No
hemos cambiado. “La sangre de los
guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado, y el hedor
de la sangre se alzaba al aire...” La crónica Azteca sigue siendo el
retrato hablado de este país donde la violencia es la regla, el modus operandi,
el contrato social que nos remite a tiempos cavernarios.
El
presidente de la República reacciona, hace suya la causa contra el bullying.
Días antes, el cuerpo de un niño de 12 años era azotado por sus compañeros de
clase, una y otra vez contra un muro; muere por las lesiones. Días antes, una
jovencita de secundaria es encarada por sus compañeros quienes le reclaman
supuesta difamación. Un video muestra que es humillada y golpeada por una
compañera iracunda mientras los demás observan la reprimenda. Como en las guerras
floridas, que con cuerpos humanos alimentaban el hambre de los dioses, los
cuerpos humanos en México siguen alimentando otros tipos de apetitos, igual o
más insaciables.
Del bar
Heaven a la escuela Secundaria 7 en Tamaulipas, de la recámara de la casa a una
sacristía, de la crónica del noticiero al canto quinto del Infierno “Empezaron a dejarse oír voces plañideras: y
llegué a un sitio donde hirieron mis oídos grandes lamentos. (...) La tromba
infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino a los espíritus;
les hace dar vueltas continuamente, y les agita y les molesta: cuando se
encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los
llantos y los lamentos y las blasfemias contra la virtud divina.” , vivimos
en una sociedad enferma de violencia. Aquí Dante sería costumbrista.
Ante el
paso de un autobús, un embustero se lanza desde la baqueta para ser
atropellado. El cínico histrión reclama y extorsiona al chofer para no
demandarlo. Vuelve su cuerpo instrumento de agresión, también exhibe al país.
Los video juegos hacen apología del desmembramiento humano, los pixeles se
tiñen con glóbulos rojos del adversario.
En
Arqueología de la violencia, Pierre Clastres sostiene que el comportamiento
agresivo es propio de la especie humana, con un objetivo: mecanismo de
adquisición. Los hombres cavernarios usaban la violencia para comer (la caza),
también para negociar y establecer condiciones. Hemos evolucionado muy poco, el
apetito humano por apropiar sigue siendo el motivador de la violencia.
El
deseo de adquirir poder, estatus, control, placer, alimenta las agresiones
escolares en las escuelas, pero también incendia los ánimos en las tribunas
legislativas o en las elecciones internas de los partidos políticos. El deseo
de adquirir bienes a toda costa, lleva al robo, asaltos, extorsiones, secuestros,
tráfico de personas y drogas, corrupción, fraudes. El apetito incontrolable por
apropiar se ha vuelto contra nosotros y nos persigue sin cuartel, la violencia
como sobrevivencia.
Más
allá de las formas mediáticas, espero que el tema de las raíces de la violencia
en general (no sólo el bullying) entre en el radar presidencial y de su
gabinete. Esperemos que se implementen iniciativas efectivas (propuse algunas en
este espacio, ver El efecto Lucifer, 26 de Febrero de 2012). En suma,
requerimos reinstaurar valores sociales, un nuevo heroísmo que premie el
desapego, el rechazo por apropiar con violencia (el policía que regresa la
cartera, el maestro que detiene una agresión, el estudiante que se opone al
grupo golpeador, y más).
Vivimos,
a decir de Clastres, la economía primitiva, la economía de la predación. Los
disturbios sociales por el tema del agua en San Bartolo Ameyalco, vigorizan lo
que Lévi-Strauss estableció “Existe una vinculación, una continuidad, entre las
relaciones hostiles y el abastecimiento de prestaciones recíprocas: los
intercambios son guerras resueltas en forma pacífica; las guerras son el
resultado de transacciones desafortunadas.”
Saramago
describía a los lisboneses como gente de poco tener y mucho sentir; una
descripción de pacifismo o fórmula para equilibrar pasiones destructivas.
Hagamos algo similar, o no quedará nada por apropiar.
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