácil que el perro mueva la cola, que la cola mueva al perro

domingo, 23 de noviembre de 2014

Retos de un primate alfa

¿Qué debería hacer el primate presidencial en esta manada mexicana?, inquirí. La pregunta (genuinamente descabellada, luego prometedora) surgió mientras escuchaba a un experto hablar del sentido de convivencia entre los individuos, de los equilibrios de poder, de las argucias y manipulaciones, del comportamiento egoísta, de las maniobras políticas para obtener el poder, de las formas para ejercerlo, de la violencia, del engaño y la mentira, del altruismo y la cooperación, en fin, de todo aquello que somos como sociedad. Tenía ante mí un gran espejo donde se reflejaba la condición humana, lo extraordinario es que estaba escuchando a un experto en primates.

Pablo Herreros, primatólogo, habla con la autoridad de un homínido que ha recorrido la selva por nosotros. Regresa a la civilización para comprender más a los hombres y querer más a los chimpancés. Su mundo es de cuevas en Cantabria o hábitats de primates en cualquier parte del mundo, ahí donde haya rastros de los seres que fuimos. Nuestra identificación fue total, nos unen las grutas remotas y la firme creencia que no hay nada más actual que entender al hombre cavernario. Este científico de Santander me dedicó su libro Yo, mono con el mejor de los elogios: "Para mi ya amigo primate Eduardo".

Los experimentos científicos han demostrado un enorme paralelismo entre el comportamiento individual y social de los primates con el de los humanos. Nuestra psicología ha evolucionado tan poco que las respuestas a dilemas de la manada encierran aprendizajes para la tribu, nuestra tribu.

Un primate alfa entra en problemas cuando genera más conflictos de los que soluciona. El grupo se alía para expulsarlo. De igual forma, la manada se cansa de un líder violento o que es incapaz de frenar la violencia. La manifestación social del pasado 20 de noviembre no es mera coincidencia. Inclusive, ciertas manifestaciones tribales, como quemar efigies antropomórficas, responden a comportamientos encerrados en nuestro inconsciente colectivo (la quema de los Judas en México, la fiesta de Las Fallas en Valencia, son apenas algunos ejemplos donde la comunidad pretende hacer una limpia, expulsar aquello que considera dañino para el grupo).

Una sociedad de antropoides requiere un liderazgo fuerte y efectivo. Si el primate alfa es incapaz de proteger al grupo, atenta contra el instinto básico de sobrevivencia. Los primates luchan por el poder con diversas estrategias, particularmente el establecimiento de alianzas para equilibrar o desbalancear con grupos antagónicos.

El primate alfa está en problemas cuando además de generar conflictos es agresivo o permite la agresión y pone en riesgo el equilibrio de vivir en grupo, y (esto es particularmente importante en el caso mexicano) pierde las alianzas o se alía con los equivocados. En estas páginas se ha dado cuenta de aquello que es verdaderamente desestabilizador: las alianzas equivocadas, aquellas que vulneran a la sociedad por perseguir fines ajenos a ésta y beneficiar a camarillas. Se hartan los primates y nos hartamos nosotros.

El presidente Peña bien podría tomar algunas recomendaciones para primates. Cuando la tolerancia del grupo se agota, el primate alfa debe trabajar en restaurar la confianza, hacer las alianzas correctas y establecer un ánimo de cooperación. Pero no podrá hacerlo sin dos cosas fundamentales: predicar con el ejemplo y entender las emociones colectivas. Nada influye tanto en los primates como el ejemplo del líder. Sin romper sus alianzas envenenadas, como la de Montiel, y sin aceptar que el verdadero agravante social no es si su esposa tiene o no la capacidad económica para comprar mansiones, sino esclarecer la presunción de corrupción con el contratista que desde su gestión como gobernador del Estado de México ha sido muy activo, el Presidente tiene un panorama complicado.

Por cierto, está científicamente probado que entre primates hay corrupción, y distinguen entre donación y robo. Eso sí, no hacen público su patrimonio.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Columnas de arena

El presidente Peña gusta de repetir la expresión "el Estado mexicano", para dar cuerpo y fuerza a su mensaje. Su retórica evoca a una figura espectral. Al escucharlo, imagino a un niño orgulloso de su castillo de arena diciendo: "estas columnas sostienen todo" (más que ser motivo de escarnio, debería tenernos muy preocupados). Hace tiempo cuestioné: ¿tenemos realmente un Estado?, y cité al filósofo alemán Max Weber, para quien un Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima, y precisa que para existir requiere que se conserve este monopolio.

El único monopolio que le haría bien al país, no existe. El gobierno ha perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, se ha replegado, cedido el territorio, ha dejado de aplicar la ley. Por omisión, ha vulnerado al Estado, esa fuerza que somete y regula a los integrantes de un sistema social en aras de un fin común. Actualmente esos actores están sueltos, obteniendo ganancias individuales contrarias al interés social. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, se cumple la sentencia "A río revuelto...".

Entro en el baño público de una carretera y tengo que pagar 2 pesos a un "encargado" que se ha adueñado de un elemento estratégico: el papel de baño. Me quiero estacionar en una calle cualquiera y alguien ha bloqueado el espacio para que le pague (cerca de mi oficina un franelero acuchilló a otro, se disputaban el territorio).

El crimen (organizado o no) paga por ocupar plazas, se pelea a muerte con otras bandas para ver quién domina el territorio. En la misma tesitura, con otros actores, quedan las licitaciones dudosas, como la recién frustrada del tren Querétaro-Ciudad de México, donde el secretario Ruiz quedó en una posición tan vulnerable que su permanencia en la SCT no ayuda a la construcción de un Estado.

En la joya del barroco mexicano, templo de Santa María Tonantzintla, una familia cobra la entrada al baño, vende fotografías y vigila que no tomemos fotos, "por seguridad", dicen, ya que "sacar fotos anuncia los tesoros y luego hay robos". Entonces, ¿para qué venden las fotos? Me explica el encargado que el dinero es para mantener el templo. Le digo que quiero cooperar para el templo a cambio de que me deje usar mi cámara. Me pide que entremos a la iglesia (había una cámara en la puerta, no quería ser grabado) y debajo de un imponente sotacoro, donde angelitos regordetes rodean a la Virgen de Guadalupe, me dice sigiloso una elevada cuota. Le digo que no, pero que quiero un guía. Su hija es la guía. ¡Barroco negocio!

A diferentes niveles hay una guerra por la ocupación del bien público, lucha que mina al Estado. Son pequeñas y grandes batallas diarias que están sangrando, mordiendo al país. La "mordida" es quitarte, arrancarte un pedazo de lo tuyo. Hay un acecho a todo aquello susceptible de morderse. ¿Quieres que tu municipio reciba fondos federales? ¡Móchate!

La indignación alrededor de la "casa blanca" de los Peña Rivera tiene de fondo la misma estructura: la ocupación territorial con dudas de por medio, dudas que minan la figura presidencial (y por ende al Estado), dudas que parecen más grandes entre más explicaciones oficiales se dan. Aunque se demuestre que es legal que el mandatario viva en la "casa blanca", es otra la pregunta de fondo: ¿es correcto que el Presidente viva en la casa de un contratista muy activo en su gobierno? ¿Es bueno para su patrimonio que sea de su esposa?, sin duda. ¿Es bueno para el país?, no. Otra vez, la ganancia individual frente al interés común.

Que se dañen (ocupen) bienes públicos como Palacio Nacional, que se zangolotee y golpee a policías (símbolos públicos) y el delito quede impune, suma a la inexistencia de un Estado. El Presidente regresó de un viaje, no tarda en mencionar "el Estado mexicano". Nos conviene que reconstruya al Estado y que se dé cuenta que las columnas de arena sirven para sostener castillos de arena, pero no duran.


lunes, 10 de noviembre de 2014

"No soy mi padre"

PUEBLA.- No todos los días tengo la oportunidad de hablar con el hijo de un terrorista. La historia de Zak Ebrahim debería ser lectura obligada en las escuelas de México, desde primaria hasta universidad y, ¿por qué no?, debería ser repetida en las Cámaras de Senadores y Diputados, en las convenciones de los partidos políticos, en las oficinas de Gobierno, en las empresas, en los templos de las distintas religiones, en los juzgados y hasta en los clubes deportivos.

Zak es hijo de un fanático musulmán, El Sayyid Nosair, seguidor de Osama Bin Laden que nació en Egipto y luego se hizo ciudadano norteamericano. Dice Zak que cuando él tenía 7 años, su papá asesinó al rabino ultraortodoxo Meir Kahane. Tres años después, en 1993, desde la prisión, participó intelectualmente en un ataque con 680 kilos de explosivos al World Trade Center; mató a seis personas e hirió a mil. Otros ataques fueron desactivados por el FBI.

Fiel a sus convicciones extremas, El Sayyid Nosair inculcó en su hijo de 7 años las creencias radicales, el odio por los infieles (todos los que no vivieran como ellos), y lo inició en las armas, preámbulo a una potencial carrera de asesinatos y violencia. La insólita puntería del niño en los campos de tiro despertó alabanzas y orgullo entre los amigos del padre: "Ibn abuh" (de tal padre, tal hijo), la semilla de la destrucción estaba sembrada.

El alto nivel de descomposición social y brutal violencia que tenemos en México se evidencia en que cada vez más personas participan en actividades ilegales, vemos a familias enteras dedicadas al delito en toda su gama, narcotráfico, narcomenudeo, robos y asaltos, secuestros, piratería, y ahora, faltaba más, algunos desde la política y otras posiciones de autoridad que deberían ser bastiones para combatir la delincuencia. Es un problema social.

¿Existe la herencia del comportamiento? Así como hay historias de orgullo donde del eminente médico o abogado surge un vástago igual o más capaz que continúa la tradición, así en la delincuencia se hereda el negocio ilícito. Aunque no es una regla, hay indicios que de padre robacoches, hijo robacoches, de papá vendedor de piratería, hijo pirata. Heredar el negocio supone continuar un modus operandi para seguir obteniendo una ventaja.

A los 19 años la vida de Zak le pesaba demasiado. Estaba harto de cambiar de residencia frecuentemente para encubrir la realidad de la familia, cansado de esconder su identidad y de ser objeto de bullying por su obesidad y timidez, lleno de prejuicios sociales. Un día se dio cuenta que su mejor amigo era judío y tiempo después, trabajando en un parque de diversiones en Florida, trató a todo tipo de personas y terminó de convencerse que la realidad era muy distinta a los estereotipos raciales y religiosos que le habían inculcado. Al ser víctima de discriminación, se solidarizó con los ofendidos.

Hablé con Zak aprovechando su participación en La Ciudad de las Ideas. Su libro y ponencia El hijo del terrorista, una historia sobre elección, despertó conciencias y admiración. De voz serena que inspira una profunda calma, me repitió las palabras de su madre cuando le expuso que no quería ser como su padre, palabras que le calaron hondo: "Estoy harta de odiar a la gente". Hoy Zak es un pacifista cuyo testimonio es contundente, la violencia no se hereda, y termina su participación con una de las frases más fuertes que yo haya escuchado, palabras conmovedoras, lapidarias: "No soy mi padre".

Zak escogió no odiar, escogió ver por sí mismo, tener una posición autocrítica, entender a los otros y a lo otro, saber que sin distinción de credos y razas los fines ulteriores de la vida son los mismos. Zak escogió respetar la vida, liberarse, cambiar su historia y la de muchos más, retó su propio destino. Entendió que delinquir es una decisión personal y sepultó aquel "Ibn abuh", presagio de más sangre y dolor en el mundo.

Los hijos de delincuentes en México deberían tener el valor de elegir para alguna vez decir "No soy mi padre".

lunes, 3 de noviembre de 2014

Altar de vivos

En mi altar de vivos literarios he decidido poner a Ernesto Sabato. Como si hubiera visto el futuro de México o nos mandara un mensaje del más allá, el extinto escritor escribió un libro genial donde afirma “Estamos a tiempo de revertir el abandono y esta masacre”. Por supuesto que el argentino no se refiere a ninguna de las atrocidades que recientemente padecemos. La suya es una reflexión sobre la condición del hombre contemporáneo en donde lo llama a ofrecer una resistencia para contrarrestar la tragedia que supone que el hombre pierda el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea.

Editado en el año 2000, La Resistencia cobra vigencia de la misma forma que hoy descargamos una actualización de la red. Lejos de ver la invasión de celulares inteligentes y familias de tabletas digitales, que son parte inescapable de la vida moderna, Sabato dirigía sus baterías contra el ataque invasivo de la pantalla televisiva y su “efecto entre mágico y maléfico” producto, especula el creador de El Tunel, del exceso de luz que nos captura, de la misma forma que un farol nocturno convoca moscardones y sabandijas aladas.

Ajeno a las pantallas de alta definición (ahora de bolsillo), Sabato leyó el futuro: “Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad”, y hace un llamado apremiante por reconocer los “espacios de encuentro”, ese contacto con la realidad, dado que “al ser humano se le están cerrando los sentidos”.

Me parece que la verdadera luminosidad no está en las pantallas sino en la reivindicación de la presencia de lo humano, “el pequeño lugar”, la charla de sobremesa, la felicitación de cumpleaños que se da de viva voz o, mejor aún, con la calidez de un abrazo, un paseo matinal, ver llover, en fin, más humanidad que nos devuelva una realidad desaparecida.

También he puesto a Juan Villoro en mi altar de vivos. Esta semana tuve el placer de escucharlo hablar sobre “la desaparición de la realidad”, una profunda reflexión donde, entre otros ángulos, nos dice que hay pocas cosas tan misteriosas como lo cotidiano, y hace una exhortación para recuperar lo común, la novedad de lo diario, de cara a una vida virtual, de presencias espectrales, que cada vez parece abarcarlo todo.  Me quedo con su pregunta: ¿Dónde queda la experiencia sensible?

Por alguna circunstancia me atraen los relojes antiguos. Sabiendo mi lado arqueológico, mi esposa (lo he contado ya) me regaló un viejo reloj de cuerda con el que cada noche disfruto girar la corona, escuchar su marcha y el recorrido de los engranes que no veo, pero siento en las yemas de mis dedos, un recordatorio de vivir ese “pequeño lugar” cargado de humanidad. Mi reloj, más que un instrumento para medir el tiempo, es un símbolo de mi propia resistencia, de mi afán por recuperar la realidad desaparecida ante el embate de correos electrónicos, tuits y otras invasiones de las pantallas digitales.

Aunque mecánico, mi reloj tiene mucho de humano. Obra de un ensamble profundamente manual y paciente, ajeno a cualquier batería de litio, pero eso sí, armado de puentes, tijas, barriletes, rochetes y trinquetes (palabras extintas de los modernos mecanismos de cuarzo), noté que cada día se retrasaba, acaso agotado por los años, un par de minutos. El relojero que lo destapó no pudo contener la emoción, como el mecánico que levanta el cofre ante un auto clásico que tal vez sólo había visto en algún catálogo. Mi reloj carece de marca y por dentro ostenta una realidad que sólo aprecian quienes saben de la minuciosidad con la que se mueven los detalles humanos de la vida. Luego de un milimétrico ajuste, el relojero lo cerró. Cuando me lo entregó, su recomendación fue terapéutica: “no le pida mucho”.


Así está mi altar de vivos, con dos grandes escritores, un llamado a resistir y rescatar la realidad perdida, y por supuesto, con mi viejo reloj (que ya no se retrasa). Entre Sabato y Villoro el tiempo adquiere una consigna manual: a la realidad hay que darle cuerda.

domingo, 26 de octubre de 2014

Soy tu primera corrupción

¿Cuántas mentiras aguanta un país?, no tengo la respuesta. Los mexicanos aguantamos muchas, es más, no solamente las aguantamos, también las creamos; mentir llega a ser una forma de navegar en nuestro sistema cultural, a veces como fórmula de cordialidad, donde un "nos hablamos" es el limbo donde no hay culpables; a veces para conseguir una ventaja en segunda fila: "permítame estacionarme aquí, no tardo nadita" (en México todo diminutivo es sospechoso).

¿Qué tal si sustituimos la palabra mentira, por la palabra corrupción? Las mentiras y la corrupción acortan camino, son atajos que favorecen al abusivo en perjuicio de los demás y en beneficio de un tercero. En el fondo, una mentira corrompe el sistema. El hijo que reiteradamente miente en la familia, el empleado que roba "un poquito", son actos corrosivos. El vendedor de una empresa que da una "gratificación" para quedarse con un contrato, el comprador que la recibe, simulan, engañan, son mentirosos, son corruptos.

En México, al menos en discurso, estamos hartos de la corrupción, deberíamos entonces estar hartos de la mentira, de la transa y del fraude, que son lo mismo. Tenemos estadísticas sobre la edad en la que se inicia el consumo del alcohol, drogas, vida sexual, pero no he visto datos sobre la edad en la que se comienza a mentir.

"Robi dijo la primera mentira a los 7 años", inicia así Mentiralandia, de Etgar Keret, donde narra la historia de un niño que creció diciendo incontables mentiras. En la primera, fingió haber sido asaltado para quedarse con el dinero que su madre le había dado para comprar cigarrillos, se compró un helado y escondió el cambio debajo de una piedra en el traspatio. Siendo ya un adulto, por azares de la ficción, su madre muerta le pide un chicle y le dice que lo compre con el dinero que está debajo de la piedra. Robi Elgrabli inicia una travesía donde se le van apareciendo personajes de las mentiras que ha dicho en su vida.

"Soy tu primera mentira", le dice el chico pelirrojo que supuestamente lo había asaltado. Está el perro que había atropellado en otra mentira, un anciano manco que era mentira de otra persona, todos estaban ahí, mentiras que regresaban a su vida, como la piedra lanzada al aire que avanza sin obstáculo, hasta llegar a un punto decisivo donde ha perdido aceleración y comienza el descenso. Cada personaje espetaba a Robi: "soy tu mentira".

Una sociedad donde mentir es fácil (por la altísima impunidad) alienta la corrupción. La única forma de hacer que alguien no sea corrupto es que no quiera serlo. De ahí la importancia de recuperar la ética en la educación y practicarla en todo ámbito.

Siguiendo la analogía del escritor israelí, un comprador de vías de tren ligero será encarado por huérfanos: "Compraste material no apto, pero te dieron moche, y nuestros padres se voltearon en la curva. Somos tu corrupción". Una cabeza sin ojos encarará al jefe de inteligencia y a un gobernador: "Sabías y no hiciste nada, soy tu corrupción". Una mujer paralítica le dirá lo mismo al policía que solapó al auto en segunda fila. Un grupo de cadáveres y quemados le dirán al inspector que dio permiso para una gasolinera que nunca debió estar ahí: "somos tu corrupción". El juez que recibió dinero para liberar al tratante de blancas, escuchará a mujeres en pena: "somos tu corrupción". El maestro mal preparado que ocupó la plaza del que sí era capaz, será atormentado por adultos mediocres: "somos tu corrupción", el presidente de un partido político que dio el espaldarazo a su compañero criminal, escuchará de osamentas anónimas: "somos tu corrupción".

La mentira tiene memoria y cuenta regresiva. Hasta que no veamos la interconexión de hechos y sembremos conciencia para cosechar nuevas actitudes, viviremos persiguiendo (como el caballo a la zanahoria) la corrupción.

Soñé con una versión de Mentiralandia mexicana. Ahí, los indolentes que no se afectan por las consecuencias a terceros, escuchan a sus hijos, tristemente en desgracia, susurrar al oído, "papi, soy tu corrupción".

lunes, 20 de octubre de 2014

Recuperarnos

¿Tenía ante mí a un degollador en potencia? La pregunta me inquietó como un intruso en la noche. Me sentí paranoico en la sala de espera médica viendo al niño de 5 años, larga espada de plástico en mano, tumbar de la mesa, una y otra vez, a su pequeño Buzz Lightyear. En la televisión se daba cuenta de la crónica de sangre, el resumen noticioso de México. Y ahí, el pequeño gladiador llenando sus oídos y sus ojos de fosas clandestinas, desaparecidos, nuevas ejecuciones, de políticos coludidos. Si además un virus mortal nos amenaza, yo también hubiera salido de casa con un sable.

Me temo que nos estamos perdiendo. Peor aún, estamos perdiendo a las generaciones del futuro inundando el espacio con notas trágicas que cada vez más saben a normalidad y menos a excepción. Urge una profunda reflexión para crear un balance, no para esconder la realidad sino para difundir las buenas acciones, los actos heroicos de hoy, decisiones que parecen no tener cabida ante la barbarie, pero que son un soplo de esperanza para volvernos a encontrar con el México de paz.

Hace poco caminé por el centro histórico de Querétaro, ciudad que me sabe a jamoncillo de leche y a árbol genealógico. Mis antepasados maternos caminaron las mismas calles cuyos nombres antiguos aún pueden leerse. Era domingo en la noche y yo esperaba escuchar el grito que necesita el país: "¡Las siete, y todo sereno!". Y en cierta forma lo escuché en el Jardín Zenea. Al compás de una orquesta que desde el quiosco sonaba estupendamente, decenas de parejas bailaban danzón mientras una gran concurrencia miraba, embelesada, apaciguada, siguiendo la cadencia imposible de pisar mil veces una misma loseta.

Éste es el México que necesitamos, pensé. Y me acordé de mi amigo Agustín y de su iniciativa "Hoy di algo bueno de México", en la que propone que nos rescatemos a través de cambiar el lenguaje de todos los días, reconocer nuestros valores en expresiones sencillas y positivas, frases que aluden a la cotidianidad y a esos momentos mágicos que van tejiendo lo que hace que valga la pena vivir. "Hoy di algo bueno de México: las piñatas" o "el pan dulce en la mesa" o "la SCJN frena los abusos de SKY" o "bailar danzón en una plaza" o "el policía que recuperó mi cartera". Necesitamos voltear a ver al otro lado, saber que no todo es fango.

Esa misma noche, en la ciudad que se volvió noticia porque un narcotraficante se infiltró en la sociedad queretana, ya con el quiosco vacío y sin las notas de Canela en Rama, en el Jardín Zenea se veían andadores limpios, como si nada hubiere sucedido hace unas horas. Un ejército de mujeres afanadoras hacía nueva música con el arrastrar de sus escobas. Al comentar el tema con Raúl, mi amable anfitrión, me contó una historia de ésas que necesita nuestro ánimo.

Resulta que la ciudad de Querétaro ganó un premio mundial de ciudades limpias, "La escoba de platino" (nada mal para un país que es noticia mundial en "barbarie de platino"), presea que se entregó en Madrid hace unos meses. ¿Quién creen que viajó con gastos pagados y fue a recoger el premio? Para quienes pensaron "el presidente municipal o algún diputado", lamento decepcionarlos. Viajaron, por orden de Roberto Loyola, presidente municipal de Querétaro, Martha Hernández y Ma. de Lourdes Rivas, barrenderas de la ciudad.

¿No podríamos decirle al pequeño gladiador que en este país no sólo hay escoria como el prófugo munícipe de Iguala, sino que también hay ejemplos como el del edil queretano y sus barrenderas? ¿No podríamos decirle que el "¡tan, ta, ta, tan!" no sólo es de metralletas de uso exclusivo del Ejército, sino de un rítmico analgésico llamado danzón? ¿No podríamos decirle que además de políticos que mandan matar, también hay de los que mandan recoger un premio a quienes realmente lo ganaron?

Estamos llamados a desenterrar la esperanza. Recuperarnos equivale a reencontrarnos, reconocer un nuevo heroísmo, difundir y exaltar lo positivo, avivar la resistencia que nos dará futuro. Si no, la espada de plástico será de metal un día.

domingo, 12 de octubre de 2014

Darwin en México

GALÁPAGOS.- Esta parte del mundo evoca el apellido de un inglés cuyas observaciones influyeron, como pocas, en el hombre contemporáneo. Escribo desde una ventana privilegiada en la cima de la Isla Santa Cruz, en medio de comodidades que el joven expedicionario Darwin no tuvo, pero tal vez ante un panorama similar, una mañana con sabor a café y neblina, entre cedrelas y scalesias, espesa vegetación endémica.

El 15 de septiembre de 1835, con tan sólo 26 años (a esta edad muchos jóvenes mexicanos rompen vidrios en manifestaciones y sólo les interesa el origen de la nada; ¡cómo hemos evolucionado!), Darwin desembarcó del HMS Beagle para encontrar un paisaje cautivador y excitante, un territorio de criaturas tan exóticas como las tortugas gigantes o los piqueros de patas azules, un bosque tropical de muchos verdes o la ceniza textura de las piedras volcánicas, en cuyas grietas resbalan iguanas negras y se esconden cangrejos rojos, mientras la lava pétrea, suspendida para siempre, guarda respuestas para quien sabe buscarlas.

Qué hubiera escrito Darwin en su diario de viaje si llegara hoy a una ficticia isla llamada México, para analizar las especies de su sistema político.

"La evidencia recabada en este territorio es sugerente de que no hace mucho tiempo hubo saurios de gran tamaño, depredadores naturales que evolucionaron en reptiles de menor talla, pero mayor peligrosidad, criaturas rastreras de colores y hábitos definidos (rojo dominante, amarillo contrarrestador, azul moralino y verde oportunista), que luego de un cataclismo, seguramente a causa del impacto de un enorme cuerpo celeste, provocaron una esperanza en los llamados demos (seres mansos, no-reptiles), gozo temporal hoy en peligro de extinción debido a que los reptiles sobrevivientes, a pesar de conservar su color nato, manifiestan malignidad homóloga, bajo un halo de impunidad rampante.

"Se trata de un sistema donde hay un pacto entre especies. Los más numerosos, los demos, deben ser protegidos y guiados por los reptiles, que para ello son elegidos en algo que llaman democracia, una curiosa selección donde escogen ¡no al más apto!, sino al que sobrevive dentro del grupo de reptiles, luego de una cruenta batalla entre varios de ellos. Esta selección, que deberíamos llamar reptilcracia, me parece muy limitada y deficiente pues los demos, en su gran mayoría ignorantes, son manipulados para decidirse por el lagarto que más beneficia a los reptiles, no a los demos.

"¿Qué pasaría si los demos perdieran su mansedumbre, se sublevaran y decidieran que solamente los reptiles aptos pudieran ser elegidos para gobernar? Habría una democracia calificada. No cualquier reptil sería escogido para liderar y no cualquier demo tendría derecho a escoger (a menos que tenga los méritos para ello: no antecedentes penales, nivel educativo y estar al corriente del pago de tributos). De ser esto posible, la isla salvaje tendría notables avances en la calidad de vida de los demos.

"Los episodios de días pasados son perturbadores. Un reptil de la peor calaña, evolucionado con pequeños cambios, numerosos y sucesivos, ordenó el aniquilamiento de demos. Sorprende que el reptil, ahora prófugo, sea arropado por su grupo de ofidios y que el Órgano de Control Reptílico no hubiese intervenido a pesar de que sabía de las mañas del lagarto.

"Por si fuera poco, ciertos reptiles han promovido una ley para que los demos no se enteren de actos delictivos. A través de una ley para la supuesta protección de jóvenes e infantes, se pretende censurar la acción informativa. Los reptil- delincuentes, especie cada vez más activa, frotan sus garras mientras reptan y agitan la lengua viperina. Ansío volver a Inglaterra y dejar este mundo salvaje".

A 179 años de la visita de Charles Darwin a Galápagos, México, el país real, aspira evolucionar, ser liderado por los mejores y tener, al fin, un Estado de Derecho donde la mayoría, gente de bien, se imponga a la político-delincuencia.


Dedicado a la memoria de los asesinados en Iguala, Guerrero.

lunes, 6 de octubre de 2014

La mano del otro

Cuando niño, acompañé a mi madre a múltiples trámites, la mayoría ante instancias gubernamentales. A la distancia veo aquellas interminables horas como una especie de maestría en paciencia (no me explico cómo sobreviví sin un teléfono inteligente o una tableta digital con 300 juegos, hoy artículo de primerísima necesidad, un "estatequieto").

Mi pedestal de la tramitología sufrible se lo disputan varias memorias. Recuerdo una enorme oficina central del Registro Civil en la Ciudad de México, en la que mi mamá pasaba de ventanilla en ventanilla abriéndose paso ante una multitud obstinada en hacer el mismo trámite a la misma hora, o peor, tener la misma inicial de tu apellido. Conseguir un original del acta de nacimiento era comprobar que se puede sentir felicidad a pesar de un número de expediente.

Con esta impronta enfrenté un nuevo reto. Para renovar el pasaporte, la SRE no te cree que seas mexicano si tu pasaporte anterior fue expedido por ellos en el extranjero. De paso no le cree a su consulado. Todos los caminos me llevaron al mismo oscuro callejón: un acta de nacimiento original y reciente. Cuando hacía previsiones para ausentarme del mundo tres días, se me ocurrió ver si podía hacerlo por internet. Me llevé una grata sorpresa. Luego de varios botones y un depósito bancario, tres originales de mi acta llegaron por mensajería a mi casa. El Registro Civil del Distrito Federal me cuestionó: ¿al fin la efectividad y la modernidad eran parte de México?

Es automático: a todo optimismo le llega su realidad. La reforma laboral se propuso crear nuevos empleos, pero ¿cuántos orientados a la productividad y no a un exceso de mano de obra? Cuando piensas que todo se va automatizando, la mano de un mexicano te contradice. En ciertos restaurantes, hay un puesto de trabajo en el baño encargado de darte un papel para secarte las manos. En muchos estacionamientos (el del aeropuerto de Guadalajara se lleva las palmas) hay personal apostado junto a las máquinas automáticas (es un decir), individuos que toman tu boleto, lo introducen y presionan los botones necesarios. Aquí está la magia: el boleto sólo obedece al empleado, cuando tú lo introduces, la máquina te lo escupe (requiere de una previa e imperceptible curvatura). Las supersticiones lubrican al sistema.

En los filtros de seguridad de los principales aeropuertos del país hay una pantalla para distribuir el flujo de pasajeros hacia los distintos escáneres (entiendo que la aleatoriedad es parte de la seguridad), pero junto a esa pantalla donde aparece un número grande, hay una o dos personas que repiten el dígito visible, y a veces, cuando sale el "3", te dicen: "fila uno". Kafka aplaudiría.

Aquí la máquina es siempre sospechosa y nuestra automatización toma tintes surrealistas. Hay una venganza manifiesta, el triunfo del malinchismo: no importa que la tecnología haya sido diseñada en Alemania, en México no funciona. Munich 0, San Martín Yotelohago 2. Acceder al segundo piso del Periférico de la capital es atestiguar que para nosotros el mejor sistema automático es el manual. Un equipo de tres o cinco individuos fosforescentes manipulan con destreza admirable los conos y las barreras "automáticas"; en esos 10 metros cuadrados dirigen el flujo del universo, al menos el de ellos. Resulta inexplicable la extinción de los elevadoristas.

Sistemas que funcionan en otro país aquí nomás no jalan. Esta pequeña muestra de labores inútiles-necesarias es un fractal de la realidad: en otra escala hay muchos políticos haciendo cosas que no deberían hacer, pagando ayudantes en exceso, complicando procesos para vender su solución. En México, subsistencia aniquila ingeniería, sobreempleo mata proceso.

Peter Drucker decía que es muy distinto hacer la cosa correctamente, que hacer la cosa correcta. Como deporte nacional, hacemos lo primero, convertimos lo automático en manual. Salvo excepciones, la automatización es un territorio utópico, el sistema te lo recuerda: siempre necesitarás la mano del otro, aunque no agregue valor.


domingo, 28 de septiembre de 2014

Por la libre

Me hubiera encantado ver Cantinflas en compañía de Joseph Campbell, el erudito, mitólogo, profesor de época, escritor, estudioso de símbolos universales y de religión comparada; un hombre que vio la vida como aventura, el tipo que -según refiere Bill Moyers- dijo "al diablo con todo eso" a su tutor universitario cuando le aconsejó seguir un programa académico. Campbell renunció así a su doctorado y prefirió retirarse a leer de antropología, biología, filosofía, arte, historia y religión.

En una escena memorable de la película, Cantinflas responde a Shilinsky, luego de que éste reventara en el ensayo por la locuacidad de aquél: "Tú memorizas los textos, y yo no, yo improviso y tú no..."; la capacidad de Mario Moreno de "mandar todo al diablo" para seguir su intuición, me recordó a Steve Jobs que abandona la universidad y sin embargo sigue una preparación paralela, asiste a la cátedra de tipografía, formación estilística que años después germinaría en el diseño que pudo imprimir en Apple.

Ni Cantinflas, ni Campbell, ni Jobs son los únicos que se han ido "por la libre", ese camino de formación alternativa. Hablé con Óscar Jaenada, el catalán que personifica magistralmente a Cantinflas y a Mario Moreno, un trabajo que refleja aquellas palabras del segundo: "ahí les dejo a Cantinflas para que lo interprete el mejor actor". La profecía se cumplió. Dato curioso: Jaenada también dejó los estudios (más no dejó de aprender) para formarse actoralmente en el terreno de la vida.

Carente de preparación técnica, recurre a una enorme capacidad histriónica donde tuvo que ponerse dos personajes encima, el encriptado (¿cuál era su relación con Cantinflas?) Mario Moreno, y el personaje célebre. El actor asimiló perceptibles brincos pugilísticos, sutiles cabeceos, sonidos guturales, frases icónicas, pero sobre todo el acento. Sin saberlo, Jaenada se preparó desde hace muchos años para este papel; de joven llegó a Madrid y le decían "eres catalán", se propuso borrar ese acento y tomar el madrileño, se hizo de una asombrosa capacidad de meterse en otra cultura.

En la música, particularmente en el Jazz, la improvisación viene de forma natural. La posibilidad de la creación espontánea, ese chispazo de genialidad, estuvo presente en Bach, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Chopin. Ése es el dilema, la lucha entre ceñirse a una partitura o tocar una nota inexistente en el papel, pero que nace para el oído. Las universidades deberían tener una cátedra de improvisación.

En Ahí está el detalle, Monsiváis dice que Cantinflas es el representante mágico del relajo. ¿No acaso la improvisación es la esencia del relajo?, el triunfo de Cantinflas es el triunfo de la improvisación sobre el guión. El filósofo mexicano Jorge Portilla, tratando de definir el carácter del mexicano, llega a la conclusión que "la significación o sentido del relajo es suspender la seriedad" y que no se puede entender la cultura en México sin entender el relajo. De ahí que Cantinflas tenga mucho de mexicano y los mexicanos mucho de Cantinflas.

Volviendo a Campbell, disfrutaba La Guerra de las Galaxias, particularmente la escena donde Luke Skywalker, usa la "fuerza", deja a un lado la tecnología, conecta con su intuición e improvisa, decía que era un nuevo impulso al mito del héroe. Cuando le preguntaron a qué se refería, dijo "A lo que ya Goethe dijo en el Fausto, y que (George) Lucas ha plasmado en un lenguaje moderno: la advertencia de que la tecnología no nos salvará. Nuestras computadoras, nuestras herramientas, nuestras máquinas no son suficientes. Hemos de apoyarnos en nuestra intuición, en nuestro ser más genuino".

Improvisar no es la respuesta espontánea ante la falta de preparación, es (parafraseando a Carlos Fuentes sobre el desembarco de Colón en América) el triunfo de la hipótesis sobre los hechos, el improvisador ve un camino paralelo, dudoso y subversivo para muchos, en el que conecta con su intuición y va solo, por la libre, esa senda donde termina el loco y nace el genio.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Odile, Eladio y Foucault

Supongamos que se llama Eladio. Supongamos que pasó una noche en una pequeña bodega con su familia, resguardado de vientos que, a más de 200 kph, arrancaron postes de la red eléctrica, voltearon autos, destrozaron ventanas, muebles, plafones; ahogaron caminos, torcieron metales, sembrando la destrucción y astillando el alma de un lugar llamado Los Cabos.

Al día siguiente Eladio empuja con dificultad un carrito de supermercado atiborrado de mercancía por una calle que parece un río, el cauce del agua, a las rodillas, amenaza con hacerle perder el equilibrio y, lo peor, llevarse la pantalla de televisión que corona la rapiña y eleva aquel rectángulo de plasma por encima del agua potable y medicinas; total, diría Eladio, Odile se llevó todo, pero nos trajo tele nueva.

Como Eladio, miles de personas pasaron de la sorpresa al miedo y luego a los saqueos, demostrando que la fragilidad humana, al menos en esta zona de Baja California, no aguanta un huracán categoría 3, pero tampoco la pobrísima cultura de prevención y la lentitud de las autoridades para actuar.

Michel Foucault diría “se los dije”. El filósofo francés argumentó que la ciudad moderna, incluso el Estado actual, son meras ilusiones, espejismo que se sostiene de una delicada red de alfileres, mecanismos de control que operan cotidianamente: la policía, los semáforos, la disciplina en la fila de la escuela, las cámaras de vigilancia, el orden peatonal en un crucero, el intercambio recíproco del mercado, la previsible rutina del trabajo, en fin, de todo aquello que compacta lo que llamamos orden normal de las cosas, la vida homogénea.

Cuando se fractura este orden y se alteran o interrumpen los mecanismos de control y la ciudad ya no funciona como ciudad, y el Estado no es Estado y no cumple su función esencial: proteger a sus habitantes, la realidad se desvanece y emerge un territorio salvaje donde impera una lucha por la sobrevivencia en el que las personas tratan de establecer su propio orden (desde saquear una tienda hasta poner barricadas de protección vecinal). La voz de la manada impera sobre el individuo, los actos colectivos moldean la percepción (y ésta, la realidad), generando caos y conductas que se autojustifican.

Una vez derrumbado el orden social, ciudad y selva son lo mismo, a menos que haya señales de contrapeso que normen el flujo de la tribu, que detengan la estampida, que provoquen nuevas percepciones. Es aquí donde me parece que las autoridades, incluso empresas y población civil, fallaron. La tecnología hace de la predicción de huracanes casi una ciencia exacta, la tarea de las autoridades es estar preparadas para lo peor, no para lo mejor.

Tengo amigos que el mismo domingo que pegó Odile, horas antes abordaron un avión hacia Los Cabos. El personal de la aerolínea dijo que no había riesgo. Ahora la empresa dice que nunca tuvo un aviso, de autoridad competente, que detuviera la llegada de cientos de pasajeros al desastre (mis amigos tuvieron dos intentos de aterrizaje por los fuertes vientos).

Ni el gobierno local ni el federal previeron para lo peor, fueron reaccionarios cuando tenían que haber sido previsores, con campañas que orientan el comportamiento (como simulacros de sismo), con información previa que tranquilice (ante el miedo de la escasez de agua y alimentos, surge la agresividad primal): “tenemos abasto de agua y víveres, eviten tal cosa”. Odile rebasó la naturaleza humana y puso en evidencia la frágil estructura de protección gubernamental que tenemos.

Cuando se restablezca la energía eléctrica, Eladio colgará su nueva pantalla de plasma. Quizá no tenga su mismo trabajo, quizá su calle siga en ruinas y la economía cuesta arriba, pero cuando encienda su televisión, en ese momento, sentirá que las cosas han vuelto a la normalidad. Él no sabrá nunca de Foucault ni de prevención, pero en su realidad será feliz de ser un hijo más del sistema (cultura) que, en vez de llevarlo a una universidad y enseñarle ética, lo lleva a la ilusión del Canal de las Estrellas.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Genoma del político mexicano

De mi compendio de preguntas ociosas: ¿qué motiva a una persona para convertirse en político? Supongo que les gusta serlo. Quienes se dedican a un trabajo que les gusta sienten una pasión desbordante. Bach hipotecó su vista escribiendo música en la penumbra cadenciosa de una vela; Picasso pintaba en tablas de desecho de los embarcaderos.

La pasión es un motivador fuera de borda. El escritor no puede vivir sin escribir, el pintor sin pintar. Marie Curie pasó horas en su laboratorio, trabajó gratuitamente, amaba profundamente su labor, fue la primera persona en recibir dos Premios Nobel en distintas categorías, difícilmente pudo haber logrado esto sin la tremenda pasión por lo que hacía.

Saco otra pregunta: ¿dónde está la pasión de un político?, ¿en lograr qué?

En su génesis, el candidato amolda su discurso al interés del votante, argumenta frases rimbombantes y repite, ad nauseam, que desea servir, adereza su arenga con frases torneadas en un manipulómetro, hace diagnósticos donde hay culpables sin nombre y apellido (mucho menos castigo), profetiza cambios, vende esperanzas. La ideología es una capa camaleónica, escalera multicolor. Ya en el poder, el individuo se descubre, aflora un ser con intereses distintos, se sabe que su pasión no fue servir, entregarse; sobreviene la desilusión, y la nación se lo demanda y luego no pasa nada. Así, las campañas políticas son una fiesta de disfraces, una mascarada, juego de simulaciones, pero ¿en aras de qué?

La oruga se hace mariposa. El político se hace rico. Ha sido notorio que ser político conduce a tener riqueza y poder. No quiero ser malpensado, pero ¿sería posible que la verdadera motivación de muchos políticos sea hacerse ricos? Si esta descabellada idea fuera cierta, explicaría por qué dentro de esa aristocracia hay venta de candidaturas y otras prebendas, como los moches; después de todo, un puesto político sería visto como un centro de utilidades, no de servicio; sería lógico pensar que, para hacerlo rentable, el político deba pagar una hipoteca envenenada, el entramado pacto que hizo posible su encumbramiento.

"Que el poder sirva a la gente", otrora lema de campaña presidencial labastidista, diagnostica con brillante precisión una necesidad tan grande como el sarcasmo que encierra. Generalmente, la pasión del político no es servir sino servirse, y para ello ha de simular, entrar en un juego de espejos donde, por un lado, da poco y, por otro, toma mucho.

El político no parece sentir la hipoteca social. Según este concepto, todos quienes tenemos algún privilegio y somos dueños de algo (inmueble, estudios, servicios de salud, viajes, visión, etcétera), estamos obligados a trabajar por aquellos que no lo tienen, o tienen menos, con objeto de hacer una mejor sociedad, donde la riqueza sea mejor repartida. Me pregunto: ¿a cuántos políticos les motiva la hipoteca social? Tal parece que el trabajo del político no es cerrar la brecha sino mantenerla, administrarla, esquilmarla.

La niñez y la juventud en México tienen incentivos torcidos para enrolarse en las filas del crimen. Los modelos a seguir consiguen fama, dinero, poder; rara vez son castigados. Esa misma estructura de motivadores opera bajo otra escenografía: el teatro político. Llegar para tomar (no para dar) es una instrucción dentro del genoma del ser político mexicano. Las excepciones se vuelven enemigos del sistema, nada es más peligroso que un virus de honestidad, una vacuna contra la impunidad o poner primero al ciudadano.

Si un político acepta que su pasión es servir a la gente, debería ser capaz de trabajar sin sueldo. Hacer realidad su pasión sería su mejor remuneración. Como difícilmente se come y se mantiene una familia con aplausos, está bien que cobren un salario. Sin embargo, parece que la nómina es meramente la constancia oficial de pertenencia a la ubre presupuestal, el ejercicio del poder guarda otras fuentes de ingresos, y pensando mal, sólo pensando mal, me temo que ahí reside la gran motivación del estereotipo de un político mexicano.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Por mexicano, ¿corrupto?

Buena polémica causó la declaración del Presidente sobre que la corrupción es cultural. En mi opinión sí tiene un componente cultural, pero no categórico; no somos corruptos por ser mexicanos (interpretación extrema al dicho presidencial. El problema no es que Peña Nieto tenga razón, sino que lo diga el presidente de México, pues se puede tomar como resignación étnica: así nos tocó ser).

La corrupción no sólo tiene componentes culturales, también biológicos. Imaginemos una pirámide dividida en tres secciones, en la base están los factores biológicos, en medio los culturales, y en la cúspide los individuales. Nuestro programa vital, lo que traemos "de fábrica" por ser seres humanos, nos impulsa a una búsqueda constante para maximizar los beneficios y consumar dos tareas: la sobrevivencia y la reproducción (territorios afines a cualquier organismo vivo).

Una persona que se corrompe en aras de tener dinero y poder, sin duda es motivada por conseguir los frutos que esto implica, con dinero y poder tendrá (presumiblemente) más atractivo reproductivo: será "mejor partido", atraerá pareja igualmente atractiva, influirá en su tribu, podrá proyectar más de sus genes hacia el futuro (tener más hijos, educarlos y protegerlos) o facilitará la reproducción de sus pares. Biológicamente el fin justifica los medios. Pero no todo es comportamiento instintivo, el sistema cultural regula las decisiones, de modo que aunque instintivamente yo quiera algo, la sociedad me limita.

Un sistema cultural como el mexicano, promueve y alienta la corrupción, no quiere decir que no tengamos remedio, tristemente nuestro contexto da muchas veces más incentivos para ser corrupto que para no serlo (las verdades profundas de una sociedad afloran en su voz popular: "el que no es transa, no avanza"). Pero el individuo tiene la última palabra (aquí entran la ética y la moral).

El Presidente está obligado a ser ejemplo en materia de lucha contra la corrupción. Hoy nos habla del México que viene pero no pone énfasis en combatir lo que sigue siendo lubricante y engrudo del sistema (Alan Riding dixit).

He leído opiniones que sugieren incrementar el castigo para combatir la corrupción. Esta postura si bien es lógica, es limitada, según muestran los experimentos sociales. En apariencia, decidir entre cometer o no un acto de corrupción implica el análisis racional de calcular el potencial beneficio y restarle la potencial consecuencia. En apariencia, aumentar el costo de la consecuencia, disminuye el beneficio. El problema es que no es lo mismo ser acusado de corrupción, que ser castigado por corrupción (¿Montiel, Moreira, Gutiérrez de la Torre?). Un sistema con muchas puertas traseras (impunidad) es inmune a que se aumenten las penas.

Si concedemos que el estereotipo del mexicano responde al arquetipo humano, habrá que aceptar que lidiamos con tres grupos: un porcentaje que siempre será corrupto, otro que no es corrupto pero puede, bajo ciertas circunstancias, serlo, y un grupo incorruptible. La mayoría de las personas en una sociedad estamos en el grupo de en medio.

Requerimos una reforma anticorrupción que vaya más lejos de la transparencia, que impulse la meritocracia (un sistema que no premia por méritos es más vulnerable a la corrupción), que elimine la autojustificación (hay evidencia de que las personas serán corruptas mientras puedan justificar su conducta y su reputación. Por eso duelen las palabras presidenciales, suenan a autojustificación), que elimine los símbolos de corrupción: robarse la luz con un diablito, sobornar, copiar un examen, pedir moches, estacionarse mal, entre otros.

Mientras el Presidente hablaba el 2 de septiembre de ese México que "ya se atrevió a cambiar", el Zócalo lo contradecía. Decenas de carros estacionados sin ser multados. Si preguntáramos a los dueños de esos vehículos si sienten o no culpabilidad, seguramente se justificarían. Después de todo, esa es la cultura, el instructivo con lo que justificamos lo que hacemos, como la corrupción.

domingo, 31 de agosto de 2014

Lecciones de la calle

La historia de Thierry Guetta ilustra que seguir la pasión equivocada lleva al fracaso, pero encontrar uno su esencia, al éxito. Francés radicado en Los Ángeles, comerciante de ropa alternativa en un barrio bohemio, cayó en una actividad compulsiva que luego de varios giros, le daría fama mundial.

Guetta grababa todo y a todos, sin más fin que el placer por capturar imágenes. En unas vacaciones en Francia descubre que un primo es un artista del llamado arte callejero, un afamado personaje del mundo de la contracultura subterránea que se hace llamar "Space Invader". El cineasta amateur acompaña al primo durante algunas jornadas nocturnas para grabar el grafiti y así descubre el universo del arte subversivo. En ese momento queda atrapado en un tema que lo eclipsa, el de los artistas de la calle, territorio de sombras, sprays, plantillas, ingenio, adrenalina y lances furtivos.

Con el tiempo se relaciona con los principales exponentes del arte callejero del mundo, pero le falta la presa mayor, un misterioso hombre que desde Inglaterra causa sensación por su talento, también por su osadía y sus mensajes, un activista genial cuya identidad se desconoce y que bajo el pseudónimo de Banksy se ha convertido en un mito urbano y en un artista imprescindible en las mejores colecciones de arte del mundo, un transgresor que no sólo encanta por lo que hace sino cómo lo hace; el mismo que colgó, sin que nadie lo viera, una de sus obras en el Tate de Londres, el mismo que intervino una parte del muro entre Gaza e Israel, dejando su sátira política y social para el asombro y reflexión de todos, el tipo que montó en Disneylandia un inflable semejando un prisionero de traje naranja de Guantánamo.

A pesar de sus contactos, Guetta es incapaz de dar con el hombre de la identidad desconocida. Como el destino tiene formas de enderezar los caminos de algunas personas, es Banksy quien, al visitar Los Ángeles, da con Guetta. Nace entre ellos una amistad donde cada quien hace lo suyo, uno interviene las ciudades, el otro graba. Incapaz de detenerse, Guetta sigue filmando y acumula caóticamente cientos de cintas, hasta que Banksy lo convence de hacer un documental, pieza fílmica que termina siendo un bodrio para el inglés que se da cuenta que su amigo no tiene forma de estructurar una historia coherente.

Es el caso de alguien que sigue con pasión la pista donde no está su talento. El pésimo cineasta está por reconvertirse en otra cosa; como un Astor Piazzolla aferrado al piano, pronto encontrará su bandoneón.

Banksy propone a Guetta que mejor se convierta en artista, y, como quien recibe un mandato divino, deja la cámara y empieza a crear obras bajo el pseudónimo de Mr. Brainwash. El día de la apertura de su galería, reúne más de 4000 personas que de súbito se vuelven fanáticos de un personaje del pop que ha nacido como por generación espontánea. Toda esta historia se narra en el original e interesante documental realizado por Banksy, nominado al Óscar en 2011, Exit through the gift shop.

Las obras de Banksy y de Mr. Brainwash (hay quienes piensan que es la misma persona y que se trata de otra jugada maestra del misterioso inglés) mueven multitudes y se cotizan en miles de dólares alrededor del mundo.

Es en el valor simbólico donde los artistas, pero también los productos, incluso las ciudades y los países, encuentran la posibilidad de ser apreciados más allá de toda lógica. De ahí la importancia de una marca, entidad contenedora del simbolismo, un renglón no cuantificado en un estado financiero, pero a todas luces uno de los grandes motivadores sociales, de consumo, y por lo tanto, parte vital de un negocio, de una actividad cultural, o hasta de un partido político.

Guetta, el cineasta, pensó en Banksy para hacer un documental. En un giro sólo apto para un escapista, Guetta terminó siendo el artista grabado, el personaje en el documental de Banksy. Juego de espejos donde triunfa no quien sigue ciegamente una pasión, sino quien descubre su genética, su propia naturaleza.