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domingo, 6 de abril de 2014

Cuando muere un piano

Destruir para crear es un tema abordado por el arte, también por economistas como el austriaco Schumpeter, que desde 1942 vio a la innovación como un proceso donde nuevos productos destruyen viejos negocios. Aquí, como en la naturaleza, el ciclo vida-muerte es latente.

Beethoven compuso en las postrimerías de su vida una de sus obras insignia, Missa Solemnis, o Sinfonía Triste. En una carta dirigida a un fabricante de arpas, intentó vender la partitura para solventar angustias financieras. No hubo comprador, lo que seguramente agravó la depresión y la salud del genio.

Como si la esencia de las cosas viajara en el tiempo, "Sinfonía Triste" es el nombre de la instalación que el artista plástico Emanuel Tovar, expone en Diéresis, centro de cultura contemporánea.

Emanuel se entera que un matrimonio de músicos está vendiendo instrumentos por presiones financieras. Acude a ver la oferta y le interesa una pieza que no está en venta; un viejo piano de cola que ha acompañado a la pareja desde hace 20 años, instrumento que adquirieron con los recursos destinados a su boda; los dueños le nombran "piano de compromiso". El artista cuenta sus intenciones y convence a ella. La pareja será incluso parte de la obra.

Durante un video, testimonio y pieza clave de la instalación, la ex dueña del instrumento toca la Missa Solemnis con soltura. A los pocos minutos y junto al piano, un maestro de obras mezcla cemento en una carretilla. La pianista está concentrada en la partitura. El albañil agrega agua y arena. Los martinetes y las cuerdas se mueven armónicamente al aviso de los dedos. Con habilidad gemela, otras manos van dando espesura a una masa gris. Mientras ella revive los sonidos de Beethoven, el hombre empieza a verter la viscosidad al interior del piano. Ella no se inmuta. Él la ignora.

Como un anciano que se despide de la vida, el piano hace esfuerzos lastimeros, quizá como el genio perdiendo el oído. Ella hace énfasis en algunas teclas que empiezan a sonar ahogadas. El cemento abarca más paños, poco a poco va inmovilizado la maquinaria.

Días antes ella escribió una carta. El documento es parte de la obra y la dirige a "Querida conciencia mía". Es un documento exculpatorio y conmovedor donde manifiesta lo que el piano ha significado en su vida y la de su pareja, quien enferma (y prefiere ausentarse del evento) presumiblemente por la angustia que le provoca separarse del piano. En una profunda reflexión, la pianista equipara el desprendimiento del piano a la reciente muerte de su madre. Por ella se hizo pianista. La madre, a falta de piano, le dibujaba un teclado en una cartulina blanca y simulaba con la voz el sonido de las teclas, para que la hija ensayara. Recordando a su mamá, la pianista reflexiona que la vida no es eterna; deduce que los pianos también deben morir.

Mientras sigue tocando, intuye que su piano, como el recuerdo de su madre, será eterno al convertirse en algo nuevo. Las notas suenan cada vez más deformes y el hombre del cemento echa los últimos grumos sobre un piano exhausto, casi mudo, de sonidos tan tristes que es inevitable imaginar lo que diría Beethoven. Los objetos se transfiguran, cambian de valor. ¿Qué pensaría de saber que aquella carta donde ofrecía su sinfonía ahora vale 150 mil euros?

La pianista da un último golpe al teclado. El rigor mortis produce un silencio, el piano se ha convertido en su propio sepulcro. El momento tiene la solemnidad de un sepelio y la esperanza del génesis. Ha surgido otro objeto y del hecho han brotado estas letras, incluso tu lectura. Acude López Velarde al funeral: "Me pareces, oh piano, por tu voz lastimera, / una caja de lágrimas, y tu oscura madera / me evoca la visita del primer ataúd...".

Ella ha quedado sin piano, pero no sin talento. Algunos condenarán el hecho, otros verán el ciclo de la creación. Desde un nuevo teclado, pronto una mujer evocará la cartulina de piano de su infancia. Una nota anunciará la vida.


(Aquí el video: http://vimeo.com/88916737)

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