Imagina que decidiste ir de vacaciones con tu pareja y
otras parejas de amigos. Luego de registrarse en el hotel subes a tu
habitación, la ves cómoda, amplia, te sientes satisfecho por el viaje que
mereces, tu esposa abre la ventana y celebra la hermosa vista al mar, voltea
para mirarte con ojos agradecidos mientras tú te acercas para abrazarla. Se
cambian de ropa y bajan para encontrarse con el grupo.
En la recepción está ya una de las parejas, y él dice:
“nos dieron ascenso de habitación, una suite con jacuzzi”. En una fracción de
segundos tu hermoso cuarto se evapora, su amplitud se reduce a la estrechez de
dos estrellas, la ventana al mar deja de quitarle el aliento a tu esposa, y
ella te mira ahora con ojos de “¿nos vamos a conformar con el mugroso cuarto?”
Ilustro uno de los grandes fenómenos que nos aquejan
hoy en día como sociedad, una afección que ha acompañado al hombre desde que
vivía en las cuevas (y la mujer de uno descubrió que la cueva del vecino era
más grande), pero que hoy arrecía dadas las condiciones de híper información y
rampante evolución tecnológica que vivimos.
Mi admirado David Konsevik le ha puesto nombre: Revolución
de las Expectativas, ese fenómeno que provoca que la persona, al estar más
enterada de lo que hay en el mundo, modifique (revolucione) sus expectativas de
lo que desea, cambie sus estándares de satisfacción y entre en un potencial
estado de inconformidad y frustración.
El asunto es serio porque nunca como ahora sabemos más
de todo, y nunca como ahora hemos estado más vulnerables para sucumbir en un contexto
que comunica todas las posibilidades. La versión 7 de tu teléfono encierra la
semilla de la inferioridad cuando salga la 8. Hoy la tecnología ha contagiado
de obsolescencia a nuestra satisfacción.
Grandes procesos revolucionarios se originaron por
sistemas que crearon marcadas diferencias sociales. La Ilustración fue la
difusión de ideas que impulsaron (entre otras causas) una revuelta social que provocó
la caída de la monarquía francesa.
El fenómeno social amerita una estrategia que permita
encauzar esta revolución de nuevos deseos, pues como bien apunta Konsevik, la
gran mayoría de personas es rica en información y millonaria en expectativas.
¿Cómo van los políticos, como conductores de un país, a solventar este reto?
¿Cómo harán lo propio padres y maestros?
Vivimos un superávit de deseos y un déficit de realidad.
El tema abre grandes espacios a la reflexión. ¿Cómo administrar lo que sabemos
para que no nos haga daño? ¿Cómo encontrar un equilibrio que permita conciliar
lo que quiero pero no puedo tener? El reto no es menor dado que vivimos en una
sociedad más exigente que la de nuestros abuelos. Las nuevas generaciones cada
vez son menos pacientes, quieren todo y ahora. La gratificación instantánea
pasó de ser una ventaja al consumidor, a ser una condición social.
En “The paradox of choice” Barry Schwartz nos plantea
que entre más opciones tenemos para escoger de algo, somos más infelices al
tener una vida más compleja y estresada. Y ahí es precisamente donde estamos.
Antes, dice, nada más comprábamos jeans, ahora hay 5 cortes distintos y tienes
el dilema de cuál escoger.
Todo se ha sofisticado, desde los planes de seguro,
los planes de estudio, hay más religiones, la decisiones alrededor de una boda.
Lo básico parece estar hecho para otros. Schwartz fundamenta que un mayor número de
expectativas implica más esfuerzo mental, la posibilidad de equivocarte, y la
consecuencia psicológica de todo ello. Esto también abre oportunidades. Muchas
marcas tendrán éxito no sólo por ofrecer un mundo de posibilidades sino por
ayudar al cliente a tomar la decisión sin estrés.
No asumo que todo tiempo pasado fue mejor, establezco
que pasamos por una zona en la que no estamos bien preparados para salir
adelante. Si bien el deseo de progreso y la aspiración a mejorar son parte de
la vida, un posible paliativo implica una dosis de conciencia filosófica para
aceptar con satisfacción la condición de uno.
Luego tu amigo soltó una risotada. Te diste cuenta que
lo del ascenso de habitación y el jacuzzi, eran broma. Tus expectativas
volvieron a su estado original y el alma que te regresó al cuerpo salió en
forma de carcajadas.
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