La realidad es la diferencia que existe entre aquello
que planeamos y el resultado que obtenemos, algo así como el contenido neto,
luego de drenar el exceso de ficción, o ineficiencia, incluso. En ocasiones la
realidad nos rebasa por “la libre”, las cosas terminan siendo distintas por
factores que no se tomaron en cuenta.
Veamos el caso de una maqueta o de una visualización
digital (“render”) donde un arquitecto muestra un futuro idealizado. Ahí está
el edificio vanguardista en la zona recién urbanizada, gran diseño, el cielo es
azul, una que otra nube blanquísima, un espacio inspirador para los cinco peatones
que aparecen por ahí, caminando en banquetas limpias o entre la vereda
dispuesta bajo un camino de olmos que flanquea la calle por donde circulan tres
automóviles, todos en movimiento, ninguno estacionado. ¡Qué magnífico proyecto
señor arquitecto, qué forma de idealizar el espacio donde ahora sólo hay cardos
y matorrales!
El día de la inauguración del edificio todo es
perfecto, el pasto recién colocado, en breve cortará el listón el Presidente
Municipal, mejor aún, el mismo señor Gobernador, faltaba más, y también aparece
por ahí el Director de Obras Públicas, Mochalberto Tajada. El arquitecto rebosa
de felicidad, don Billetoza, empresario, luce radiante, llegan los medios, las
celebridades posan para la posteridad, y luego, luego llega la realidad, esa señora
inescapable.
A ocho meses de distancia el bello camellón sigue con
los olmos, pero los caminos se han estrechado, hay autos estacionados por doquier,
incluso sobre las banquetas, que por cierto ya no están limpias pero eso sí,
cubiertas por comerciantes ambulantes, viene-vienes y franeleros, y decenas de
empleados que abarrotan los puestos de comida en las calles laterales, formando
una segunda fachada de lonas rojiblancas, símbolo inequívoco del manjar
callejero y asequible. Sobre la reja del otrora magnífico edificio, cuelgan
cinturones y escaparates móviles con los mil y un accesorios para celulares.
El arquitecto dice que él no tiene la culpa, no regula
lo que sucede en la calle. Don Billetoza se queja de que el gobierno no pone
orden. Mochalberto Tajada, él calla mientras cínicamente cruza miradas con la
regidora Bayoneta, la misma que fue a pedirles “moche” a los ambulantes, con
florido lenguaje revolucionario.
Más allá del triste panorama, mi reflexión apunta en
la necesidad de tener una planeación urbana que abarque los intereses de todos
los ciudadanos involucrados. Los empleados que laboran en el nuevo edificio no
pueden pagar la tarifa del estacionamiento, ni pueden comer todos los días en
los restaurantes de la zona. Sus opciones son estacionarse en la calle, comer
en los puestos aledaños.
Todo sistema termina creando mecanismos de
compensación donde se cubren las carencias de los involucrados. Cuando el
gobierno y los particulares no pactan y no actúan para influir en todo un
contexto, el resultado es lo que tenemos en tantas ciudades del país, zonas sin
vocación definida, servicios deficientes, sin vida comunitaria en la calle,
soluciones improvisadas. No extraña que el hombre quiera escapar de la ciudad,
de este tipo de ciudad degradada, la misma que Rosseau calificó de “el abismo
de la especie humana”. La salida, empero, no está en el campo, abandonar la
ciudad, al contrario, la solución es hacer ciudades o reconvertir las actuales,
bajo nuevos modelos de urbanismo que fomenten la resiliencia urbana y por ende
el tejido social.
Un gobierno debe encargarse de crear ciudad, no sólo
de intentar regularla. “Hacer ciudad” implica una visión estadista donde se prevén
necesidades y soluciones, bajo nuevos esquemas participativos con la iniciativa
privada y la academia.
Cuando un funcionario de gobierno corta el listón de
una nueva obra, pública o privada, debería cuestionarse no qué tanto le ayuda a
su carrera política sino qué tanto fomentará mejores niveles de calidad de
vida. De politiquillo a estadista. La diferencia es abismal, como una maqueta y
la vida real.
@eduardo_caccia
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