Los mexicanos
usamos el humor como enzima para procesar el destino. Cual sofisticada
maquinaria cultural, en la boca de alimentación se deposita el drama, la
injusticia, o cualquier episodio doliente, pasa por una cámara de
transformación, y ¡zum! en la banda de salida aparece un chiste. ¿La tragedia
convertida en risa, es menos tragedia?
El humor es
analgésico, así lo sugieren las manifestaciones llamadas “memes”, donde se da
rienda suelta a la creatividad. De lo último que nos hemos colgado es del
célebre “no era penal”, cuyo más memorable fetiche es ¡una piñata! Ante la
imposibilidad de regresar el tiempo, para no cederle la iniciativa a Holanda,
nada mejor que apalear a Robben, clavadista de los países bajos.
Esta obra del
ingenio mexicano es, como la antigua tradición de quemar judas, curativa. Acoto
para los lectores jóvenes: no se trata de incendiar policías judiciales, no;
sabrán ustedes que hace muchos años, durante las festividades del Sábado de
Gloria, buena parte de la población “quemaba judas”, muñecos de cartón,
engrudo, carrizo y otros materiales similares, que representaban al traidor. El
judas era quemado (se rellenaba con cuetes), apedreado y hasta baleado. Con el
tiempo la representación del judas se transformó de la figura del diablo a la
imagen y semejanza de diversos personajes públicos a quienes se “ajusticiaba”. Por
razones hoy más evidentes que antaño, los políticos han sido judeizables.
La piñata del
holandés congela ese fatídico instante en que sus piernas, ancladas en el
césped por voluntad propia, lo impulsan hacia adelante, como ave en vuelo,
mientras arquea la espalda y avienta las manos hacia atrás, simulacro que habrá
de completar con una mueca de dolor y un grito lastimero (supongo que “¡Ay!”,
en holandés, suena como a la primera vez que el tequila te raspa la garganta).
El fútbol es una
representación de la vida, quien finge dentro del área seguramente lo hará en una
sala de juntas. Si bien es condenable que este engaño haya pesado para quedar eliminados,
debería servirnos para la reflexión y la autocrítica. La sociedad mexicana está
llena de clavadistas, simuladores profesionales sin escrúpulos. Resulta irónico
que hasta ellos se quejen del engaño.
Jorge
Ibargüengoitia escribió “los países exportan, además de productos, mañas”,
recordando las fresas mexicanas que, una vez en territorio inglés, fueron
objeto de revisión rutinaria. Pronto los británicos protestaron que venían muy disparejas;
arriba unas fresas inmaculadas, una segunda capa mucho más pequeñas, abajo unas
mallugadas y un último nivel que parecía cámara de diputados o senadores, muy,
pero muy pocas servían.
Lo ha dicho el
Dr. House, “todo el mundo miente”, la gran diferencia es sobre qué y cómo. La
capacidad de engañar parece ser parte del paquete con el que venimos
programados, sin embargo está claro que no todas las personas, aunque puedan, engañarán
para sacar provecho. Dijo Nietzsche “Los grandes momento de nuestras vidas son las
ocasiones donde tenemos el coraje para convertir nuestras peores cualidades en
nuestras mejores cualidades”.
Dan Ariely narra
una anécdota de uno de sus alumnos. El chico dejó dentro de casa las llaves y
ahora no puede entrar. Llama a un cerrajero quién en segundos abre la puerta.
Al ver la sorpresa de su cliente, el cerrajero da una lección sobre moralidad,
le dice que 1% de la gente siempre será honesta y nunca robará. Otro 1% será
siempre deshonesta y buscará como robar. Y el 98% restante será honesto
mientras las condiciones lo permitan. Los candados son para que la gente
honesta siga honesta.
Si hubieras sido
Robben, ¿habrías fingido la falta?, si fueras el entrenador de un jugador que
no se tiró al suelo ¿le habrías reclamado? De la raya del área a la de la vida,
vale la cita de Oscar Wilde “La moralidad, como el arte, significa dibujar una
línea en algún lado”.
Hoy termina la
Copa del Mundo. Me quedo con la innovación mexicana: el espray para pintar la
raya, y la esperanza de que sepamos dónde pintarla.
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