Está
desvencijada, ruinosa, se han caído los techos, y algunos muros, gruesos como
los años que han pasado, sugieren un desplome inminente y sepultar espacios que
vieron tiempos mejores. Es una finca, sí, pero podría ser un país, uno que no
encuentra el rumbo claro para crecer, sacar de la pobreza y el atraso a
millones de habitantes, un país tocado severamente en su estructura moral,
dolido en los cimientos por la corrupción rampante, quizá como en ninguna otra
época, azuzada por la alternancia en el poder, el sentido rapaz de aprovechar
el puesto en el gobierno, licencia de pillo con fecha de caducidad.
Una
casa-país, azotada por sus diferencias, la inseguridad, las extorsiones, los
secuestros, la desconfianza, el desprecio por la ley, el colapso de la estructura
ética y sus valores más esenciales, el respeto, la honradez, la justicia.
Asomarse a México es, a veces, mirar una casa en ruinas donde campean las ratas
y se reproducen gorgojos y sabandijas, narcomenudistas, mirreyes, ciudadanos
corruptos, y tantos más que anhelan opulencia sin esfuerzo.
Sin
embargo, este espacio dolido tiene esperanza de ser reconstruido. La vieja
casona, en el centro histórico de Oaxaca, se llama Matria, Jardín
Arterapéutico. Un espacio vital que habla de regeneración y de esperanza.
Matria es la conversión de una casa abandonada, en un espacio que induce a la
convivencia social, la creación artística y la conciencia ecológica.
Matria
es la puesta en escena del otro espacio que necesitamos, un escenario moral que
termina contagiando moralidad. Ante tanta agresividad y violencia que han
invadido nuestro país, como las hormigas rojas que cíclicamente flagelaban la
casa de los Buendía en Macondo, Matria es un sitio de reconciliación, un
espacio femenino, que propone, como Úrsula Iguarán, juntar los pedazos que nos
quedan, resurgir de nuestras ruinas.
En
Matria se recupera el terreno cedido al olvido, la delincuencia, la corrosión
social, la infancia marcada con la agresión. Una vieja cama de metal es una
escultura que espera ser trepada por una hortaliza, en el patio central, un
huerto casero nos reconcilia con la tierra; en una habitación abierta a las
estrellas, un columpio dibuja un péndulo invisible. Este Jardín Arterapéutico
busca fortalecer el tejido social, el sentido de comunidad, teniendo como cimiento
al arte, más un programa educativo y de investigación.
México
necesita muchas casas terapéuticas, como Matria. La idea de esta ocupación
surge de la instalación “El sueño de Elpis”, de Mauricio Cervantes, singular
obra que en voz del curador Pablo Rico, propone “hay que volver a creer y crear
desde la nada, amasar el polvo y las cenizas excrementales...” Sin
proponérselo, Rico nos habla de México, nuestra casa herida, pero nunca falta
de esperanza.
Al
transitar el solar, uno atestigua un diálogo sanador entre lo que queda y lo
que está surgiendo, entre el objeto y su nuevo significado, siempre cargado de
esperanza. En Matria se pasa del espacio físico al mental, se cosechan
vegetales y plantas medicinales, también una nueva actitud de armonía. Más
niños sembrando en un huerto casero equivalen a más niños conectados con la
naturaleza creadora. La metáfora encierra otros frutos: siembra buenos niños,
cosecha buenos adultos.
En la mayoría
de las ciudades de México existen casonas abandonadas que podrían convertirse,
sin inversiones cuantiosas, en jardines arterapéuticos, un esfuerzo adicional a
los programas asistenciales y cruzadas contra el hambre. Después de todo, nuestro
apetito también es de esperanza, de regeneración social.
¿Y si
ocupamos a México? ¿Si llenamos el país de espacios sanadores? Como en la caja
de Pandora, Elpis, deidad de la esperanza, está adentro y su sueño sea acaso
salir y llenar todo. Quizá abriendo puertas y ventanas, llenando de vitalidad
la casa, como pregonaba Úrsula, sea “la única forma de espantar la ruina”.
Matria
es el simulacro de un vestigio, un futuro prometedor. La esperanza niega a la
ruina; hay casas que no deben caer.
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