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domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Existe la fórmula Rubí?

En un video que circula por ahí, una señora de condición humilde apela a la potencial comunidad de espectadores para que la apoyen para un trasplante de riñón que necesita su hijo. La petición no es inusual en un país donde hay tanta desigualdad social, salvo por un detalle, doña Marciana Galván Flores, como dice llamarse, menciona repetidamente que "así como andan apoyando a Rubí con tanto alboroto, yo quisiera que me apoyaran, somos del mismo ejido". Detrás de ese "alboroto" hay una intrincada estructura de redes sociales cuyo efecto "viral" es ampliamente anhelado por directores de marketing, publicistas, políticos, artistas y demás personajes que idealizan una difusión masiva a bajo costo.

Me interesa el caso de los "XV años de Rubí" no como parte de la exacerbada difusión donde el morbo y la burla han sido el motor, sino como un caso de estudio que ejemplifica una condición que siempre ha estado presente en las sociedades humanas: tenemos un valor latente a partir de la posición que ocupamos en determinada red, pero hoy, a diferencia del pasado, ese valor es más visible, más tangible en buena medida gracias a la tecnología. De alguna forma hemos pasado, de los seis grados de separación (teoría que dice que tú y cualquier otra persona del planeta están conectados por un máximo de 6 enlaces), a un botón que articula nuestra red de relaciones de forma inédita.

Conocedores de lo que hoy se conoce como "ciencias de redes", como Duncan Watts y Alejandro Servín, coinciden en que los fenómenos sociales donde algo se vuelve propagable (que no "viral" o "epidémico", pues estos términos no necesariamente expresan la voluntad de un receptor en difundir un mensaje) no tienen una receta, es decir, no se sabe cuál es la forma intencional de hacer que un mensaje se propague por las redes, si bien todo lo propagable tiene una lógica en la que informa, educa o entretiene.

El sueño guajiro de los gestores de marca cuando compran una "estrategia viral" gracias a una secuencia de botones donde se transmite contenido pegajoso está lejos de ser posible. Es necesario saber cómo se articulan las redes, cuál es su estructura, quiénes son los nodos o actores y cómo son los vínculos o relaciones entre personas, y esperar un factor "x" circunstancial que detona un mensaje. Así como en algún momento de la historia el telescopio permitió observar fenómenos astronómicos con mayor profundidad, y luego los rayos X hicieron posible analizar las estructuras óseas del cuerpo, hoy los sociogramas (mapas de relaciones) son la "radiografía" de una red social, ya sea de una persona o de una marca. Es a través del análisis de los sociogramas como actualmente se gestan las estrategias de comunicación en las redes sociales.

Sin embargo, inducir la propagación masiva de un mensaje es algo fuera de control y nadie sabe a ciencia cierta cómo hacerlo. Watts ha sido un crítico del afamado autor Malcolm Gladwell quien desde el año 2000 con la publicación de The Tipping Point, cómo algo pequeño puede hacer la gran diferencia, intentó explicar los cambios sociológicos "misteriosos" que producen fenómenos "virales" de trascendencia social. Para Watts, la teoría de Gladwell cautiva y seduce porque nos atrae la idea de algo pequeño que evoluciona y se transforma en algo mayúsculo, de la misma forma que sabemos de historias donde un don nadie se convirtió en alguien importante. Y para Watts, pretender hacer una ingeniería social que propague algo masivamente es una fantasía. Esto es lo que sucedió con los "XV años de Rubí".

Es apasionante que a pesar de la tecnología y tanta pretensión de predictibilidad algorítmica, existan factores impredecibles, espontáneos para los que no hay una fórmula. Esto hace nuestra vida más humana porque nos permite dudar. Quizá sea más gratificante una vida de dudas que una de certezas. Lo que es indudable es que las redes que hoy vivimos son la posibilidad de materializar algo como nunca antes lo habíamos experimentado; somos potencialmente el siguiente fenómeno de propagación masiva. Y alegra saber que en la conexión con los otros volvemos a rescatar nuestra esencia primitiva, por ello me gusta lo que dice Alex Servín: "nada existe hasta que se conecta con algo".

Antropología para el mundo

El pasado 29 de noviembre Ann Dunham hubiera cumplido 74 años. Antropóloga de formación, fue la figura formativa dominante para uno de sus hijos, un niño que, por el trabajo de investigación de la madre, vivió en diferentes países y se acostumbró a convivir con diferentes culturas. Para decirlo de otra forma, la otredad, lo distinto, fue parte de su educación, tanto así que el niño comió carne de perro, culebra, chapulines y aprendió a expresarse y a entender otra lengua.

Este niño creció con tanta carga de lo extranjero que muchos años después fue acusado de no haber nacido en el país donde se convertiría en el Presidente número 44 de su historia. Aunque Trump terminó por aceptar que sus señalamientos contra Barack Obama, el hijo de nuestra antropóloga, eran infundados, su ofensiva representa mucho de quienes no tienen una visión antropológica, al contrario, ven amenazas en lugar de recursos, detonan los puentes y favorecen la creación de islas.

La antropología estudia la realidad humana, pretende interpretar al individuo integral, social, biológica, culturalmente. He tenido la fortuna de convivir durante los últimos 15 años con varios antropólogos y otros estudiosos de la condición humana, de ellos he abrevado una visión antropológica del mundo, una carrera empírica que ha llenado mi frustrada vocación de excavar para encontrar pirámides sepultadas e interpretar glifos en las piedras. El antropólogo es un pontífice, tiende caminos en vez de construir muros, trata de entender desde afuera, es el observador que analiza, interpreta y acepta, y en esta aceptación sostiene sus puentes y allana diferencias.

En un interesante artículo del Financial Times, que Simon Kuper intitula "Barack Obama: antropólogo en jefe", destaca que mucho de la forma de ser del presidente norteamericano está influenciado por su formación materno-antropológica. Ésta, dice Kuper, es una de las claves para entender a un Presidente que, aunque querido por muchos, ha sido muy criticado por otros. Contrario a la visión de supremacía de quien está por sucederlo, Obama, narra Kuper, "nunca compró la idea de que (EU) es un país excepcional con una cultura superior y el deber divino de salvar al mundo. Cuando le preguntaron en su primer viaje intercontinental si creía en la excepcionalidad de EU, dijo: 'Creo en la excepcionalidad de EU tanto como sospecho que los británicos creen en la excepcionalidad británica, y los griegos creen en la excepcionalidad griega'".

Desafortunadamente, esta sensibilidad antropológica, este ver a su propio país desde afuera, no le alcanzó para crear beneficios suficientes y leer el descontento social que posteriormente fue explotado por Trump. Esta inclinación a ver a los otros y ser parte de los otros (en su caso pertenecer a un grupo étnico que por primera vez llegó a la Presidencia) no le impidió el legítimo uso de la ley para deportar a más de dos y medio millones de indocumentados, lo cual lo convierte también en el "Deportador en Jefe". Aunque no guste este dato, Obama aplicó la ley (igual que lo hará Trump).

No creo que un antropólogo sea mejor Presidente que un empresario o viceversa. Es la visión complementaria la que puede construir un liderazgo efectivo. Lo mismo sucede en el mundo de los negocios. Aunque en todos los campus universitarios que conozco, los edificios de las escuelas de negocios están separados de los edificios de las ciencias sociales, existe un gran puente que conecta los intereses de ambos mundos.

Nissan acaba de publicar una nota donde reconoce el gran papel que tienen los antropólogos en sus procesos de innovación y diseño, particularmente en sus vehículos de conducción autónoma, donde es fundamental entender el comportamiento del hombre junto con la tecnología, más allá de un algoritmo. Pronto los automóviles serán un ejemplo de buen ciudadano en las calles.

La antropología puede ser la gran aliada de muchas otras disciplinas para enfrentar los retos contemporáneos. Su efectividad, me parece, radica en que nos fuerza a ver personas donde otros ven números, "small data" en vez de sólo "big data", tribus, no sólo mercados; nos lleva de regreso a la cueva, ese lugar prehistórico donde toda innovación comienza.

Caminito de la escuela

In memoriam, Jorgito Sánchez C.

 

A sus 11 años habla como el adulto que será, seguramente un brillante ingeniero. Cursa el sexto de primaria en una escuela de Matamoros y aunque se ve un alumno muy aplicado, el invento que ha desarrollado debería preocuparnos a todos. Juan David es el creador de la llamada "mochila de seguridad", una mochila aparentemente normal, como las que cargan los niños en la espalda, nada más que está equipada con una placa de fibra de vidrio a prueba de balas, un geolocalizador conectado al teléfono de sus padres, una alarma sónica y una linterna.

Muy lejos se sienten los ingenuos tiempos en que la canción de Gabilondo Soler, Cri-Cri, Caminito de la escuela nos hacía sentido y nos emocionaba al imaginar las diferentes criaturas del reino animal llegando a clases. Detrás del invento de Juan David hay un profundo instinto de sobrevivencia ante las amenazas del entorno, no hay un perro con la goma de borrar en el hocico, ni un ratón con espejuelos, ni una tortuga procurando ser puntual, mucho menos el camello con mochila o la jirafa con su chal. De la boca de este niño de 11 años salieron estas palabras: delincuencia, balaceras, Protección Civil, bala perdida, impactar, robo, alarma, agresor, secuestro. No necesitamos a un especialista en comportamiento humano para saber qué pasa por su mente durante su camino a la escuela o de regreso a casa.

La normalización de la violencia implica una adaptación de las condiciones de vida ante un entorno que se ve imposible o poco probable de modificar. La naturaleza tiene muchos ejemplos donde las especies vivas toman acciones encaminadas a su sobrevivencia, una respuesta instintiva ante los peligros amenazantes. Hay varios tipos de adaptaciones en los animales, muchas de ellas copiadas por el ser humano, como el camuflaje y el mimetismo, que son adaptaciones morfológicas. En la primera uno se confunde con el contexto de modo que no es detectable, el ejemplo clásico es el camaleón, en la segunda uno simula ser de otra especie, como la falsa avispa. Hay adaptaciones fisiológicas, como la hibernación y la estivación, y adaptaciones conductuales, las que como humanos más practicamos, modificaciones de nuestro comportamiento para asegurar las funciones básicas como reproducción, búsqueda de alimento y defensa ante depredadores. Aquí la migración y el cortejo son ejemplos del esfuerzo de los organismos vivos por sobrevivir.

Un niño de Matamoros, donde "las balaceras son muy frecuentes", hace una adaptación conductual y desarrolla ciertas herramientas de sobrevivencia. El hombre de la prehistoria elaboró percutores, utensilios para la talla y la obtención de lascas con objeto de producir otras herramientas. El invento de la "mochila de seguridad" fue merecedor de una distinción en un certamen de innovación tecnológica. He sostenido que para innovar hay que voltear a la cueva, entender las necesidades primarias del hombre y la mujer de la prehistoria, los mejores inventos vuelven ahí, donde el instinto y la simplicidad cumplen la función. ¿No acaso el dedo es una innovación respecto del lápiz digital?

En el fondo de este invento infantil hay también un abandono y una ruptura del niño con el mundo adulto. Ha llegado a la tremenda convicción de que nadie puede defenderlo. Una madurez adelantada que nuestra infancia no merece, pero necesita si ha de salir adelante ante las amenazas de un entorno violento, inseguro y hostil. Cuando el ser humano reconoce su fragilidad, apela a elementos de protección, desde las armas hasta los amuletos y los talismanes. En cierta ocasión que cruzaba una calle muy transitada, una anciana que iba delante de mí caminaba pausadamente mientras, estirando el brazo, mostraba la señal de la cruz a los automovilistas.

Muchas formas de consumo (material pero fundamentalmente simbólico) tienen detrás la motivación de equilibrar las condiciones del entorno, balancear las probabilidades de sobrevivencia, controlar los daños. De ahí que los productos siempre en demanda son la confianza, la fe, la certidumbre, la seguridad. Independientemente del objeto material o ritual que esto represente, siempre serán anhelados.

El pequeño Juan David nos confirma una realidad de nuestra especie, también un doloroso rostro de México.