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domingo, 8 de septiembre de 2013

Sistemas resilientes

Conozco de carencias educativas. Estudié primaria y secundaria en escuelas públicas, hijo de maestra normalista en años donde la educación privada era vista con recelo. Sé lo que es llegar a un salón de clase y luchar por un mesa-banco que no esté roto, traer un tornillo de la casa para arreglarlo, ir un sábado a pintar butacas y hasta barrer el salón. No todo lo hice sin renegar.

En secundaria escogí el taller de soldadura, me tocó el de imprenta, presagio entonces invisible por mi afición al teclado. Todo hubiera sido normal de no ser que el taller estaba junto a los baños y el olor de los orines era más fuerte que el de la tinta.  Así, en aquel hedor, tuve mi año úrico. Cuando conocí una escuela privada no podía creer que los baños no apestaran.

Cursaba el segundo semestre en la universidad y llevé orgulloso mis calificaciones a mi papá. Su respuesta fue “muy bien, a propósito, a partir del próximo semestre tú te pagas la universidad”. De haber sabido que existían marchas, le hubiera hecho un plantón por quitarme mis privilegios. Tiempo después cambió de carro y me ofreció quedarme con el anterior. Cuando tomé las llaves me dijo “vale tanto, ¿cómo me lo vas a pagar?” Entonces sí sentí el complot del estado paterno en mi contra. No paró ahí. Cuando cobré mi primer sueldo me pidió que una parte se la diera a mi mamá, cada mes. ¡Encima, doble tributación!

Lejos estaba yo de ver que mi padre me preparaba para vencer la adversidad. En otras palabras, estaba fortaleciendo mi resiliencia, la capacidad que tienen los seres vivos de salir adelante y sobreponerse a situaciones contrarias.

Los individuos resilientes crean comunidades resilientes y éstas sociedades más fuertes. La resiliencia es innata al ser humano, pero se atrofia cuando éste es sometido a ciertas condiciones. Pensemos en el animal salvaje que es domesticado. Se le da de comer, se le protege, entra en un estado de confort tal, que si alguna vez es reubicado en su estado salvaje, morirá, no podrá competir por su vida, perdió su capacidad resiliente (anomia asiliente), tiene una incompetencia aprendida.

Sin menoscabo de que los maestros del CNTE tienen puntos válidos por los cuáles luchar (no dejar fuera ética, filosofía, y otras disciplinas humanistas), en otros tantos, erran. Pregonan no perder sus privilegios, no quieren la competencia porque le temen, no la ven como un recurso de bienestar y superación (y tal vez nadie se los ha hecho ver). Pregonan un principio anti-resiliente: “El enfoque por competencias fomenta la formación de sujetos acríticos, ajenos a su realidad histórica, desvinculados de la necesidades sociales, individualistas, egoístas, pragmáticos e insensibles a la historia, la cultura y la política.”

El estado natural de la vida es de competencia, los organismos más competentes salen adelante, por ello es fundamental pasar a un esquema que promueva la resiliencia, maestros que entiendan el concepto y que además de ser expertos en una disciplina sean maestros en resiliencia. Por algo recordamos al maestro exigente, aquel que nos hizo sudar pero que nos enseñó. Si el CNTE acepta la lucha de clases como principio ideológico, debería aceptar que no hay lucha sin competencia.

Los 8 pilares de la resiliencia (cortesía del Dr. Dagoberto López) son: autonomía, afrontamiento, autoestima, conciencia, responsabilidad, esperanza-optimismo, sociabilidad inteligente y tolerancia a la frustración. Estas competencias deberían ser parte de la reforma educativa y los programas sociales del país (y parte de lo que todo equipo, empresarial o no, debería fomentar para triunfar).

Hay sociedades donde los abuelos tuvieron alta resiliencia (como sucede con exiliados de guerra o migrantes), fundaron empresas exitosas, los hijos vivieron acomodados y los nietos son juniors. Sociedades donde se vendieron las fábricas y ahora el negocio es la especulación inmobiliaria. La resiliencia se pierde y los culpables son los padres de familia y los maestros. La mamá que cambia al hijo de salón porque a éste no le gustaron sus compañeros, le hace un grave daño.

Heredar privilegios y subsidios suena bien, pero sin resiliencia, atrofia, mata. La incompetencia también se aprende.

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