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domingo, 13 de abril de 2014

Volver al trueque

Acumular ha sido para el hombre una actividad tan antigua como respirar. En su vertiente positiva, los coleccionistas se esmeran en piezas inusuales y se ufanan de mostrar rarezas meticulosamente ordenadas; en su lado oscuro, los obsesivos compulsivos acumulan un caos sólo inteligible para ellos, donde cohabitan con decenas de gatos, cajas vacías de cereal o latas de refresco.

Todos coleccionamos o acumulamos algo. El hecho dice mucho de nuestra personalidad, tanto que podría ser una pregunta obligada en toda entrevista de trabajo: "¿Qué acumulas?". El que acumula terrenos es un latifundista, quien acumula fraudes es un pillo, el que acumula poder y riqueza es un empresario monopólico (o un líder sindical mexicano), el que acumula ideas es un intelectual, y así por el estilo, un asesino acumula cuerpos, un "príncipe de la basura" acumula favores sexuales de sus empleadas. Dime qué acumulas y te diré quién eres.

Recientemente se dio el lanzamiento global del álbum de estampas del Mundial de futbol, Panini, todo un fenómeno mercadológico pero también social, parte de una tradición que desde 1961 Giuseppe Panini fundó desde Módena, Italia, luego de un evento infortunado (compró una colección de estampas invendibles, y se le ocurrió comercializarlas en sobres cerrados. Produjo un emporio que hoy vende más de 800 millones de dólares en el mundo).

Durante mi infancia recuerdo con nostalgia un álbum de luchadores. Luego del intercambio con los amigos, hubo unanimidad con tintes arqueológicos: a todos nos faltaba la Momia Azteca. Conforme uno iba completando el álbum, surgían la envidia y otras desviaciones, como tristemente sufrí: el Huracán Ramírez ya no estaba en su lugar.

Ante un mundo cada vez más digital, donde la tecnología induce costumbres, la victoria de Panini me deja un buen sabor de boca, no sólo intercambiamos correos electrónicos, seguimos siendo humanos, nos sigue motivando el placer del viaje, no sólo el destino (somos estupendamente barrocos, encontramos el gozo en la curva, no en la recta), disfrutamos la acción de coleccionar más que tener la pieza completa o comprar el álbum lleno.

Ante tantos videojuegos que han vuelto a los niños seres apantallados (dícese de aquellos que se ausentan de la realidad), da gusto ver a los pequeños (y a sus papás) intercambiando manualmente sus estampas, reivindicando el trueque, esa necesidad manifiesta de ver en el otro un complemento. Varias generaciones han pasado desde el primer álbum Panini de un Mundial (1970) y la tradición sigue vigente, su dimensión social supera el hecho de poseer.

El fenómeno ha sido abarcado desde un lado matemático por dos investigadores de la Universidad de Ginebra. Hicieron un experimento con las estampas de Panini del Mundial Brasil 2014. En un documento legible para los iniciados en el idioma de Gauss, entre varianzas, sumatorias e integrales, han llegado a la certeza numérica de dos cosas que ahora comparto con los fanáticos: la primera es que no hay evidencia de estampas intencionalmente escasas, la segunda, que la forma óptima (costo/beneficio) de llenar un álbum es: compra una caja, luego adquiere 40 sobres e intercambia con un grupo de al menos 9 amigos, y finalmente, cuando te hagan falta unas 50 estampas, cómpralas directamente a Panini.

La insatisfacción fomenta el intercambio. En "La parábola del trueque", Juan José Arreola da cuenta de la tentación humana por cambiar lo que uno tiene. Al grito (obsceno para unos, sugestivo para otros) de "¡Cambio esposas viejas por nuevas!" un tramposo mercader estafa a los maridos del pueblo, a todos menos uno. La lección es profundamente inspiradora.

Tener un álbum completo termina siendo inútil, pero es el camino lo que reconforta. Un camino de complicidades sin dolo, una ruta con misterio (ese alimento que tanto gusta al hombre): abrir un sobre y esperar la suerte.

Nunca conseguí la Momia Azteca, pero ya no me importa. Una banalidad nos recuerda que la imposibilidad de completar nos vuelve felizmente humanos.

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