Ante un grupo
reducido de comensales en Los Ángeles, el ex alcalde de Nueva York, Rudy
Giuliani, fue cuestionado por un amigo mío sobre las razones de que hubiera
triunfado su estrategia anti delincuencia en NY y hubiera fracasado en la
Ciudad de México. Su respuesta fue contundente: López Obrador consideró que las
recomendaciones no eran viables en México. En otras palabras, el paciente no se
tomó la medicina.
Una de las
recomendaciones que el entonces Jefe de Gobierno de la capital considero
imposibles de aplicar, me llama mucho atención: acabar con el comercio
ambulante (que en el fondo equivale a erradicar una señal que avala el
incumplimiento de la ley, la corrupción, y en escala, otros delitos mayores. El
fenómeno de inseguridad crece, como monstruo incontrolable, pero se inicia a
partir de algo pequeño).
Entiendo que la
filosofía de un gobierno populista tenga bases clientelares a las que no desea
afectar. Entiendo también que el ambulantaje no se termina por decreto y que la
situación en México es grave, millones de personas dependen de la economía
ambulante. La paradoja es que este ambulantaje abona la cultura de desprecio
por la ley y el surgimiento de otros delitos mayores.
Giuliani
erradicó señales de tolerancia al delito cuando fue alcalde de NY, pintó la
raya, gestó un punto de quiebre en una tendencia social. En mi reciente paso
por Santiago de Chile, considerada una ciudad segura, no vi ambulantaje. El
problema en México es que tenemos una gran inclinación por apropiarnos de lo
ajeno, sacar provecho del espacio público aunque se afecten derechos de
terceros.
En 1969 Jorge Ibargüengoitia
escribió que la frase célebre de Juárez “...el respeto al derecho ajeno es la
paz” era una joya del sentido común, y que los mexicanos no éramos un pueblo
respetuoso del derecho ajeno, sino extraordinariamente conscientes del propio.
De vivir el guanajuatense, tendría infinitamente más material para sostener su dicho.
De buena fuente
me entero de un caso sobre la Av. Revolución, cruce con Mixcoac, en Ciudad de
México, donde una zapatería es administrada por la segunda generación de la
familia. Desde hace años los ambulantes se apropiaron de lo ajeno, la banqueta.
El propietario del negocio formal ha hablado con todas las autoridades posibles,
de distintas jerarquías, y nadie ha resuelto nada. Colmo del descaro: los
ambulantes exigen al empresario el uso de su baño y energía eléctrica, so pena
de represalias. En el último capítulo de esta historia, le ofrecieron comprarle
el negocio.
Si en México no
hay la voluntad política de terminar con las señales que promueven y avalan la
apropiación de lo ajeno como símbolo de progreso, la frase de Juárez no será
más que letra muerta en libros de historia. Coincido con el autor de
Instrucciones para vivir en México, “...el respeto al derecho ajeno es la paz”
es un homenaje al lugar común, una obviedad (es precisamente en lo obvio donde
está la posibilidad de encontrar respuestas a problemas mayores).
Qué bien que se
capture a los grandes capos del crimen organizado, pero también que se acabe
con los “viene-vienes”, los franeleros, los limpia parabrisas, los puestos en
las banquetas. Qué bien que haya una estrategia anti-secuestro, pero que
también haya una estrategia anti-apropiación de lo ajeno (incluye las
manifestaciones que bloquean vías y plazas públicas, los cobros de derecho de
piso). Todos estos personajes pertenecen a la misma línea evolutiva del delito.
El problema es que no lo vemos así.
El sistema
político actual se nutre y lucra con los grupos que se apropian de lo ajeno, y
la mayor manifestación de esto acaso sea el gobernante corrupto, se adueña de
un derecho de lucro. Así, un estadista es quien ve por el derecho de los
muchos, mientras que el político convencional y mediocre ve por lo ajeno de los
muchos.
A casi de 45
años del apunte de Ibargüengoitia, y147 años de la frase juarista, el país está
peor en cuanto al respeto por el derecho ajeno. Hay letras que al morir, nos
sepultan.
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